Rojo que se difumina, por Gregorio Salazar
Twitter: @goyosalazar
¿Qué celebrará la parafernalia mediática del oficialismo con tanta estridencia? ¿A qué viene tanto aquelarre? Porque aunque el mapa político de las gobernaciones sigue siendo mayoritariamente rojo con muy poca manchas azules, ya no es el mismo rojo encendido que hizo reverberar las pasiones a lo largo y ancho del país.
En lo numérico y en lo simbólico es un rojo decolorado, desvaído, desteñido, en vías de evanescencia, rojo que se difumina en un tránsito descendente elección tras elección. El oficialismo obtuvo su menor caudal de votos en la última década.
Pero aún así, supongamos que el oficialismo quisiera hacerse la idea del “deber cumplido” y que eso es lo que le han agradecido los poco más de tres millones de votos que aún siguen cautivos de su delirante demagogia populista. Vamos al ejercicio.
¿Qué pueden decir, entonces, que le agradecen sus votantes? ¿Será el éxito de sus políticas públicas? ¿Será la elevación de las condiciones de vida de los venezolanos? ¿El impulso dado a la producción de bienes y servicios? ¿Será acaso la cobertura y la calidad educativa o el buen estado de la infraestructura universitaria? ¿Será la buena alimentación? ¿O tal vez el incremento de la capacidad adquisitiva de los salarios y las pensiones? Nada de eso existe, de nada de eso se pueden ufanar ni en la más desbocada fantasía revolucionaria.
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Sin embargo, lo tuvo todo a su favor: además de la división opositora entre ir y no ir al proceso –¡nada menos!– y la dispersión de opciones candidaturales, hay que adicionar el consabido ventajismo sin límites y una larga preparación electoral que comenzó con unas elecciones primarias y siguió con el simulacro electoral, del cual prácticamente sólo el oficialismo participa para afinar operativos de movilización.
Mientras tanto la masa opositora se ahogaba en sus dilemas, bombardeada por la suicida prédica abstencionista, limitada por las insuperables divisiones, los odios mellizales, y la poca confianza que da un sistema electoral de cuyo secuestro hace ostentación el chavismo.
Con todo eso a su favor, con toda la maquinaria que le facilita el uso inescrupuloso de todos los recursos del Estado, el chavismo se vio en trance de perder al menos ocho gobernaciones en unas elecciones regionales y municipales, instancias que ellos han desnaturalizado desde el mismo momento en que emprendieron la reversión del proceso de descentralización y trasferencia de competencias iniciado en 1989.
Zulia dio el gobernador electo de mayor votación nacional y cinco días después de las elecciones, Barinas, el estado natal del difunto caudillo, ese mismo del cual Fidel Castro dijo que acudirían procesiones de admiradores de su legado, aún esperaba por el resultado electoral, aparentemente ganado por la oposición sobre un hermano del caudillo, Argenis Chávez.
El chavismo ha vaciado de poder político y recursos a las regiones, las ha secado en su capacidad de hacer en aras de un reconcentración del poder en la cabeza del Ejecutivo y sus socios ideológicos. Ejemplo: Instalaciones portuarias que proveían de recursos a las gobernaciones le fueron arrebatadas para crear la tristemente célebre Bolipuertos, en sociedad con los cubanos, que así se llevan recursos que antes se destinaban a esos estados.
No habiendo nada que reivindicar, el objetivo es que el voto se dé por la mera franquicia chavista, esa urdimbre en lo que juega lo afectivo, lo transaccional, las expectativas siempre lanzadas hacia adelante y no cumplidas, el recuerdo de las viejas dádivas.
En lo inmediato, veremos la confrontación de tres narrativas: la del oficialismo, la de la enmarañada división opositora y los de que tercamente van en contra de la participación electoral sin ofrecer ninguna ruta clara ni confiable. Los resultados de lo ocurrido el 21 de noviembre están a la vista y las lecciones que extraer demasiado de bulto como para volver a incurrir en los mismos errores.
Gregorio Salazar es periodista. Exsecretario general del SNTP.
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