Se solicitan filósofos (con moto propia), por Fernando Rodríguez
Es muy probable que usted no haya visto nunca un anuncio con esa demanda. Yo, que soy de la profesión, jamás. Y fuera de alguna frase, pocas y muy sintéticas (solo sé que nada sé, el hombre es un animal político, pienso luego existo, conócete a ti mismo, yo soy yo y mis circunstancias…y cosas por el estilo), pocos se ocupan de la disciplina. Salvo, cierto, los bachilleres y muy menguantemente porque andan sacándola o reduciéndola de los pensa de los estudios secundarios en medio mundo. Cosa muy mal hecha y no es gremialismo.
Pero el tema que quiero esbozar es el de mi creciente sorpresa inicial en que a partir del coronavirus y la debacle planetaria correspondiente empecé a ver que diarios y revistas buscaban afanosamente a filósofos para que opinaran sobre la pandemia, ajenos como son a virus, bacterias y políticas sanitarias.
En realidad, en ocasiones pasadas se recurría a sacerdotes que, en esta magna ocasión, han permanecido estrepitosamente ausentes de la opinión. Es un bello tema que podría significar que la ciencia ha acabado con la confiabilidad en la religión y que dada la universalidad del fenómeno más vale no implicar a los dioses omnipoderosos en tal catástrofe, ni la categoría de pecado y castigo que solían aplicarse para justificar teológicamente tanto mal, porque malos son Hitler u Osama Bin Laden, o hasta tal o cual ciudad o incluso país, pero no la creación entera que supone obra de esos mismos dioses.
Bueno, hasta un libro antológico salió en español a un mes apenas de la cuarentena con una amplia gama de opiniones de distinguidos filósofos. No voy a entrar a comentar la riqueza cierta y la diversidad necesaria de esos pensamientos. Solo decir que no le haría mal leerlo a epidemiólogos, políticos, médicos y hasta pacientes reales de esa maldición sin rostro.
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Kant decía que existe una metafísica perennis, es decir, que en algún momento al menos todo hombre se hace preguntas por su origen, su realidad y su destino final. Y nada parece más cierto. Lo cual no quiere decir que alcancemos a responder tales cuestiones y mucho menos a aspirar a tener concepciones cuasi comunes, como en las ciencias. Sobre todo, la muerte, el último viaje, nos motiva a hacer metafísica, a tratar de saber de qué se trata este extraño ser que somos, acaso único en el universo, que tiene la lucidez y el horror de la conciencia, y que sabe que va a desaparecer.
La pandemia es la muerte que anda suelta, que juega a la lotería a toda hora y con toda la especie. Lógico que sea propicia la ocasión de preguntarse por qué y para qué andamos un rato en este minúsculo planeta.
No es que habitualmente sea distinto pero la puesta en escena de esos seres que miden la cienmilésima parte de un milímetro y puede matar millones de humanos hace especialmente grotesca nuestra condena a muerte, la muestra lúdica e impúdica. Por eso hay que consultar a los que tienen el oficio de preguntar por esos misterios sin respuesta, y que a lo mejor es de los más dignos, trágicos e inútiles humanos afanes.
Yo espero que esto pase, aunque no es lo único que debía pasar en esta hora de la historia, y lo haga lo más rápido posible. Aunque vencido el duelo volvamos al dominio del placer y la banalidad y confinemos a esos cultores del misterio, a esos empecinados milenarios que no renuncian a buscar algo de luz en esa noche sin estrellas en que navega la especie, según decía Pascal.
Sí es propio de las horas malas, aunque no solo de ellas, el repunte de las preguntas trascendentales. Y me imagino que al volver la vista atrás nos toparemos con el último capítulo de la metafísica –luego se trató de convertir al hombre todo en objeto de ciencia, muy primaria empresa– sea la fenomenología y el existencialismo, también productos de un siglo donde los humanos decidieron aniquilarse entre ellos por centenares de millones.
Lo que hizo decir a algunos que éramos constitutivamente destructores, tanáticos. O una pasión inútil. O un ser para la muerte. O un Sísifo inútilmente empecinado.
Decía Cesar Vallejo:
Tú sufres, tú padeces y tú vuelves a sufrir horriblemente,
desgraciado mono,
jovencito de Darwin…