Resistencia, Parlamento y Partidos Políticos, por Carolina Gómez-Ávila
“Las acciones de resistencia previstas en la Constitución de 1999 (…) implican, no una ruptura del orden constitucional existente, sino su precisa aplicación con base a la primera fuente de legitimidad que son los principios y valores constitucionales”.
Nunca hubiera leído este texto si Gerardo Blyde no hubiera publicado un interesante tuit al respecto, el 17 de junio de 2017. Digo interesante porque, además del contenido, destacó que pertenece al libro “La Constitución de 1999”, autoría de Hermann Escarrá.
Reconozco el destello republicano, dígalo quien lo diga. Eso por una parte. Por la otra, no hay mejor cuña que la del mismo palo. Así que lo traigo a colación hoy para unas pocas reflexiones sobre la resistencia.
La República exige “poderes independientes que se controlen recíprocamente”. En nuestra actual situación, el único Poder Público que podría ofrecer control -puesto que está políticamente dispuesto a hacerlo; es decir, es el único que se opone al resto de los poderes- es el Legislativo.
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En este desequilibrio flagrante no es posible ofrecer resistencia sin dar apoyo irrestricto a la Asamblea Nacional. Pero dar apoyo al Parlamento, dar apoyo a los diputados en tanto representantes electos hasta 2021, no significa dar apoyo a los individuos. Nadie pretende eso. Lo que se pretende es que discernamos entre el ciudadano, el diputado en la curul y la institución misma.
Si se les llama parlamentarios no se puede esperar que su acción fundamental sea distinta de hablar, declarar, conversar, tratar puntos de vista diferentes y llegar a acuerdos. Esto contiene una curiosa implicación: pide parlamentar quien se considera vencido o en la imposibilidad de vencer y le responde quien se considera convencido o en capacidad para convencer. Así que parlamentar implica diálogo y negociación desde una posición no necesariamente ganadora.
Con esto encuentro explicación a la campaña de difamación a los diputados y a la, más perversa aún, campaña de desprestigio de la actividad parlamentaria, que se apuntala en un par de conclusiones tácitas: que la Asamblea Nacional no puede acometer acciones propias del Poder Ejecutivo ni de la Fuerza Armada Nacional
Pienso que estamos ante una operación de opinión para entrampar a la población. Percolar estos errores, permitir que subyazcan, hará que la población desprecie, por considerarlo inútil, todo lo que se relacione con el sistema republicano y la democracia. Por resultado, a ese pueblo le será fácil tolerar, aceptar de buen grado o pedir una acción de fuerza para instaurar otra dictadura que actúe con la eficacia que sólo los tiranos tienen.
La contraoperación debería mostrar que por el solo hecho de ser mayoritariamente opositor, el Poder Legislativo es la única cortapisa institucional para la tiranía; que a pesar de maniatado, violado y vejado, sigue siendo nuestra única voz y mecanismo de acción y que en ello vale la pena perseverar.
Para lograrlo, la Asamblea Nacional debería ser la institución a la que los medios de comunicación social traten con mayor esmero. Sin olvidar que representa su posibilidad de libertad de prensa y, para el pueblo, de libertad de expresión.
Pero esta campaña de descrédito no va sólo contra la institucionalidad sino que también ataca al sistema de partidos múltiples. El descrédito de quienes se dedican a la actividad político-partidista, a partir de difamaciones que si no son falsas es prácticamente imposibles de probar, recae en los partidos políticos robándoles el prestigio y favor popular y, como quiera que usted lo entienda, no hay democracia sin partidos políticos.
La resistencia claudica cuando se desdeña la actividad parlamentaria “por inútil” y la actividad político-partidista “por colaboracionista”. No opone resistencia quien le quita poder a las dos únicas instituciones que pueden ayudarnos a salir de esta pesadilla. No hay otra que nos pueda representar.