Revolución sin pueblo, por Gregorio Salazar
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A los 61 años de edad, más de 25 como integrante del elenco político que llegó al poder con Hugo Chávez y de ellos 12 al frente del régimen que hoy subyuga a Venezuela, Nicolás Maduro ha intentado la más temeraria de sus aventuras políticas: permanecer otros seis años en el poder contra la voluntad del pueblo venezolano.
Desde el mismo 29 de julio, un día después de los comicios presidenciales, comenzaron a despejarse las dudas sobre el verdadero resultado de las votaciones. Y el primer y único boletín del Consejo Nacional Electoral (CNE) quedó apenas como inverosímil pretexto, peregrina justificación para una movida que terminó de colocar de plano a Maduro y su íntimo entorno cupular fuera del marco constitucional.
El boletín «oficial» del CNE, por lo dicho y por lo omitido, por su premura y sus inconsistencias, pasará a la historia como constancia de una de las jugadas políticas más rupestres –más no por ello de impredecibles consecuencias—con las que un grupo político haya tratado de hacerse con el poder en Venezuela. Y, según lo pregonan con impudicia, de manera definitiva.
La presurosa proclamación de Maduro –sin finalizar los escrutinios»– trató de convencer (y desmoralizar) a la población con el alarde de un hecho cumplido. Pero las pruebas están allí, salidas del propio vientre tecnológico del «mejor sistema electoral del mundo».
Irrefutables, incontrastables, con la minuciosa contundencia de lo ocurrido, puesto que constituyen el mismo insumo y se sirven de la misma garantía que da la plataforma automatizada del CNE: códigos y protocolos digitales invulnerables.
Reunido hasta ahora más del 80 por ciento de las actas, el resultado es abrumadoramente demoledor. Edmundo González supera los 7 millones de votos, el 67 %$ de los votos, con lo cual saca un largo 37 % de ventaja a Maduro. Esa cifra y ese porcentaje, inédito en cualquier elección en nuestra región, se revelarán de acuerdo a la tendencia, mucho mayores al conocerse el consolidado del 100 por ciento de las actas.
Las encuestas revelaban una amplia ventaja de Edmundo González, el reblandecimiento de las bases chavista, la avalancha migratoria en contra el oficialismo en los últimos días, pero el resultado supera todo lo imaginado. Con una cifra que ronda menos del 30 % del electorado y el repudio que ha concitado su rebelión contra la expresión soberana de los venezolanos, Maduro emprende otra huida hacia adelante para entrar en una fase más totalitaria y represiva de la «revolución», pero esta vez desde el más bajo nivel de su apoyo popular y con una crisis económica, política y social indomable.
Así mismo, apenas estalló espontáneamente el descontento en las zonas más populares de Caracas y otras regiones del país, Maduro comenzó a hacer buena su palabra amenazadora de «un baño de sangre», la que causó espanto en Lula Da Silva, que ahora junto con los presidentes de Colombia y México, sigue insistiendo en el conteo desglosado y transparente de los votos.
La OEA, por si fuera poco, anunció otra acción penal internacional por crímenes de lesa humanidad.
Ese clamor en reclamo de la verdad se propaga por Venezuela y el mundo y se acrecentará con el correr de los días, vendrá de cada instancia representativa del país y de los más variados actores. Fundamentalmente porque la atroz jugada del régimen no da espacios para medias tintas, para matizar posiciones ambiguas: se está con la verdad o con el fraude, con la posibilidad de un retorno a la democracia o la entrada a la etapa siniestra de un dictadura que se refugia en una represión feroz – ¡que ya cobró 20 muertos en apenas dos días de protestas!—, la amenaza y la persecución a medios y periodistas y en los artilugios como los buscados a nivel del TSJ, la última chapuza que obviamente está condenada al fracaso.
Maduro y la cúpula profundizan la división de un país mediante la agitación de los odios. Pretenden la degradación de sus propios militantes, esos que de buena fe los han seguido, pero hoy ven cómo sus dirigentes traspusieron los umbrales de toda inescrupulosidad. La verdad quiere ser torcida, sofocada, desconocida echando a rodar una narrativa delirante, burdamente hilvanada. El país quiere paz, unidad y reencuentro y no la prolongación de un régimen autocrático.
Lo que no quiere comprender ni asimilar internamente la cúpula (des) gobernante es que el proceso político que se echó a andar con más intensidad desde los meses previos a las elecciones primarias ganadas por María Corina Machado no se detendrá.
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Los actos vandálicos y la persecución en su contra no harán sino seguirla dotando de una épica, de un protagonismo nacional que ha facilitado a la población victorias como la alcanzada el 28 de julio. Ahora los venezolanos buscan la victoria definitiva: el reconocimiento de la soberanía popular expresada en las elecciones y el desalojo del poder de Nicolás Maduro antes de que inicie un nuevo mandato sin ninguna legitimidad de origen.
Gregorio Salazar es periodista. Exsecretario general del SNTP.
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