Resentidos, por Alejandro Oropeza G.
“… El resentimiento no puede despacharse como un subproducto de la congénita inferioridad de la víctima: La locomotora descarrilada de la historia atropella por iguala carismáticos y a pusilánimes. No todos los resentimientos, en fin, son iguales”. Manuel Arias M.: “La democracia sentimental”, 2016.
Es uno de los denuestos más comunes que se endilga a quien se quiere desacreditar, como si tal condición, la de resentido, fuese una tara genética catastrófica que inhabilita o bien condiciona el ejercicio de cualquier acción por parte de quien padece esa condición. Y si el individuo de marras actúa en la arena de la política, es decir, en el ámbito de lo público, la acusación pareciese adquirir un significado aún más descalificador y definitivo. Quizás la cuestión sea, más allá de la intención negativamente calificadora de la acusación, comprender en general: ¿Qué es un resentido?
Lo primero que se nos viene a la mente es que un resentido es la víctima de una o varias injusticias que le han impactado y afectado objetivamente a él propiamente, y/o a personas muy cercanas. De donde se extrae que en algún momento acciones dirigidas en su contra lo han atropellado, humillado, afectado e impedido el desarrollo cabal de sus potencialidades y de su vida. Esa es una parte, la otra es que nuestro personaje arrastra esa circunstancia como una pesada maleta a lo largo de su transcurrir y otros, en consecuencia, también van recibiendo y padeciendo los impactos de su inolvidable e insuperable sino. Aquellas circunstancias aciagas no se les olvidan y un permanente recuerdo amargo de ellas habitan en el alma. Siguiendo al profesor Manuel Arias se advierte que, en efecto, el resentimiento es una emoción que se «…cultiva en silencio a lo largo del tiempo». Y ratifica que quien padece la condición es una víctima que se encontró impedida o se encuentra bloqueada en sus alternativas de emergencia a un futuro posible para sí mismo y, en algunos casos, para los demás.
Ahora bien, el resentimiento reclama actos para su posible resarcimiento o superación, y el acto estelar que genera es la venganza y, asociada a ella, el placer de causar el sufrimiento de aquel o aquellos que, a juicio de los resentidos, le han ocasionado el daño. Pero como todo acto de venganza y de placer en el sufrimiento ajeno, este jamás se agota y siempre se desea más y más, extendiendo la mirada, el sádico afán, a un universo de culpables anónimos que deben padecer lo sufrido en carne propia. Esta acción vengadora de reparación es uno de los combustibles del discurso político populista, cuando se tiene la oportunidad de «universalizar» las responsabilidades supuestamente ajenas del sufrimiento propio. El punto se complica cuando Jean Améry nos dice que: el mal que cree padecer el resentido es tan grande que el daño causado a otros no le satisface jamás. Emerge entonces, un (o una) energúmeno vengador (de sí mismo) que pretende arrasar con todo más y más y que siempre querrá destruir aquello que momentáneamente se salva de su furia que, de paso, entiende como un acto de justicia legítima y propia que todos deben padecer.
Entonces, sucesivos develamientos e interpretaciones muy libres se asumen como validadores, justificadores y hasta legitimadores de esas acciones, gracias a la capacidad de la imaginación de evocar posibilidades de realización que fueron frustradas. Y se dice que nos sentimos realizados en la medida en que somos lo que en algún momento pensamos o soñamos ser; pero, ¿qué pasa si esos sueños, creemos y asumimos como verdad innegable, fueron impedidos por el actuar de otros en nuestra contra? Lo que conduce a pensar también, y presintiendo aquel terrible debate en la mente del poseído por el resentimiento, y ello ¿no lleva a efectuar ejercicios de comparación entre: lo «mío» padecido, con lo de lo «otros» disfrutado? De ahí a la envidia, cercana compañera del resentimiento, no hay sino un ligero paso. Pero entonces, ¿no es la vida un maravilloso tránsito de asunción, enfrentamiento y superación de retos? Quizás, la razón que justifica la negación de la respuesta, es que el daño padecido es enarbolado como una injusticia que jamás podrá alcanzar reparación ni en la propia realización y los logros alcanzados ni en el acto vengador multiplicado ad infinitum.
