Revolución de maletín, por Teodoro Petkoff
El juicio de la maleta de Antonini es una bomba atómica que acaba de estallarle en la cara al gobierno. No porque nos diga algo que no hayamos denunciado hasta el hartazgo sino porque arroja una luz más intensa sobre la existencia de todo un sistema de corrupción, que involucra a especímenes de esa burguesía emergente, enriquecida a la sombra de los negocios con el poder, con funcionarios públicos de muy alto rango en este gobierno. Además, se trata de un sistema transnacional, cuyos tentáculos se extienden por varios países del continente. Sin embargo, no es nuestro propósito ocuparnos de los detalles del caso, sobradamente cubiertos por la crónica mediática, sino de las implicaciones políticas y morales de este episodio sórdido, que desnuda implacablemente la naturaleza profunda del régimen.
Quien sirve o acompaña al chavismo, a diferencia de servidores o votantes de gobiernos anteriores, es porque comparte una determinada filosofía de vida y de política y una cierta visión del mundo y del país. Filosofía y cosmovisión que presumen de una supremacía moral y ética, que supuestamente diferenciaría a los refundadores de la patria de sus antecesores, por definición todos corruptos.
Pero, hete aquí que, escondida tras esa supuesta superioridad moral y ética se agazapa una capa de nuevos ricos, esa burguesía bolivariana, nacida y expandida al calor de los negocios con el Estado, y que constituye uno de los soportes sociales del régimen. En estrecha connivencia con la boliburguesía se han venido enriqueciendo los miembros de una nómina burocrática, política y militar, que se divierte lanzando a los cuatro vientos grandes palabras sobre el «hombre nuevo», la «moral revolucionaria», la «ética revolucionaria» y otras zarandajas semejantes, supuestamente atribuibles al «socialismo».
Esto debería plantear un grave problema de conciencia para aquellos que de buena fe sirven al gobierno chavista o le dan sus votos. ¿Cómo se puede, hoy, acompañar a un régimen –no sólo a un gobierno–, cuya justificación histórica residiría, según su Máximo Líder, en que está por encima de la decadencia y la degradación propias del capitalismo, pero que, en la práctica, muestra una inmoralidad y una descomposición ética que deja a sus antecesores como unos vulgares robagallinas? ¿Cómo se puede acompañar a una gente cuya práctica niega brutalmente la propia superioridad moral y ética de que se jacta? Porque los nombres que han salido hasta ahora, y los que saldrán, no son aislados ni excepciones. Todo lo contrario. Son apenas la punta de un iceberg. En la parte de abajo de éste subyace la maciza presencia de una estructura de poder político, económico y militar, abundantemente regada por petrodólares, que se burla cínicamente de millones de venezolanos humildes que les han entregado su fe y su confianza.
Diez años tienen envolviendo sus sinvergüenzuras y el saqueo de los dineros públicos en el discurso «revolucionario». Hoy mismo quieren seguir engañando a los incautos con el cuento de que lo de Miami es una jugada del «imperio». ¿Hasta cuando creerá Hugo Chávez que puede seguir mareando al país con esa basura retórica? Como si todo el mundo, hasta sus partidarios, no supiera que esa banda de ladrones está en la esencia del régimen que Chacumbele preside.