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Roscio, el héroe relegado (III), por Simón García



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Roscio, el héroe relegado (III)
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Simón García | @garciasim | agosto 19, 2025

X: @garciasim


Una nota introductoria de Caracciolo Parra Pérez a la segunda edición de su «Historia de la primera República», 1939, parece indicar su interés en subsanar el tratamiento que le da a Roscio en ella.

Parra Pérez escribe: «Se conocen los excepcionales servicios que prestó a la República. No es posible componer la historia de la revolución sin estudiar a fondo las acciones del insigne jurista hasta 1821, época de su muerte». Es curioso, Parra Pérez sólo le acredita a Roscio su desempeño como insigne jurista, condición innegable para todos, sin reconocerle facetas como teórico de la independencia, ideólogo de la emancipación, figura de Estado o uno de los artífices de la nueva nación.

Un héroe de las ideas

Más allá de Venezuela y la Nueva Granada, Roscio recibe una percepción más integral, en correspondencia con la internacionalización de los movimientos de independencia que ocurren en América.

La obra principal de Roscio, «El triunfo de la libertad sobre el despotismo» es más leída fuera de Venezuela. Las dos primeras ediciones, 1817 y 1821, se realizaron en Filadelfia. Las tres siguientes en México; una abreviada en 1824 impresa en la capital; la edición completa de 1828, y una tercera en Oaxaca en 1854.

Durante el siglo XIX el libro no fue publicado en Venezuela. Esa obra y otros de sus escritos se conocieron en su país natal en 1953, gracias a la compilación hecha por Pedro Grases.

Domingo Miliani denomina héroe de las ideas a Roscio. Ese es el título de su Prólogo a «El Triunfo de la libertad sobre el despotismo» firmado en 1994, la cual pasa a ser la tercera edición de esa obra en Venezuela cuando la Biblioteca Ayacucho la publica en 1996.

El destacado papel de Roscio, especialmente durante la primera República, amerita la distinción entre dos tipos de héroes, el civil y el militar. Distinción justa y obligatoria porque ambos, con herramientas y en terrenos diferentes, contribuyen a forjar una época, la de la independencia. Para los historiadores convencionales el único heroísmo válido es el del campo de batalla. Roscio pone en el tapete la reconsideración del heroísmo de la razón, del pensamiento cívico y la cultura.

En ese prólogo Miliani también resalta el desempeño de Roscio como un temprano teólogo de la independencia en América Latina.

A ese tema le dedicó un meditado análisis el padre Luis Ugalde en su obra pionera «El pensamiento teológico-político de Juan Germán Roscio» de 1992.

Novedades en un pensador innovador

Desde nuestra observación vale añadir, o resaltar, tres aspectos en las formulaciones teóricas de Roscio. El primero es el tratamiento del lenguaje como elemento estratégico para una comunicación eficaz con el pueblo.

Roscio elabora sus argumentos desde el contenido y la forma de pensar presentes en el razonamiento popular. Entiende que el poder no se basa sólo en el monopolio de la fuerza sino también en la hegemonía de las ideas.

A través de la palabra las ideas crean una segunda realidad, moldean o manipulan la memoria histórica, armonizan falsamente sus contradicciones con los hechos, justifican opresiones y validan desigualdades.

Roscio desnuda la función del lenguaje como gramática inversa al servicio del poder: «En el vocabulario de la tiranía todas las voces están trabucadas y todos los conceptos trastornados. Esta es una de las trampas con las que fascinan a los incautos».

El segundo es la labor de Roscio para asir el original núcleo de valores de la religión cristiana y demostrar que la acción a favor de la independencia no sólo es compatible con el texto bíblico, sino inherente a él.

Este desmontaje lo lleva a cabo Roscio con un procedimiento analítico inusual: dejar a un lado la exclusividad interpretativa de la biblia por parte de los sacerdotes y asumirla personal y directamente.

