Sadismo sin cuartel, por Teodoro Petkoff
El castigo físico brutal en el mundo militar forma parte de una suerte de filosofía, no confesada ni confesable, pero propia de todos los ejércitos del mundo: la de hacer de la obediencia un reflejo condicionado. El militar es acostumbrado a obedecer sin chistar mediante la amenaza de un castigo que puede llegar a ser terrible. Esto vale para los reclutas y también para los cadetes y los oficiales. Son demasiado conocidas las humillaciones a que son sometidos soldados y cadetes para acostumbrarlos a la obediencia ciega. Más aún, al oficial se le obliga a castigar con dureza, para «templar» su ánimo. Las faltas de los subalternos, sobre todo de los soldados, son sancionadas con castigos físicos a veces realmente salvajes, o con arrestos que no guardan ninguna proporción con la gravedad de aquellas. Por eso, cuando en algunos casos ocurre que el castigo produce la muerte del sancionado, la justicia militar absuelve o castiga muy levemente al asesino. Es parte de la misma filosofía: penas severas podrían disuadir la práctica del castigo físico. Así que para conservar el «principio» de la obediencia y la «educación» a lo «macho», la impunidad absoluta o parcial es la regla en estos casos.
Ayer relatamos el caso del soldado Richard Gómez Tapia. Murió en Fuerte Tiuna, en 1988, a palo limpio. Sólo el empeño de la familia y del entonces diputado Enrique Ochoa Antich obligó a que se abriera juicio a los responsables del asesinato. Pero el modo como las FAN (entonces era en plural) intentaron ocultar el crimen fue característico. Primero negaron, luego falsificaron el informe sobre las causas de la muerte («pulmonía»); después, descubierto el cuerpo destrozado del muchacho por su familia, intentaron convencerla de que «dejara eso así para no afectar a las FAN». Nada menos que un general participó de ese empeño. Sólo la orden de un ministro de la Defensa sensible abrió paso a la investigación que culminó en un juicio. Allí apareció la tenebrosa «cochinera», lugar en Fuerte Tiuna donde golpeaban con un bate a los soldados y donde habían matado a Richard Gómez Tapia. El juicio terminó con el sobreseimiento de los acusados en 1992. El asesinato de Richard Gómez Tapia quedó literalmente impune.
¿Ocurrirá lo mismo con el asesinato del soldado Jesús Alberto Febres Narváez? El juicio del teniente Alejandro Sicat Torres, quién provocó su muerte, como dijimos ayer, será celebrado en Maracay el 28 de este mes. Se le acusa de homicidio preterintencional, es decir, de haber matado al soldado sin querer. Si esta calificación del delito es aceptada por los jueces, sale libre el mismo día que le dicten cargos. En nombre de la justicia, de los fueros de la vida civilizada y de los principios consagrados en la Constitución, exigimos un juicio imparcial, que debe comenzar por revisar la calificación del delito que ha hecho la Fiscalía militar. ¡NO MAS IMPUNIDAD!