Salario y libertad, por Luis Alberto Buttó
Twitter: @luisbutto3
El hombre solo puede ser realmente libre cuando es económicamente independiente. Esto es, cuando el resultado del trabajo que realiza le permite cubrir satisfactoriamente sus necesidades básicas y llevar adelante con éxito los proyectos de desarrollo personal que como individuo se plantea en la vida. En este sentido, el hombre jamás será verdaderamente libre si con base en sus propias capacidades, talento y esfuerzo, no puede crear riqueza para sí y para los suyos. Es decir, conformar su propio patrimonio. El hombre dependiente en términos económicos es la presa ideal de cualesquiera modelo de dominación política que se impongan en determinada sociedad.
En la gestación de las condiciones que propician la libertad económica del ser humano la cantidad y calidad del salario juegan un papel fundamental. El salario no tiene sentido alguno cuando solo permite la reproducción elemental de la fuerza de trabajo y mucho menos lo tiene cuando no cubre la realización de este proceso biológico.
En otras palabras, el salario es irreal cuando apenas alcanza para comer, para comer mal o no comer. Con su trabajo, el ser humano debe satisfacer plenamente sus necesidades de salud, vivienda, educación, vestimenta, movilidad, esparcimiento, ahorro, descanso y retiro. De lo contrario, no es libre.
Si el hombre no puede enriquecerse lícitamente es un ser encadenado. Encadenado a la voluntad de aquel Estado que aspira a ser totalitario, o ya lo es, y que por consiguiente tiene como objetivo anular al individuo al obligarlo a depender de los mecanismos del poder para encontrar la supervivencia a cambio de la sumisión al proyecto político dominante. Es el mayor chantaje político que pueda imaginarse. En estas condiciones, las cadenas que ahogan al hombre se forjan cuando la lucha por la vida se mediatiza al eliminar el disenso, so pena de que ni siquiera se pueda comer. Es la iniquidad hecha política pública.
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En el tema del salario mínimo en Venezuela, el asunto va mucho más allá de la incapacidad o ineficiencia gubernamental, aunque hay mucho de eso. El asunto va mucho más allá de la dilapidación sostenida y recurrente de los recursos públicos, aunque, igualmente, hay mucho de eso. El asunto va mucho más allá de la manifiesta ignorancia que impide entender la complejidad y alcances de los procesos socioeconómicos al reducirlos a interpretaciones ideológicas extraídas de anacrónicos manuales marxistas, aunque, también, hay demasiado de eso.
Desde un perspectiva crítica, la actual cuantificación del salario mínimo en Venezuela solo puede comprenderse si se relaciona con lo que en la práctica ha terminado siendo, no otra cosa sino uno de los mecanismos más eficaces para lograr la sumisión del ser humano al obligarlo a depender de la «benevolencia» del Estado para mantener su subsistencia. Dependencia concretada a través de bonificaciones ocasionales, por ejemplo.
Obviamente, en las actuales circunstancias que atraviesa el país, no puede negarse la necesidad de subsidios de este tipo, pero tampoco puede negarse el rédito político que con ellos obtiene quien los otorga. Es una relación desigual donde el necesitado lleva la peor parte al perder la libertad económica que requiere para poder sentar las bases de otras libertades que le son consustanciales a su condición humana; la política, verbigracia. Es la práctica acendrada del populismo, hoy reeditada y llevada a su máxima expresión, con todo lo que ello implica en términos de dominación política.
La lucha por salarios dignos es también la lucha por la libertad del ser humano. Así debe entenderse y contextualizarse. No es cuestión de ganar poco más, poco menos. Es cuestión de que el hombre pueda realizarse plenamente para que la sociedad entre a la modernidad postergada, en tanto en cuanto la creación de riqueza sirva de sostén a la prosperidad individual, la cual, sumada, trae la colectiva.
Luis Alberto Buttó es Doctor en Historia y director del Centro Latinoamericano de Estudios de Seguridad de la USB.
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