Capitulo tras capítulo Roscío abate argumentalmente la falsa prédica usada por la teología de la sumisión al poder absoluto del rey. Una teología que asimila erróneamente la opinión de las jerarquías eclesiásticas con la voz de Dios.

El tercero, Roscio fórmula su idea de libertad como relación social.

El concepto de soberanía, al cual dedica 16 capítulos del libro, es la piedra angular del libre arbitrio de pueblos y naciones. La síntesis de la soberanía es la libertad del pueblo.

En contrario, el despotismo es despojo y privación de este derecho por parte de una o pocas personas que ejercen autoridad ilegítima.

En su actuación política Roscio conjuga dos dimensiones concurrentes de la libertad: la independencia y la emancipación.

El objetivo de la independencia se corresponde básicamente con los intereses que predominan entre los mantuanos. El de la emancipación, incluye y trasciende a la independencia, porque engloba tanto las demandas que provienen de los mantuanos, como las que surgen de otros sectores, castas abajo y con un propósito nacional y republicano.

Todos estos sectores son constituyentes de la noción de pueblo que en la visión de Roscío es pluralidad y muchedumbre de opiniones.

Roscio es el portador de una ideología de emancipación nacional, racional y plural. Al bosquejar esta ideología Roscio muestra su temple innovador y su condición de estadista civil por conocimientos, convicción y conducta.

El combate a la tiranía

El 14 de abril de 1818 Roscio firma en Filadelfia su testamento. Las dos cláusulas principales en este documento reflejan claramente sus dos lealtades de vida.

Sobre una declara: que: «Confieso que profeso la religión Santa de Jesucristo….

De seguidas proclama «… y como más conforme a ella, profeso y deseo morir bajo el sistema de gobierno republicano, y protesto contra el tiránico y despótico gobierno de monarquía absoluta, como el de España».

Añadiendo a su fe la obra, en ese testamento dispone que su hermano José Félix Roscio, Doctor en Teología, emplee todos bienes y propiedades «…para continuar la guerra contra los tiranos que pretenden oprimir por más tiempo la América del Sur».

Es la notable vocación republicana de Roscio la que enlaza el Acta que proclama la Independencia el 19 de abril de 1810; el Acta de aprobación de la independencia por los diputados del Congreso Constituyente el 5 de julio de 1811 y el Manifiesto al Mundo de la Confederación de Venezuela del 30 de julio de 1811, autenticado por Juan Antonio Rodríguez Domínguez y Francisco Isnardy como Presidente y Secretario del Congreso.

*Lea también: Roscio, un héroe relegado (II), por Simón García

Los tres documentos están dirigidos a abolir la tiranía, finalidad explícita en toda su obra. En sus escritos se evidencia la impronta de un intelectual que se consagra a la lucha por la independencia y contra la tiranía.

Roscio es un prócer reconocido, pero relegado como lo comprueba el trato que le dio la historiografía tradicional o su casi absoluta ausencia en la iconografía del bronce que se deriva del relato histórico que aún persiste en el imaginario colectivo sobre los próceres de la nacionalidad.

Es la misma indiferencia, que arropa, con escandalosa y larga minusvalía, a figuras como Simón Rodríguez, Pedro Gual, Miguel José Sanz, José Luis Ramos, Cristóbal Mendoza, Bello en menor grado y muchos otros héroes civiles de la independencia.

Roscio aprecia la importancia de la lucha militar, como lo indica su carta, de 1816, a Martín Tovar: “Yo quisiera más bien obrar con las armas en la mano para vengar los agravios de la patria que escribir más de lo que he escrito…”.

Pero a su vez sabe que el pensamiento es una forma de la acción.

Sabe que en el heterogéneo, contradictorio y complicado tablero de la realidad donde actúa se puede también, desde el pensar, contribuir al éxito y gloria de las luchas por Venezuela. En medio de todas las tensiones del entorno y conflictos de su espíritu, esa su elección.

 

Simón García es analista político. Cofundador del MAS.

TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo.

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