Salutación de un médico venezolano a la Dra. Bachelet, por Gustavo Villasmil-Prieto
Estimada colega:
Dispense el atrevimiento de dirigirme a usted, no en su condición de Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Derechos Humanos o, como también cabría, de dos veces presidenta de Chile. Como seguramente entenderá, entre nosotros los médicos venezolanos es común cierta tendencia a ser un poco informales. Porque la vida entre salas llenas de enfermos que solo cuentan con nosotros, en medio de madrugadas angustiosas, compartiendo una cena fría – si la hubiere- cuando no estudiando, llorando y bebiendo juntos el vino de este cáliz amargo que es Venezuela ha terminado por hermanarnos a todos más allá de cargos y de rimbombantes jerarquías. De manera que desde esa hermandad que aquí somos, los médicos venezolanos saludamos su presencia en este nuestro sufrido país. Le esperábamos desde hacía mucho.
Ejercía usted su primera presidencia en Chile cuando para Iberoamérica y el mundo comenzaban a ser inocultables los desmanes del chavismo en materia de derechos humanos. Represión política abierta, violaciones reiteradas a la libertad sindical, conculcación del derecho de propiedad, cercenamiento de la libertad de expresión con el cierre de periódicos, estaciones de radio y televisoras en aras de una pretendida “hegemonía comunicacional”; asfixia de universidades críticas al régimen, acoso a la empresa privada y a todo aquel que no se le “cuadrara” a Hugo Chávez en sus soporíferos programas dominicales de TV.
Paso a paso y ante la mirada impasible del mundo, el chavismo fue desmontando la república. Una a una fue minando sus instituciones, sustituyéndolas por maffias a cuya cabeza designó a los jefes de una casta de bellacos como jamás conoció país alguno en Iberoamérica. Mil veces lo dijimos a todos, a usted incluida. Pero con Hugo Chávez y la “chequera que caminaba por América Latina” repartiendo arrumacos y millones por aquí y por allá, ¿quién iba a darle crédito a un venezolano que denunciara aquello?
¡Y es que, encima, el tipo era de izquierdas! Sabido es que, al menos en este continente, ser o decirse de izquierdas provee de antemano de una justificación a cualquier pillo en ejercicio del poder. Allí tiene usted a los hermanos Castro, por ejemplo. Difícil que la tuvo, la tiene y la tendrá en estas tierras la derecha, para la que quedó reservado “forever” el mote de “fascista”. Porque el fascismo no tiene ya dolientes. Los perdió todos con la derrota del Eje en el 45 a manos, entre otros, de los comunistas rusos. Por eso se denuncian hasta hoy los muertos de Hitler pero rara vez los de Stalin, que pueden hayan sido incluso más.
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En Iberoamérica, mi generación cantó al sacrificio de Víctor Jara en Chile, pero desconoció el fusilamiento moral al que fuera sometido el poeta Heberto Padilla en Cuba.
La cinematografía de izquierdas consagró para siempre la memoria de los muchachos argentinos inmolados en aquella terrible “Noche de los Lápices” de 1976, pero nunca plasmó la tragedia de los 163 venezolanos asesinados por las fuerzas de la represión chavista durante las protestas cívicas de 2017
Entre ellos se cuenta a un joven colega suyo y nuestro, doctora Bachelet: Paul René Moreno, estudiante de Medicina. Sobre su féretro, el rector de la Universidad del Zulia depositó el diploma por el cual le confería, a título póstumo, el grado de médico-cirujano. La Venezuela médica jamás asistió a ceremonia más dolorosa y dramática que aquella. Porque para la izquierda iberoamericana, asesinos fueron los de la DINA de Pinochet y la “Triple A” argentina, pero nunca los del Minint cubano ni los “colectivos” chavistas. Ellos han sido elevados a la categoría de “defensores de la revolución”.
Curada como esperamos esté de tan terrible virosis, sus colegas venezolanos le damos la más cordial bienvenida. Ya era tiempo de que viniera. De haber podido hacernos un hueco en la apretadísima agenda que de seguro trajo nos habría gustado invitarla a nuestro hospital, donde con gran gusto la habríamos recibido en la revista de sala de las mañanas. Habría constatado usted lo tantas veces denunciado: las precarias condiciones de asistencia en las que son atendidos los venezolanos enfermos incluso en los más importantes hospitales de Caracas.
Habría visto como un enfermo en la Venezuela de la revolución chavista no tiene acceso a la atención médica que necesita sino a la que pueda pagar juntando los escasísimos medios de una familia en la que, con suerte, quizás ingresen dos salarios mínimos –¿10 dólares? – cuando no la remesa generosa del hijo, cónyuge, padre o hermano emigrado – ya casi 5 millones de compatriotas– que como pudo llegó caminando a Bogotá, Quito o Lima. En tres años y medio ha retrocedido la esperanza de vida al nacer en Venezuela tras dos décadas de chavismo. Estoy seguro, doctora Bachelet, de que nuestros colegas en aquellas prestigiosas facultades médicas de Chile cuyos “papers” leemos con regularidad jamás habrán visto fenómeno similar en país alguno en Iberoamérica en las últimas décadas
Bienvenida a Venezuela, colega Bachelet. Ya sabrá usted que aquí ningún chileno ha sido ni será jamás un extranjero. Mi generación médica creció en el afecto al Chile que conocimos en las personas de entrañables condiscípulos y admiradísimos maestros en el viejo Hospital Vargas de Caracas
De Chile vinieron Christian, hoy un destacado neurocirujano, y Juanita, pediatra y neonatólogo. Más que nuestros compañeros de curso universitario fueron nuestros hermanos. Como de Chile llegó el maestro Rafael Darricarrere – el querido “profe Darri”-, aquel sabio microbiólogo que con peculiar acento de huaso impartía en cada curso la clase magistral sobre “las neumonias y las bronconeumonias” (sin acento en la “i”) que quedaría grabada para siempre en nuestros corazones. De allá vino también el flemático profesor Mario Altamirano, un verdadero “scholar” en absoluto simpático, pero que sobrellevaba con impresionante estoicismo el drama de su hermano Carlos, secretario general en el exilio del Partido Socialista de Chile, su partido, doctora Bachelet.
Hoy son casi 5 mil los colegas nuestros que ejercen en Chile tras haber dejado atrás a una Venezuela en la que hacer un diagnóstico equivale casi a firmar la sentencia de muerte de un enfermo. ¡En la lejana Puerto Montt hasta un homenaje público se les hizo! Buenos muchachos todos que han sido recibidos con grande afecto por los chilenos.
Ellos merecen cualquier oportunidad que se les dé porque han sufrido lo indecible y porque son la mejor generación médica venezolana de todos los tiempos. Como ve, Chile está en nuestro afecto de ayer, pero sobre todo en nuestra gratitud de hoy
Sus enviados de seguro la tendrán informada del “gulag” al que los venezolanos fuimos arrojados por el chavismo. Somos rehenes de una gavilla de matones. Nuestros enfermos mueren mientras los poderosos perpetúan su orgía de sangre, de horror y de corrupción. Nuestro pueblo ha quedado exhausto tras 20 años de resistencia en los que ha tributado, ante la indiferencia de países con los que en otros tiempos fuimos solidarios, decenas de presos, cientos de muertos, miles de exiliados y millones de emigrados. Tiene usted la palabra, doctora Bachelet. Llegó usted por fin a una Venezuela que por años le ha estado esperando.
Bienvenida.