Samsara electoral, por Luis Ernesto Aparicio M.

Puede que con este artículo luzca como la rueda del Samsara —ese concepto de la mitología hinduista y budista que representa el ciclo de nacimiento, muerte y reencarnación—, donde la repetición perpetúa el sufrimiento humano hasta alcanzar la iluminación. Algo así intento asociar con la política vista desde algunos pocos de oposición, especialmente la venezolana, que parece condenar a un pueblo que no aprende a quedar atrapado en su propio samsara político.
Desde el régimen venezolano, al parecer, conocen mejor que muchos los mitos de los pueblos antiguos, y juegan con astucia para que la oposición, y ciertos liderazgos en particular, sigan atrapados en ese ciclo repetitivo de errores, como en el Samsara o como Sísifo y su piedra. Así que, en cada ocasión electoral encuentran la llave que abre los caminos a la dispersión opositora para afianzar mucho más su poder por intermedio de ella misma.
Para las elecciones del próximo 25 de mayo, el oficialismo ha logrado lo que muchos dentro de la oposición, a pesar de sus intentos ocultos unos y velados otros, no han podido consolidar a lo largo de estos más de 25 años: dividir, sembrar la desesperanza y la entrega, bajo el convencimiento de ese viejo mantra que han inoculado en buena parte del país: «nunca más volverán».
Sin aparentemente darse por enterados, algunos dirigentes llaman de forma furibunda a no acudir a las elecciones, alejando la posibilidad de mantener viva la acción política de los ciudadanos que aún respaldan el cambio. No el cambio como una epifanía divina, ni como un estallido violento o un alzamiento militar —que solo llevaría al país a un escenario aún más incierto y que, paradójicamente, podría favorecer al sistema actual—, sino como un proceso de acumulación democrática, arduo pero posible.
Es prudente advertir que si la oposición venezolana no ha sido aniquilada como ocurrió en Nicaragua o Cuba, es porque ha sabido resistir los intentos de división sembrados por el régimen —y a veces por los egoísmos internos—, pero sobre todo porque ha sostenido su legitimidad a través del voto.
Los peores momentos para esa oposición han llegado justamente cuando ha cedido ante los llamados a la abstención. Basta con recordar 2005, un desastre cuyas consecuencias aún se sienten. No fue sino hasta 2015 —luego de los esfuerzos sostenidos en 2010, 2012 y 2013— que el voto volvió a contar. Luego vino 2018 y ahora se asoma 2025.
Sí, aun pesa lo ocurrido el 28 de julio del año pasado. Pero, así como no debe olvidarse esa fecha, tampoco se debe renunciar a la posibilidad de mantener movilizada a la ciudadanía que aún cree en la democracia, un sistema a veces errático, pero perfectible. Bajar los brazos —es decir, abstenerse— es reiniciar el ciclo del sufrimiento, es entregarse nuevamente al control absoluto del régimen.
La mitología, con sus fascinantes enseñanzas, existe para el aprendizaje, no para la repetición. Si algo ha hecho bien la oposición venezolana es convocar, organizar y votar. Y cada vez que ha dejado de hacerlo por ceder al personalismo, ha caído en la deriva de la confusión y la oscuridad. Por eso el régimen apuesta a esos llamados —casi órdenes prusianas— a la abstención.
Al final, solo me queda —aunque sea desde la distancia— hacer un llamado a la conciencia de todos los políticos con los que alguna vez compartí la construcción de estrategias, planes y sueños. A ellos les pido que, en estas últimas horas, vuelquen todo su esfuerzo en levantar el ánimo y en convocar a votar. Porque si algo ha sostenido al régimen durante tanto tiempo, ha sido precisamente la abstención.
Luis Ernesto Aparicio M. es periodista, exjefe de prensa de la MUD
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