Se llamaba Pompeyo Márquez, por Alexander Cambero
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Las balas de la dictadura habían alcanzado su mayor objetivo. El cuerpo ensangrentado de Leonardo Ruiz Pineda, yacía inerte, en una calle de San Agustín del sur, aquel 21 de octubre de 1952. El hombre que encarnó el aliento de la lucha contra la satrapía, estaba con la mirada meditabunda, desahuciada de vida física, pero con la certeza de seguir siendo la luz imperturbable de un pueblo decidido por la libertad.
Para el gobierno del General Marcos Pérez Jiménez, era cortar los sólidos tentáculos, de quien había organizado la tupida telaraña, que fue armando la resistencia de manera vigorosa. Tenerlo en la paz del sepulcro, simbolizaba un éxito para la dictadura. Este infausto evento del cruel destino, sembró la desazón y el desaliento en las fuerzas democráticas. Un golpe seco en momentos muy duros.
Radiodifusora Venezuela anunciaba el vil asesinato en la voz del eterno Francisco José Croquer. Un treintañero se llevó las manos a la cabeza cuando escuchó la triste noticia. Casi de inmediato buscó protegerse al extremo de confiar en un círculo muy pequeño.
El joven Pompeyo Márquez era una pieza fundamental del partido comunista en resistencia, para lograr evadirse de la tenebrosa Seguridad Nacional, adoptó el mismo seudónimo que usaba como columnista del periódico Tribuna Popular.
Así reapareció para los venezolanos «Santos Yorme « ya no como una exclusiva firma al pie de un escrito de fogoso enunciado social, sino como una figura estelar en la lucha por derrocar al oprobio.
Aquel epígrafe era igualmente un reconocimiento al personaje de Santos Luzardo, inmortalizado en las páginas de Doña Bárbara. La magnífica obra del maestro Rómulo Gallegos. Como un infatigable agente del cual no encontraban pistas, el trabajo de Pompeyo Márquez, fue construyendo un legado. Ya no eran solamente las letras, su trabajo en barrios, pueblos y ciudades se hicieron un dolor de cabeza para los energúmenos, muchos de sus compañeros comunistas y adecos estaban presos, muertos, o en el exilio.
Fue tan grande su impacto en las bases de la resistencia, que muchos que se incorporaban querían ser como él, la policía del régimen no encontraba la manera de poder capturarlo. Cuando llegaban al sitio que algún delator había revelado: ya el pájaro estaba lejos. Se hizo tan difícil el poder atraparlo que dentro de la dictadura se comenzó a creer que «Santos Yorme» era simplemente una clave de organización clandestina, que en realidad el hombre como tal no existía.
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Es increíble que el más buscado de los líderes de la resistencia, viviera a media cuadra de la Seguridad Nacional. Que muchas veces compraba el diario a veinte metros del edificio gris en donde lo aguardaba una pequeña celda. En más de una oportunidad compartió un café mañanero con agentes que lo buscaban hasta debajo de las piedras, su aguda inteligencia lo hizo construir un personaje típico de Caracas, que transitaba por allí, sin ansiedades ni miradas de terror.
Su naturalidad le ganó la difícil tarea de pasar inadvertido. En más de una oportunidad observó el amplio despliegue de una búsqueda frenética, mientras degustaba un buen desayuno criollo. Un verdadero líder que arriesgaba el pellejo como ningún otro.
Un informe secreto del 27 de noviembre de 1955 le reveló al gobierno que el hombre estaba enconchado en el barrio El Tamarindo. La Seguridad Nacional infiltró la zona desde la madrugada, estaban persuadidos que el sagaz personaje estaba rodeado, cuando irrumpieron en la casucha, encontraron un gallo tuerto amarrado a la pata de una cama.
La molestia de Pedro Estrada, fue mayúscula, un rabioso funcionario tomó al gallo y lo lanzó por una ventana. El gran policía con estudios en Inglaterra y Francia quedó ridiculizado. La dictadura había recibido una felpa en su moral, la historia se regó por todos los rincones. Eran los tiempos cuando la dictadura languidecía y la imagen de Pompeyo Márquez, crecía en el ánimo del pueblo.
Alexander Cambero es periodista, locutor, presentador, poeta y escritor.
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