Reparamos aquí su fantasía, por Carolina Espada
Así decía un cartelito con el que me tropecé. “Reparamos aquí su fantasía” y me petrifiqué por un instante. Era como si hubiera respirado una bocanada de felicidad purita. Un soplo que me llenó de aire entusiasta – una especie de helio mezclado con gas hilarante- que me dejó sin aliento. Difícil de explicar. ¡Pero es que acababa de hallar un sitio en donde reparaban fantasías! No sabía de ningún otro lugar en donde hicieran algo así. Sin dejar de ver el letrerito, parpadeé, exhalé con fuerza y me dije: si son capaces de reparar fantasías, tal vez ofrezcan otros servicios.
Encontramos ilusiones perdidas. Reconstruimos sueños rotos. Hacemos realidad cualquier ilusión. Propiciamos su mayor anhelo. Despejamos dudas. Recordamos deseos olvidados. Aplacamos angustias. Perdonamos pecados. Cumplimos promesas. Sinceramos ambiciones secretas. Reforzamos grandes ideales. Aliviamos dolores. Concedemos antojos. Satisfacemos caprichos. Aupamos genuinas aspiraciones. Esclarecemos metas. Reavivamos pasiones ocultas. Resolvemos problemas existenciales. Pulimos el sentido del humor. Complacemos peticiones. Llenamos de esperanza. Devolvemos la fe. Se cuecen habas. Y yo allí, risueña como un ruiseñor sobre una ramita de ruibarbo y totalmente asombrada, porque mi imaginación siempre se me dispara, se acelera, se desboca y se pierde en la distancia.
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Cavilaciones y parpadeos más tarde, reparé que el aviso estaba en la puerta de un sucuchito en donde sí reparaban fantasías, pero fantasías concretas de esas que también llaman bisutería. Fruslerías de adorno, pues. Un zarcillo con una bolita de cerámica a punto de desprenderse; una sortija con un “vidriante” flojo; un prendedor partido hecho de maderita y papier mâché con un dijecito de plata. Esas fantasías… Ah, y vendían correítas de semicuero para los relojes pulsera y cambiaban las micas rayadas.
“No importa”, pensé. Había valido la pena soñar, por un par de minutos, con que podía existir una empresa (con personal capacitado, computadoras, hilo musical y una matica) en donde sí pudieran repararle a las personas sus respectivas fantasías.
Tal vez entelequias y utopías como quien dice. También, pajaritos preñados. Y, ¿por qué no?, una que otra cosa muy concreta. Abolimos la censura. Promovemos la libertad. Declaramos la paz. Aplacamos el odio. Cesamos el resentimiento. Instauramos la justicia. Promovemos el bienestar de todos (especialmente de los más necesitados). Matamos el hambre. Saciamos la sed. Expiamos culpas.
Vencemos al coronavirus. Oficiamos rituales en honor a Palas Atenea. Aplicamos inyecciones. Escribimos cartas de amor. Endulzamos caraotas negras.
En eso estuve toda la tarde con una sonrisota. ¿Cómo sería la felicidad colectiva? Cuando comenzó a oscurecer, consulté mi reloj y vi que se había detenido a las 3:05. Entonces entré a ese lugar tan extraordinario en donde reparaban fantasías, le pusieron una pilita y me fui con su tic-tac a seguir en mi realidad paralela pensando en algo mejor.
Escritora
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