Se acabó la resistencia, por Carolina Gómez-Ávila
La Conferencia Episcopal Venezolana emitió un comunicado el jueves pasado que lleva por título una frase del Libro de Jeremías: «Se oye una voz de alguien que llora amargamente». A continuación, en resumen, piden una concertación «entre todos» y un «acuerdo nacional inclusivo».
Desde luego que “entre todos” e “inclusivo”, da participación a nuestros opresores; en la actual situación, eso implica reconocer su poder de facto y, en mayor o menor medida, someterse a él.
Fedecámaras se ha hecho eco (aunque la iniciativa haya sido suya) pidiendo una suerte de pausa en la lucha política. Pausa imposible, como sabemos muchos, incluso si la declararan todos los actores políticos, porque la lucha por el poder no tiene interrupciones ni en la inacción aparente.
Dice la confederación de empresarios que lo hace con interés en la emergencia nacional, pero deberemos leer que la emergencia nacional a la que se refieren es a esa que atraviesa el empresariado, diezmado varias veces por políticas económicas que ¡no logro entender cómo pueden creer que serán cambiadas por los mismos que las impusieron y sostienen desde hace 20 años!
Pero volviendo a la Iglesia católica, me llamó la atención que echara mano del profeta Jeremías para invitarnos a claudicar. Estamos hablando del mismo Jeremías que clama y amenaza con tal de provocar arrepentimiento. Arrepentirnos, pues, es lo que sigue a oír el llanto amargo del pueblo.
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Arrepentirnos de haber optado por resistir al sismo que provocaría la pelea de elefantes (entre quienes tienen el poder y quienes lo pretenden), arrepentirnos por no haber negado nuestro apoyo a la causa de la libertades democráticas, arrepentirnos de años de protestas en contra de un grupo que no sólo usurpa el Gobierno sino que lo hace con acciones abiertamente anticonstitucionales y criminales.
¿Nos invitan, la Iglesia católica y el empresariado, a que nos arrepintamos de luchar por la libertad, porque la lucha está costando mucho sufrimiento?
Y no es que les ha costado mucho sufrimiento a algunos, nos lo ha costado a todos. Todos hemos perdido casi todo y, ahora, la Iglesia católica dice que es hora de atender ese llanto amargo y, a través de Jeremías, subliminalmente nos pide arrepentirnos.
Se alinean las fuerzas en esa dirección. El movimiento en ultra slow motion de Henrique Capriles no es lo suficientemente lento como para hacerlo imperceptible; a su alrededor se reorganizan los delegados de la dictadura que dieron vida al esperpento que hace poco más de 8 meses se montó en la Casa Amarilla, además de un puñado de oenegés con influencia poco clara y algunas figuras políticas de mayor o menor relevancia. No hay mucho más. Sobre todo, no hay apoyo popular.
El fracaso de Henri Falcón es, como la trampa electoral de 2018, irreversible, igual que la duda sobre el origen e intenciones de la fundación «Oil for Food». Las repetidas veces que han tratado de forzar a Lorenzo Mendoza a que haga lo que no debe hacer, han sido inútiles (y espero, por todos, que sigan siéndolo). Pero algún interlocutor tiene que tener el grupo en el poder para que la coalición democrática desaparezca una vez que termine su período constitucional como mayoría en la Asamblea Nacional. Lo sorprendente es que haya quienes crean que lograrán concesiones.
Sí, la verdad es que todo tiene el tono de Jeremías y sus imprecaciones. Cuando en 2017 nos pidieron resistencia, nos advirtieron que la lucha sería muy dura y pasaríamos por profundas adversidades. La verdad es que no nos prometieron un jardín de rosas y fueron apoyados por estos que ahora nos piden dar marcha atrás.
La Conferencia Episcopal Venezolana se queda en el llanto amargo del versículo 15, pero obvia la promesa implícita en el 16 y 17, en caso de perseverar en la lucha por la libertad: «Reprime tu voz y tus ojos del llanto, porque hay paga para tu trabajo – oráculo de Yahveh -: volverán de tierra hostil, y hay esperanza para tu futuro – oráculo de Yahveh -: volverán los hijos a su territorio».