Sanciones, sanciones, sanciones, por Enrique Ochoa Antich
Impotente, sintiéndose inofensivo aunque a mucha gente hace daño, deprimido, el extremista opositor patea el piso no más bajarse de la cama. Acaba de tener otro de sus sueños imposibles: se vio a sí mismo a la cabeza de una marabunta popular, orillado a su Juana de Arco rediviva, asaltando el palacio como si un bolchevique del 17 fuera, ondeando el tricolor patrio (o quién sabe si el pabellón estadounidense) desde una azotea de Miraflores; se vio degollando príncipes rojos o al menos encanándolos con pesadas cadenas en muñecas y tobillos y remitiéndolos a Guantánamo; se imagina a esta oligarquía burocrática que detenta el poder derribada por sus tales destreza y valentía, correteada, perseguida… pero al final despierta de sus espejismos. Aprieta los dientes y gruñe.
Por no decir dos décadas, por no decir de 2015 a esta parte, maldice y se queja de estos ¡ocho meses ya! del mantra mágico sin resultas: ni encargaduría de la presidencia, ni ayuda humanitaria, ni operación libertad, ni patético sí o sí, ni golpe militar, ni guerra civil, ni 187-11, ni invasión gringa, ni quiebre alguno. Fracaso, puro fracaso. Entonces se yergue y mira al horizonte desde su ventana, y, como un conjuro frente a tanta derrota, busca en otra parte la fuerza que no tiene, orienta sus ruegos a la meca de Washington, y exclama para que lo escuche el mundo entero:
-¡Sanciones, sanciones, sanciones!
Que suman al país en la catástrofe. Que conviertan el hambre en «hambruna generalizada» (quizá así se haga realidad el estúpido diagnóstico de Vargas Llosa). Que colapsen todos los servicios. Que no se pueda exportar ni una gota de petróleo. Que no haya divisas ni para alimentos ni para medicinas. Mientras peor, mejor. Así caerá el gobierno por propio peso, desmoronado por la proverbial incapacidad de sus capitostes.
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Ponte a creer. Más bien deprímese el pueblo de tanta penuria y deja de protestar. Más bien huyen del país por millones los que llenaban las calles. Más bien los más pobres hácense cada vez más dependientes de las dádivas del Estado.
Sanciones que dan a los regímenes dictatorialistas un discurso para justificarse ante los suyos y exculpar sus propias carencias. Sanciones que «legitiman» los procedimientos represivos que los autócratas aplican a sus opositores
Pero el extremista no acepta razones, mira para otro lado, y se aferra a la bandera de las barras y las estrellas como de la falda materna.
-¡Sanciones, sanciones, sanciones!, se desgañita, y en cada infame gesto termina por perder toda autoridad política y moral… si tuvo alguna.
Que caiga sobre esta tierra mancillada todo el castigo imperial. Así se desplomará el narco-régimen. Como si los países por precarizados que puedan llegar a estar, no produzcan suficientes recursos como para financiar a la burocracia estatal, a los militares y a los policías. Mírese a África, si hay alguna duda. Revísese qué era lo que hacían los regímenes comunistas.
Pero el extremista, impertérrito, fanático, embrutecido, sigue en sus trece. Sanciones, sanciones, sanciones. No importa que siete décadas de experiencia más bien arrojen montañas de dudas sobre su eficacia. ¿Es que los gringos no se equivocan? Sí, los gringos también se equivocan.
EEUU sancionó a:
• Corea del Norte, desde 1950;
• Cuba, desde 1960;
• Irán, desde 1979;
• Irak, desde 1990 …y necesitó apelar trece años después a una sangrienta guerra basada en una mentira atroz, requirió ¡500.000 muertos! para cambiar las cosas (y no se sabe si para bien);
• Birmania, desde 1997;
• Zimbabue, desde 2002;
• Bielorrusia, desde 2004;
• Siria, desde 2004;
• la República Democrática del Congo, desde 2006;
• Somalia, desde 2010;
• Libia, en 2011 …junto con la intervención militar aérea gringo-europea y la guerra civil que tribalizó a aquel país, casi borrándolo de la faz de la tierra;
• Yemen, desde 2012.
• Rusia y Turquía… y Venezuela, recientemente.
¿No remacharon las sanciones en estas naciones a las élites burocrático-militares gobernantes? Insólitas monarquías comunistas de 70 años allá, hermanos comandantes que se turnan en el poder aquí, venerados ayatolás acullá, tenientes-generales al otro lado del mundo, presidentes/dictadores por todas partes, en fin, los mismos regímenes. ¿Entonces?
En Sudáfrica funcionaron, replica el extremista. ¿Funcionaron las sanciones o los 5 años de pacientes negociaciones entre Mandela y los criminales del apartheid, Botha y De Klerk incluidos? Pero de acuerdo, digamos que coadyuvaron a la resolución de aquel conflicto político. ¿Y no será que a diferencia de las improductivas burocracias autoritarias, a aquellos blancos afrikaners, dueños de todos los negocios de ese país, sí les dolía (en sus bolsillos) el bloqueo económico?
Ahora que aquí, por estos predios venezolanos, el embargo de Trump parece querer sabotear los diálogos noruegos (así me argumenta un alto jerarca del gobierno), toca poner los pies en el piso, abandonar los maximalismos inútiles, construir acuerdos parciales pero posibles, y poner sobre la mesa de negociaciones el levantamiento de las sanciones, de todas las sanciones (que si la AN y la oposición lo exigen, a Washington no le quedaría más remedio que dar marcha atrás). Por el bien del país y de su gente, en particular de los más pobres.
Y que el extremista se quede con su pólvora mojada y sus espejismos. Suficiente ya. Los venezolanos nos merecemos otra cosa.