Saber luchar. Saber negociar, por Américo Martín
Si el diablo criticara a Hitler, seguro que yo encontraría unas palabras amables que dirigirle en la Cámara de los Comunes. Típica humorada de Churchill, para mostrar su decisión de negociar con quien pudiera ser arrastrado a la lucha contra el eje nazi-fascista. Y efectivamente, los líderes occidentales consiguieron la victoria de la democracia combinando fuerza e inteligencia.
La gran misión de la política consiste en eso, llevar a la victoria la causa de la libertad, ganando a todo el que se pueda en el campo adversario o neutralizándolo para colocarlo en condiciones en que no pueda seguir luchando.
Quizás muchos no entiendan la sutileza que movió a brillantes líderes como Churchill, Roosevelt y De Gaulle a arremeter con un brazo y seducir con el otro. No es fácil desenvolverse en esos campos minados con adversarios que causaron la desastrosa guerra, humillaron, persiguieron, torturaron, pero el panorama se aclara cuando nos percatamos que esas opciones pueden ser decisivas para el triunfo democrático, ahorrando sangre, sudor y lágrimas.
Churchill, Roosevelt o De Gaulle no le temían a Hitler, pero les hubiera parecido infantil prodigarse en amenazas, insultos o despreciar las crecientes contradicciones en el eje, en lugar de combinar talento, información y firmeza para vencerlo. Negociaron con los nazis, los soviéticos y, al final, con el mando japonés.
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El general Mc Arthur terminó siendo recibido por los japoneses no como el brillante guerrero que derrotó a su fuerza armada, sino como el redactor de la primera constitución democrática y el sereno líder que se retiró de la tierra a la que había vuelto (We’ll come back), sin retener ventajas materiales.
No se trata de creer en la sinceridad de las promesas de diálogo. Lo que se pide a una dirección política es capacidad para analizar las propuestas en su contexto.
El rasgo principal de la crisis resalta cuando se suman las sanciones, la articulación del mundo alrededor de la propuesta de EEUU y la posible ofensiva militar contra los carteles de la droga en el Caribe y el Pacífico. Agréguese el deplorable retroceso económico-productivo de Venezuela, la ruina de los servicios públicos y la escasa preparación del país para afrontar el siniestro avance del coronavirus.
Lo reflejan algunas propuestas de negociación emanadas de figuras vinculadas a Miraflores. Juan Barreto, por ejemplo, propone que Maduro designe un vicepresidente ejecutivo de oposición. Y Pompeo también propone un gobierno de transición aunque sin la presencia de Maduro. No descartaría ninguna hipótesis, ni siquiera que se tratara de un retiro de un cargo del que no es fácil salir indemne.
En el fondo el problema es que el aislamiento de Miraflores no deja de acentuarse y los que respaldan la negociación, de crecer. Seguramente la flexibilidad ayudaría más que la intransigencia.
Leo un interesante artículo de Froilán Barrios sobre el 60 aniversario de la fundación del MIR. Froilán es, para mí, el dirigente sindical más culto que tiene el país. El MIR ya no existe, Froilán se lamenta por la estupenda calidad de su dirigencia, que fundó aquel partido en 1960 y después de muchos avatares lo refundó, diez años después, con más éxito aún. Enredados en hieráticas discusiones ideológicas, aquella generación, llamada a alcanzar la cima del liderazgo, sucumbió en medio de intransigencias recíprocas muy lamentables.
El detonante, en 1960, fue la publicación de un artículo de Domingo Alberto Rangel defendiendo la estabilidad absoluta del contrato petrolero que se discutía en ese momento y otro, de mi autoría, que fue rechazado por el CEN de AD, por considerarlo amenazante contra el partido. El título de mi artículo lo decía todo: “La división del APRA, una advertencia”. A Rangel se le reprochaba de defender públicamente una cláusula que, como asesor del Buró Sindical, nunca defendió en su momento y a mí, de atacar por mampuesto a AD.
Se reúne el CEN para preguntar a cada miembro del Buró Juvenil si acepta las dos sanciones. Yo estoy en la sede de AD, pero por razones obvias no en esa reunión. José Ángel Ciliberto se aproxima y me dice:
- Perdí la esperanza de salvar la unidad. Con ustedes se va la sal del partido.
¿Y si en lugar de ser arrastrados por la intransigencia, hubiésemos conservado la flexibilidad necesaria para acompasar las diferencias sin romper?
Felipe González y Vicente Guerra encabezaron los jóvenes sevillanos del PSOE que crecieron en la clandestinidad. Todo sin dejar de respetar a los socialistas históricos, en su mayoría en el exilio, entre quienes despuntaban figuras como Indalecio Prieto, Fernando de los Ríos, Largo Caballero.
Se convoca la convención de PSOE en Toulouse, Francia, 1970. El candidato de los históricos es Rodolfo Llopis, Felipe el de los jóvenes. Gana Felipe. Sorpresa general, pero los sevillanos no ofenden ni agreden, le tienden la mano a los vencidos, salvan la unidad e inmediatamente González propone la eliminación del marxismo en el programa del partido.
Entre seguir al líder emergente y aferrarse a una cartilla polvorienta del pasado, nadie vacila, Felipe pasa a la historia y el PSOE se salva.
Saber luchar. Saber negociar. Gracias Froilán.