¿Renovación en EEUU?, por Teodoro Petkoff
Pocas veces unas elecciones norteamericanas habían despertado tanto interés fuera de ese país como el proceso de primarias que en estos días tiene lugar en ambos partidos. La atención está focalizada en el proceso de los Demócratas por una razón que salta a la vista. Los dos candidatos a la nominación de ese partido son absolutamente atípicos, si se nos permite la expresión: un negro y una mujer. Uno, proveniente de la minoría afroamericana, la cual todavía en los años 60 del siglo pasado estaba luchando fieramente por el derecho a que sus integrantes fueran reconocidos como seres humanos; la otra, proveniente de esa mitad de la población que, aunque en el país el machismo se bate en retirada, todavía encuentra obstáculos para el ejercicio de la plenitud de sus derechos.
Sin embargo, la potente y profunda cultura democrática de la sociedad gringa, sustentada en una tradición de lucha que a lo largo de dos siglos ha ido moldeando valores de creciente tolerancia, ha producido este fenómeno que habla a gritos de la plasticidad de la sociedad norteamericana y de su capacidad, realmente revolucionaria, para cambiarse a sí misma.
La barrera racial y la de género han sido rotas en las primarias demócratas. Uno de los dos, Obama o Clinton, será el candidato de los demócratas y uno de los dos, casi con seguridad, será Presidente de los Estados Unidos. Aunque, desde luego, queda por ver cómo reaccionará esa que Nixon llamó una vez «la mayoría silenciosa», esa Norteamérica profunda –blanca, anglosajona, protestante y machista–, ante la perspectiva de un Presidente negro o de una mujer, y ante la campaña negativa –bestial, como es costumbre en las elecciones de Estados Unidos– que adelantarán los republicanos contra cualquiera de los dos que sea el adversario.
En todo caso, hasta ahora, la confrontación entre los demócratas ha hecho vibrar al país. Las primarias y las asambleas partidistas (cau cus) demócratas son multitudinarias, en tanto que las del otro partido han sido mucho menos concurridas y entusiastas. Mientras los votantes demócratas lucen motivados, los republicanos presentan una imagen de desmoralización. Cosa comprensible, porque la gestión de Bush no sólo ha hundido a su país en una aventura desastrosa en Irak sino que ha lesionado gravemente al propio partido Republicano, sacudido, además, por los escándalos sexuales protagonizados por varios de sus parlamentarios. Para colmo, se asoma la fea trompa de la recesión económica, cuyos platos rotos paga, inevitablemente, el partido en el poder.
En el discurso de Obama hay un elemento digno de destacarse: la disposición a romper con el maniqueísmo y el fundamentalismo en política exterior («Hablaré hasta con nuestros enemigos»), lo cual podría iniciar, de materializarse en la presidencia, un periodo más abierto hacia el mundo tal cual es, menos marcado por el supremacismo imperial de una conducta que hasta ahora ha estado dominada por la disyuntiva brutal de que quien no está con Estados Unidos está contra ellos.