Releyendo a Almagro y esperando a Godot, por Julio Castillo Sagarzazu
Twitter: @juliocasagar
Esperando a Godot es quizás la más conspicua pieza del llamado «Teatro del Absurdo». En ella, su autor, Samuel Beckett, nos muestra a Vladimir y Estragón, dos personajes con apariencia de vagabundos, que pasan toda la obra esperando a Godot. Entre ellos se desarrollan las más variadas discusiones y son, de alguna manera, las víctimas de un manipulador que se divierte alentándolos a que sigan esperando al desconocido. En realidad, el autor nunca nos presenta a Godot y Vladimir y Estragón se quedan sentados esperando que aparezca. Al final, cuando ambos se convencen de que no vendrá, se dice así mismos: «Vámonos», pero, ninguno de los dos se mueve. El telón se cierra con las imágenes de los dos hombres esperando a quien nunca va a llegar.
Se trata de una verdadera hipérbole sobre la indecisión humana, pero también sobre lo frágil que se va haciendo la voluntad cuando esta no se ejercita.
Quizás, esta parábola de la indefinición es lo que ha motivado a un amigo de la democracia venezolana como Luis Almagro a usar otra gran historia, la del Jardín de los Senderos que se Bifurcan, del siempre irónico y erudito Jorge Luis Borges, para enviar un mensaje (no exento de imprecisiones) a las fuerzas democráticas venezolanas.
Esta obra es también una extraordinaria representación, bajo la forma de una novela policial y de intrigas, de la gran paradoja del tiempo y el espacio. Borges, en su eterna ironía, pone a los personajes a morir y reaparecer en circunstancias de tiempo y espacio que nos desconciertan. Algunos han insinuado que se trata de un juego (Borges también es un bromista) que plantea, con argumentos literarios, la enorme disrupción que representó en el mundo de la ciencia, la aparición de la física cuántica, en relación con la física newtoniana. Es decir, entre el mundo perceptible y el que no lo es.
Resumida por un lego, como quien esto escribe, es la demostración de que la materia y el espacio no se comportan igual dependiendo de su masa. Y que, además, los maravillosos secretos que esta materia guarda, en dimensiones sub atómicas o en dimensiones siderales, son absolutamente imperceptibles para la mirada del observador común.
Tal vez Almagro (esto tendrá que confirmarlo o negarlo él mismo) esté enviando un mensaje críptico en su artículo. Quizás también está siendo vocero de algunos que han visto como la situación en Venezuela y el mundo ha cambiado y que, entonces también, la estrategia de la oposición venezolana debe atender esos cambios. Esto lo sabremos, lo repetimos, de su propia pluma o boca cuando resuelva hacerlo.
Almagro, disquisiciones aparte, lo que sí ha hecho es incurrir el error en el que solemos caer los hispanoparlantes cuando usamos palabras o expresiones que son bien tenidas en un país, pero que en otros resultan gruesos tacos o expresiones vulgares. Un venezolano, por ejemplo, que diga «concha» en Chile y «pito» en España, se expone a que le malentiendan.
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Extrapolando el asunto tenemos que, por ejemplo, en Venezuela la palabra cohabitación, tiene una connotación polémica. Cohabitar es convivir con otros de acuerdo al diccionario, pero aquí tiene mala prensa, porque evoca la complicidad con el régimen político instalado. En Francia por ejemplo la cohabitación en política es el nombre que se le da a la más que posible situación (de hecho, ha ocurrido varias veces) en la que el presidente de la Republica electo popularmente debe gobernar el país con un primer ministro que es designado por la Asamblea Nacional y que no es necesariamente de su partido. Esto lo entienden los franceses y no se escandalizan por ello. Lo que jamás habrían entendido es que De Gaulle y Pétain hubieran cohabitado durante la ocupación nazi. De hecho, la historia habría sido otra.
De manera que a Almagro habría que aclararle, como cuando se le aclara a un amigo que viaja a Chile o a España, que se cuide de decir «concha» o «pito» no vaya a ser que se encuentre con la sorpresa de que le estén dando lo que no ha pedido.
Pero dejemos de un lado la relectura de Almagro y la labor de descifrar su críptico jardín de los senderos que se bifurcan. Al fin y al cabo, es el error de un amigo.
Lo importante es ahora centrarse en la «espera a Godot». En la necesidad imperiosa de que las fuerzas democráticas venezolanas diseñen una agenda (una agenda, en política, bien podría definirse como una estrategia con fechas y desafíos) que nos permita salir de esta entropía tan parecida a ese magma informe que existía antes del Big Bang originario.
Aquí sí valdría la pena tomar de Borges el mensaje de la disrupción del tiempo y el espacio y recordar que una millonésima de segundos antes de esa gran explosión iniciática, hubo un instante de desequilibrio de temperaturas y fuerzas que rompió el estatus quo. Esa es la teoría de la segunda ley de termodinámica. Esa reflexión pertenece a la astrofísica. Sin embargo, cuando nos referimos a las sociedades, esa fracción de segundos que cambia la situación política y social ocurre cuando se junta la situación objetiva de malestar social, con la dirección política esclarecida que pone en la mesa consignas y voluntad para que tales cambios ocurran.
Hoy podríamos esquematizar estas iniciativas de manera concreta y partiendo de la realidad social y política de la siguiente manera: En primer lugar, hay que dar respuesta a esta tímida, pero decidida, irrupción en la escena social y política de los trabajadores públicos contra las ominosas decisiones de la fulana Onapre contra nuestros sueldos y salarios.
Un acompañamiento consecuente (y no solo de selfies) a ese movimiento para aportar la experticia de la organización y sobre todo para dar perspectivas al movimiento; para ayudar a tender el puente, en la conciencia social, entre las justas reivindicaciones y el cambio político.
Igualmente, se impone clarificar el camino hacia este cambio político: En ese sentido es necesaria una galvanización del liderazgo sobre el eventual desafío electoral. Afortunadamente, ya quedan muy pocos focos que desprecian la salida política y eso es positivo.
Desde ese punto de vista, dos iniciativas parecieran indispensables: En primer lugar, declarar enfáticamente que la diáspora venezolana tiene derecho a participar en unas eventuales primarias y obviamente en la selección presidencial y segundo, e importantísimo, poner fecha a las primarias para que lo que es una consigna, se convierta en una tarea.
Son decisiones importantes y urgentes.
No estamos para seguir esperando a Godot.
Julio Castillo Sagarzazu es Maestro
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