Revolución boniiita, por Teodoro Petkoff
Cuando Hugo Chávez asumió el mando del país, en febrero de 1999, un dólar costaba 565 bolívares. Hoy cuesta 2.150.
Tasa oficial, porque en el mercado negro ayer estaba a 2.850. En relación con el dólar controlado la devaluación ha sido de 280% y en relación con el negro, de 400%. Ya los venezolanos sabemos bien lo que esto significa: vida más cara, inflación más alta, sueldos y salarios de hielo: se derriten. También lo sabe el gobierno.
Entonces, ¿por qué devaluó? En principio, con un control de cambios que impide la fuga de capitales y con 24 mil millones de dólares de reservas internacionales, no parecía tener mucho apremio para hacerlo. De no existir control de cambios, la “sobrevaluación”, es decir el abaratamiento relativo del dólar frente al bolívar, que favorece la salida de capitales, sería un problema muy grave. Pero el control lo hace manejable. Entonces, ¿por qué devaluar, aun a sabiendas de que tal cosa afecta el bolsillo, sobre todo de los pobres? Porque el gobierno necesita dinero. No le alcanza el que obtiene del petróleo ni el de los impuestos internos. A pesar del inmenso volumen de los ingresos, la cobija fiscal no le alcanza para arroparse. El gasto público es mayor que el ingreso. ¿Cómo cubrir el déficit, además de endeudándose? Pidiéndole al BCV las famosas “ganancias cambiarias”, lo que el BCV gana en la compra-venta de divisas. Se estima que esta devaluación le producirá al fisco unos 9 billones de bolívares. Parte del hueco fiscal será llenado con esta plata. La gente paga la vida más cara pero el gobierno puede llenar su insaciable estómago fiscal.
Esta política tiene, pues, un costo social. Devaluar es encarecer lo que se importa y Venezuela importa mucho, sobre todo comida. Pagaremos más por los tres golpes. Hasta Mercal tiene que ajustar sus precios. La devaluación es gasolina para la candela inflacionaria. Pero, ¡oh paradoja! las ganancias cambiarias también lo son. Ese es dinero llamado “inorgánico” porque no lo produce la actividad económica real sino es fruto de un registro contable en el BCV, que lo materializa la Casa de la Moneda imprimiendo billetes. Esto, por supuesto, es inconstitucional, pero éste es otro tema. El efecto económico es que el financiamiento de parte del gasto público vía Banco Central acelera la inflación. Si sumamos el efecto directo de la devaluación sobre los precios, al efecto del dinero inorgánico, tenemos que este año es poco probable que la meta inflacionaria que ha fijado el gobierno, de 15%, sea alcanzada. Seguiremos siendo el país con la tasa de inflación más alta del continente. Líderes, pues, como le gusta a Chávez. De manera que el incremento del salario mínimo al equivalente de 200 dólares mensuales, que siempre empuja toda la escala salarial, tendrá un resultado contradictorio. Cuando se produzca, ya la aceleración de la inflación lo estará erosionando pero, además, al contribuir a elevar costos de producción y por tanto precios e inflación, al terminar el año la situación de los pobres será peor. El gobierno ama a los pobres pero muchos de éstos pensarán que mejor es que no los quiera tanto.