Robo sin pistola, por Rafael A. Sanabria M.
El país está en anomia, cada quien hace lo que le parece, se imponen leyes que no aparecen en la Constitución ni gacetas, donde la corrupción y robo es un monstruo de mil caras. Apenas si se plantean vías para aliviar la pena pero no para sanar la crisis en todos los órdenes en la cual estamos inmersos.
No hay efectivo y el pueblo usa las tarjetas de débito (los precios por punto suelen ser mayores que con el inexistente efectivo) para adquirir lo poco que puede comprar. Muchos comerciantes no emiten el tiquet de la compra lo cual permite que se pueda cobrar de más, especialmente a nuestros adultos mayores. Este sector difícilmente sale a revisar sus movimientos en la página del banco, porque tal vez es analfabeta tecnológico o porque no cuenta con las herramientas necesarias, y se ha convertido en la víctima preferida de este nuevo delito.
Aunque ése es sólo uno de los robos. El primero es en la calidad y cantidad de los productos. Por ejemplo, las bolsas de azúcar de 1 Kg frecuentemente traen 900 gramos. Y en los productos a granel el faltante es aún mayor. Con la calidad de los productos, de que realmente sean lo que dicen que son, es otro grave robo y éste atenta contra la salud, como cuando adulteran la leche en polvo con cal.
En Venezuela la calidad de los alimentos empacados siempre fue dudosa (por eso el país podía contratar fácilmente todo tipo de profesionales desde directores de orquesta a ingenieros en puentes, pero era más difícil traer al país a los especialistas en producción alimentaria, quienes conocían la diferencia entre lo etiquetado y lo que realmente comíamos) pero ahora la calidad de todos los productos ha tocado fondo, sin control alguno del Estado.
La siguiente etapa del robo (o el robo parte 2) es cuando hacen la suma de los precios de los productos, utilizando una calculadora aparte que el cliente no ve. Allí he visto varios casos en que uno más uno da tres. Este robo lo hacen especialmente en fruterías.
Luego viene el robo con “el punto”: se confía en que el comerciante debitará en nuestra cuenta del banco el precio fijado pero algunos ponen más, a su antojo. ¿Dónde está la función supervisora del Estado, que no obliga a los comerciantes a entregar el comprobante de compra? Ése es un procedimiento al que deben hacerle seguimiento las autoridades, pero guardan silencio, mientras al pueblo llano lo roban sin pistola.
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El más vil descaro de los comerciantes es aumentar los productos cada vez que el dólar se eleva, pero son incapaces de bajar los precios cuando éste, alguna vez, desciende. Convivimos con unos misántropos de la sociedad que no tienen quien les ponga freno. Insisto: ¿dónde está el Estado?
Los primeros días cuando crearon la ley de precios justos, usted se encontraba a los politiqueros en los comercios, dándoselas de mesías, pero en realidad era un simple maquillaje para que le gente común sintiera que le estaban escuchando. Y el pueblo inocente sigue esperanzado en que el gobierno va a poner mano dura en los precios, pero lo que no sabe la gente es que eso no va a suceder porque en la gran mayoría de los comercios tienen sus manos metidas los políticos y el prestigioso aparato militar.
No se justifica que en un establecimiento comercial la mayoría de los productos sean los que se distribuyen subvencionados en los Clap y que venden a precios especulativos (por cierto, se ha convertido en costumbre, obedeciendo órdenes municipales, recabar los carnés de la patria de los receptores del Clap, ¿con cuál finalidad? Eso está oscuro, pero un ciudadano muy observador me dijo que la única explicación que le ve es para escanear uno a uno, cada carné y llenar las encuestas manifestando que sí se recibió la bolsa que debió entregar la autoridad municipal –bolsa que no llegó al usuario- a entera satisfacción).
Y el colmo es que un ciudadano formado para la defensa integral del país, convertido ahora es todo un caudillo del comercio, no sólo somete al pueblo con la fuerza y el arma, sino también le especula y roba su dinero por dos o tres artículos. Ahora, con la custodia de las bombas de gasolina el “martillo” descarado y dolarizado es aún mayor.
¿Entonces, quién es el más interesado en que no se den comprobantes de compras, en que no baje el dólar, en que los precios sean cada vez más elevados? No se necesitan anteojos para ver lo que está a simple vista.
Hasta cuándo el pueblo pagará los platos rotos de políticas relámpago que no resuelven nada. La gente quiere soluciones no seguir viviendo en un país utópico, inhóspito y desequilibrado.
El silencio nos ha hecho pecadores de omisión y corresponsables del panorama actual, es hora de hacer valer nuestros derechos. Basta de tantos engaños y de ser conejillos de indias de todo aquel lobo feroz que vive del latrocinio de los indefensos.
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