Rosales, ¿Judas o mesías?, por Gregorio Salazar
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El punto crucial, la encrucijada existencial frente a la que estamos plantados los venezolanos es la bifurcación entre la profundización de la dictadura o el regreso con paso firme y en el menor tiempo posible a la democracia. No hay objetivo superior a ese, ni puede haber frustración que nos lleve a no entenderlo o admitirlo.
Los procesos electorales en Venezuela, y más este en el que está en juego el control de la jefatura del Estado, no son un juego amplio, plural y democrático. Lo sabemos de sobra. La escogencia y postulación de un candidato presidencial se nos presenta cual proeza de escapismo de las que protagonizaba, valga la imagen gráfica de sus habilidades, resistencia y contorsiones, el Gran Houdini, y de las cuales algunas veces se libró todavía no se sabe bien cómo.
Al pueblo venezolano, al ciudadano común que quiere elegir y votar en libertad, no le caben (piensa uno) más herrajes, más cadenas, más esposas y candados que los que le han sido colocados para impedirle ejercicio de su voto libre y soberano, que sea cabal expresión de su voluntad de cambio después de años de hartazgo, pérdida de derechos y sufrimientos.
Lo acabamos de vivir con la inaudita e inconstitucional obstrucción a la candidatura presidencial de María Corina Machado y luego de la personalidad que designó para representarla, la profesora Corina Yoris. Impresiona que todavía haya a quien agarrara de sorpresa los manotazos desesperados que lanza un régimen de vocación totalitaria y hoy señalado por sus propios aliados en el continente.
De los sucesos sobrevenidos a la media noche del último día de inscripciones, surgió la candidatura de Manuel Rosales, varias veces derrotado, muerto y sepultado, y otras tantas resurrecto, como ocurrió en las elecciones de noviembre del 2021 cuando regresó como gobernador del estado Zulia, donde es un caudillo indiscutible, y desalojó a aquel predecesor, tan joven como fascistoide, llamado Omar Prieto.
No es cosa insignificante para quien el chavismo expropió bienes, envió al exilio y a la cárcel y a quien Chávez en la cima de su delirio y su popularidad llamó «mil veces desgraciado» para luego jurarle: «Te voy a borrar del mapa político venezolano».
Hoy Rosales, en medio del ametrallamiento verbal que lo acusa de ser el candidato «más potable», «el que le conviene al régimen» o de sospechoso de prestarse a un fraude está también en su propia encrucijada existencial, el mayor reto de su intensa vida política desde que era una adolescente: jugar el rol de trascendencia histórica que significa guiar el tránsito de Venezuela de la dictadura a la democracia o hacer el papel de bufón de una cúpula corrupta, sin logro alguno que reivindicar y huérfana de apoyo popular.
¿Y cómo pudiera ser lo segundo? ¿Convirtiendo la contienda electoral en una especie de lucha libre a lo mexicano, en la que cada golpe o arremetida, cada patada y cada llave sea una simulación convenida? ¿Hacer de esos comicios unos juegos florales llenos de loas y ditirambos al oficialismo? ¿Preferirá Rosales su propia gesta al celestinaje para la gloria de Maduro? Sería un remate muy indigno para tan largo historial de luchas.
En su discurso del 23 de noviembre de 2021, el primero tras regresar a la gobernación del Zulia cuando desarticuló la maquinaria electoral chavista con su propio aparato de más de 47 mil activistas, Rosales expresó: «Este régimen tiene que salir», pero «no se gana por arte de magia, sino trabajando y organizando» y reclamó: «perdimos más de diez gobernaciones por falta de grandeza y unidad».
Ese es otro rostro, distinto al que lo presenta como el gran Judas de esta Semana Santa y no faltará, y entre ellos operadores del propio gobierno, quienes incineren su figura el Domingo de Resurrección, día de ajuste de cuentas para la tradicional vindicta popular. Pero convengamos, como se ve en las explosivas redes sociales, que un vasto número de venezolanos hoy se enfrenta al dilema que representa Rosales: ¿Viene en papel de Judas o de mesías?
Enfrente, con su propio reto personal, está María Corina Machado, quien por ahora ha visto pospuesta su segura victoria en unas elecciones presidenciales, aclamada y seguida por una ostensible mayoría de los venezolanos. Si Rosales encabezara un gobierno de transición hacia la democracia, el rescate pleno de los derechos políticos de Machado, incluyendo la construcción de su organización partidista y la potenciación del capital político que le ha constreñido este régimen, puede dejarle el camino despejado hacia Miraflores. Hoy Rosales necesita de sus votos y ella, 15 años menor que él, de que el zuliano abra en un período presidencial la brecha transicional para relevarlo. Con dictadura no podrá.
Gregorio Salazar es periodista. Exsecretario general del SNTP.
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