No, se pregunta uno, así como quien no quiere la cosa, ¿no sería más provechoso y positivo transformar ese afán destructivo vengativo en acciones que conduzcan a que las causas del propio daño, entendidas como injusticias, sean superadas y que otros no las padezcan? Sobretodo si se tiene la oportunidad de diseñar acciones desde posiciones de liderazgo para enfrentar y dominar tales injusticias. Es decir, diseñar «políticas constructivas» y no aquel arrase urbit et orbi al que se parece aspirar y que, algunas veces tienen la posibilidad de ejercer buena parte de los dominados por esa emoción. Buen deseo, pero la realidad al parecer no se corresponde con la experiencia. A propósito de esto, volviendo a Manuel Arias, este nos advierte que se observa en diversos partidos populistas sean estos del talante que fuesen: de izquierda y derecha, la pugna por el dominio de los «yacimientos de cólera». Y, las sociedades que han padecido y padecen en diversas épocas y realidades el especial dominio de estos yacimientos, atestiguan las terribles consecuencias de ese ejercicio. La nuestra es una de ellas.
Otro elemento entre muchos otros, que es conveniente traer ya para finalizar este apresurado vuelo rasante sobre los resentimientos, es que quienes lo padecen (más allá de los desastres que las sociedades en que están insertos los resentidos sufren), dan por sentado que la razón los asiste en su reacción por el carácter pretendidamente injusto de los hechos padecidos. Y de ahí dos aspectos: ¿absolutamente todos los hechos involucrados en la emoción del resentimiento son injustos? Además ¿aquel o aquellos que deciden que son injustos tales hechos les asiste una verdad absoluta? ¿Y si unos y otros, como bien advierte nuestro ya señalado profesor Arias, se equivocan? Más aún, poniendo el dedo sobre la llaga se hace otra pregunta: ¿no es posible que los movimientos populistas apunten hacia causas inexactas y con ello estén creando más que expresando agravios definidos? Porque de ser así entonces, nada es garantía de que a quienes padecen la emoción del resentimiento los asista la convicción de la buena fe. Y, ¿no queda destruida en sí misma esa pretendida buena fe, en aquellos actos manifiestamente vengativos y destructivos genéricos de resentidos en el ejercicio del dominio sobre otros, que bien podrían no tener nada que ver con las causas de tales afanes? Y, además, ¿en dónde queda entonces la justicia como sustento de la acción? ¿O es la venganza un atributo de válido ejercicio de los resentidos y, si llegan al gobierno entonces, ella se convierte en legítimo soporte de la acción pública?
En nuestra muy vapuleada Tierra de Gracia, hemos visto a bárbaros «atilas» pavonearse triunfantes sobre los campos por ellos arrasados de todos los sectores de la vida nacional. ¿Sería Atila un resentido? Unos y otros, unas y otras, enarbolan la supuesta injusticia padecida en sus vidas, como fundamento y validez de sus acciones políticas orientadas a vengarse de una nación, de una sociedad supuestamente comprometida en quién sabe qué tormentos propios, que merece ser destruida porque es responsable de sus torvos sufrimientos.
Y entonces ¿alguno de ellos, de este procerato revolucionario resentido, puede explicarle entonces al país: qué carajo tiene que ver un niño de meses que muere desahuciado en un abandonado hospital, con lo que quién sabe les pasó a ellos en algún momento de sus vidas? Esa certeza de ejercicio para ellos legítimo de reparación vengativa, ¿les habilita para robar a mansalva y descaradamente la riqueza nacional a manos llenas? También cabe preguntarse: ¿el haber alguien supuesta o efectivamente padecido aquellas injusticias que arrastra en la talega de su vida, le da derecho para arrogarse la potestad de imponer lo propio a quienes se atraviesen en su camino? Entonces, humillan, atropellan y pasan por los tiempos jodiéndole la vida a quien puedan en una revancha interminable.
Cuidado con ellos mismos pues, no vaya a pasarle que sean ellos precisamente, el objeto renovado de lo que pregonan como fundamento y aval de su atroz comportamiento con la sociedad venezolana.
Así que entonces, el denuesto, es válido.
WDC