Sanz, el pensamiento como poder (I), Simón García
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Miguel José Sanz es un prócer eminente de la Independencia, de nombre reconocible y obra desconocida para la mayoría. Si los pedestales constituyeran un criterio de valoración, habría que situarlo muy abajo en el ranking de los famosos. Pero su poder de pensar lo elevó a la condición de una de las inteligencias más notables de su época.
El 12 de marzo de 1915, el presidente del estado Carabobo, Emilio Fernández, inaugura el Instituto de Ciencias Políticas con su nombre. El primer director, Alejo Zuluaga, cuidó la semilla de la que luego nacería la Escuela de Derecho de la Universidad de Carabobo. En Maturín, tierra de su muerte en combate, hay un Liceo epónimo, con una aguerrida tradición de lucha por la democracia. En Baruta, una Escuela primaria lleva su nombre.
El subteniente canario Francisco Antonio Sanz llega al pueblo de Valencia en 1748, donde lo designan Síndico Procurador en 1752. Al año siguiente se casa con Doña María Máxima de Marvez y Natera y tienen como primer hijo a Miguel José, el 1 de septiembre de 1756, según se registra en folio 28 del libro correspondiente a ese año en el Archivo de la Iglesia Catedral de Valencia, sección Bautismos.
Desde niño fue excelente estudiante y en los cursos mayores de la Universidad conquistó y acumuló reconocimientos de mérito. Se gradúa de bachiller en 1771 y en 1776, de Licenciado en Leyes en la Universidad de Caracas. Se retira de los estudios por causas familiares durante un año y en 1778 se traslada a Santo Domingo donde obtiene el título de abogado.
En 1786 es designado Relator de la Real Audiencia de Caracas, una institución fundamental en la estructura del poder colonial. En 1788 es uno de los fundadores del Colegio de Abogados de Caracas y su primer Secretario. En 1790 convoca y crea en su casa de habitación la Academia de Derecho Público y Español. Ese mismo año promueve una petición al Rey, que fue negada, para traer una imprenta a la provincia. Asesor Jurídico del Consulado de Caracas.
En 1801 el Cabildo le encomienda la redacción de las Ordenanzas municipales y presenta un minucioso trabajo que abarca disposiciones sobre las escuelas de educación cristiana y civil; las juntas y participación de los vecinos; las rondas diarias y nocturnas de la policía o el techado de las casas.
En 1808 asiste, con cautela, a las reuniones de un movimiento que se propone crear una Junta de Gobierno. Es su primera participación en los eventos que van a desembocar en la declaración de Independencia dos años después.
En 1809 es detenido y expulsado a Puerto Rico. Podría decirse que por orden del Capitán General Juan de Casas; pero quien movió sus recursos de poder para adoptar la decisión fue el Marqués del Toro, en un litigio con el padre de la esposa de Sanz quien naturalmente asumió, como abogado, la defensa de su suegro, quien también fue remitido a España como prisionero.
El juicio pasó a instancias reales donde las astas arbitrarias no fueron suficientes para ratificar la pena y el Rey ordenó la libertad de ambos reos, previo su pago de costas al capitán general Emparan.
En 1810 apoya a su amigo, Francisco de Miranda, en la fundación de la Junta Patriótica. En la primera República ocupa el cargo de Secretario de Estado de Guerra y Marina. En 1811 es electo miembro del Congreso Constituyente.
Detenido tras el desconocimiento de la Capitulación de San Mateo se incorpora nuevamente a las filas patrióticas. Forma parte de la huida a Oriente en 1814 donde se extravían muchos de sus manuscritos, entre ellos las páginas de una Historia de la Revolución de Venezuela.
En el río de la libertad
En esos años se conforma una élite que con el poder de sus ideas impugna la hegemonía política ideológica que sostiene al orden colonial. El rechazo se hace popular y nacional, con variados grados de intensidad, consistencia y compromiso. Reúne una diversidad de opiniones y posiciones donde coexisten tres corrientes: los que confluyen en una motivación «juntista» y proponen un cambio conservador, reducido a expresar fidelidad al Rey. Los que alientan a una revolución que rompa radicalmente con el régimen de la monarquía. Y oscilando entre ambas determinaciones, los defensores de la moderación y de una negociación de facto que conserve fidelidad al Rey a cambio de más autonomía para las colonias de América.
En términos sociales no es posible establecer compartimientos rígidos que se correspondan con intereses específicos de los estratos sociales, porque todos respaldan la demanda común de libertad, desde las distintas expresiones de desigualdad que padecen la casta a la que pertenecen. Concurren a la compartida causa de la independencia blancos europeos y criollos, pardos, mestizos, indios e incluso esclavos.
En la vanguardia los blancos criollos alcanzaban un peso cualitativo por su mayor presencia en el medio millar de egresados de la Universidad de Caracas o formados en distintas carreras en el país y en el exterior.
La libre expresión
En la época había ideas que no se podían expresar ni difundir. El sistema de pensamiento dominante las prohibía y perseguía desde la universidad, los púlpitos, los tribunales y los cuarteles.
La formación de opinión se refugió en las tertulias mantuanas. Apenas se instaló la primera imprenta, el gobierno monopolizó la formación de opinión pública a través de la Gaceta de Caracas.
Miguel José Sanz funda a los pocos meses del 19 de abril de 1810, junto con José Domingo Díaz, editan el Semanario de Caracas, el primer órgano de opinión independiente respecto a la hegemonía impuesta desde las instituciones de poder del Estado colonial.
Se crean otros órganos para dar publicidad a las ideas republicanas como El publicista de Venezuela, El Patriota de Venezuela, El Mercurio y la Gaceta de Caracas se suma a la primera manifestación concreta de ejercicio de la libertad de expresión en el país.
En el Semanario de Caracas; Sanz actúa como redactor de su sección política que se convierte en la línea editorial y medio de publicidad de las ideas republicanas desde noviembre de 1810.
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Difusión y copia de ideas
En su oficio de redactor político, Sanz actúa como un publicista que difunde y reinterpreta las ideas republicanas expresadas por Montesquieu. Prescinde de las citas no por dolo. Es muy probable que en sus escritos reprodujera la metodología de la enseñanza universitaria que dictaba y comentaba en voz alta una Lectio, sin prestar atención a las autorías y a la creación propia de las ideas expuestas.
Sin embargo no se puede pasar por alto el hallazgo del politólogo e historiador Fernando Falcón quien en una documentada investigación establece que hay párrafos completos en los artículos de Miguel José Sanz en el Semanario de Caracas que reproducen textos de «Un ensayo sobre la Historia de la Sociedad Civil» publicada en 1767 por el pensador escocés Adam Ferguson. ¿Plagio, reinterpretación o adecuación a situaciones políticas que demandaban una batalla de ideas más que un debate académico?
No todas las municiones teóricas de la artillería del nuevo pensamiento se fabricaban con ideas originales de los americanos meridionales. Porque a fin de cuenta se trataba de nociones universales en transformación desde sus apariciones más antiguas.
La muralla de opresión del pensamiento se había construido en Suramérica durante trescientos años de inamovilidad intelectual. La sabiduría de nuestros primeros intelectuales de la libertad se nutrió de fuentes ajenas y siguió reglas similares a la batalla contra el Ejército español, aunque las tropas de la independencia usaran armas que no se fabricaban en el país o la organización, jerarquías e indumentarias militares copiaran a las del imperio.
La libertad no hay que inventarla, hay que practicarla como soberanía de la nación y condición necesaria de ciudadanía.
Simón García es analista político. Cofundador del MAS.
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