Secta criminal, por Bernardino Herrera León
Ya es tiempo de definir qué es realmente la experiencia histórica que conocemos como socialismo. No es para nada extremista la afirmación que sigue: Todas las experiencias socialistas, hayan o no capturado el poder, han resultado catastróficas. Sin excepciones.
Sobran las evidencias. Algunos de cuyos terribles casos son narrados en prosa sencilla y desgarradora en el libro Historia criminal del comunismo, editado a fines de 2013, escrito por el historiador y periodista español Fernando Díaz Villanueva. Es libro es gratuito, puede descargarse libremente desde Internet, aunque también adquirirse a través de Amazon por precio módico, como gesto voluntario de apoyo al trabajo realizado por su autor.
Obras como esta demuestra que, haga lo que haga, diga lo que diga, disfrace como se disfrace, el socialismo terminará siendo, inevitablemente, una secta criminal. Por acción o por omisión.
Y como secta, se refugia en la manipulación retórica, guarida perfecta de las ideologías. Socialismo y comunismo son parte de un engorroso laberinto de conceptos que permiten evadir astutamente sus crímenes y presentarse hoy como si nada.
Un arqueo digital permite constatar que la intención es confundir antes que aclarar. Insisten en que socialismo y comunismo son diferentes. La manipulación discursiva es tan eficiente, que doctrinas de comportamiento democrático, como la socialdemocracia o el socialcristianismo, nunca lograron eficiente inmunidad para evitar ser infiltrados por socialistas-comunistas en sus filas.
Algunos socialistas confiesan ser comunistas. Define comunismo como el fin último, la sociedad idílica en que todos en el planeta somos iguales. El socialismo sería el paso previo, una transición.
Otros socialistas, como el político español Pablo Iglesias, también se reconocen comunistas. Pero como un secreto a voces. El hoy vicepresidente del gobierno de España afirmaba a sus seguidores que “La dictadura del proletariado no mola (no gusta)”. En su lugar debía hablarse de democracia. La verdadera por supuesto, no la “burguesa” o de la “casta”. El de iglesias describe la esquizofrenia socialista. La doble personalidad, siempre desdoblada. Un disfraz.
En realidad aborrecen la democracia. Sólo se aprovechan de ella. Fidel Castro y Hugo Chávez negaron ser comunistas, juraron ser demócratas.
En cambio, la mayoría de los militantes socialistas hacen constantes esfuerzos por distanciarse de ser identificados como comunistas. Prácticamente, ya no existen partidos comunistas. Su lugar lo ocupan ahora nuevas organizaciones de la nueva izquierda cultural y hasta racista como Black Live Mitter. Pero todas asumen casi al calco el programa político del comunismo. No se molestan en aclarar definiciones, y menos, analizar las desastrosas consecuencias de sus acciones.
La mentira, herramienta básica de la propaganda, es el oxígeno del socialismo. Sus dirigentes mienten y sus seguidores se mienten a sí mismos.
Mienten tanto que con frecuencia pierden el sentido de la realidad. El mundo falso que construyen en su retórica termina convirtiéndoles en criminales.
Hannah Arendt describió con exactitud esta psicopatía, refiriéndose al genocida nazi Adolf Eichmann. No son criminales en el sentido de delincuencia común. Tampoco son “monstruos”. Más bien son “personas normales”. Partes de una maquinaria criminal. Convencidos de actuar para una causa justa, mientras asesinan y torturan con fría y extrema crueldad. De ese modo justificaban sus aborrecibles actos. Arendt lo llamó “banalidad del mal”.
La delincuencia se refugia en la mentira y actúa en su oscuridad. Los delincuentes lo saben, son conscientes de sus crímenes. También lo están los caudillos socialistas-comunistas. Y continúan estándolo. Pero a diferencia de los delincuentes comunes, los socialistas tienen una ideología que blanquea, legítima y banaliza la muerte como un precio a pagar por la causa.
*Leas también: Cara o cruz, por Américo Martín
Basta referir un doloroso ejemplo que reúne suficientes evidencias como para demostrar que el socialismo es una secta criminal. La tristemente conocida Masacre de Cararabo. Ocurrió la noche del 25 de febrero de 1995, en un remoto puesto fronterizo entre Colombia y Venezuela. Unos cien criminales, que llaman “guerrilleros”, asaltaron un modesto puesto militar venezolano. Dado lo poco del botín en proporción con el número y ferocidad de los atacantes, no cabe duda de que se trató de un sangriento ritual de iniciación “guerrillera”. No bastó acribillar inmisericorde a ocho soldados. Remataron y mutilaron cuerpos sin vida de forma grotesca, para convertirlo en símbolo de terror y aumentar así su poder disuasivo.
Esa secta criminal aún existe, conocida como Ejército de Liberación Nacional, ELN. Actúa con total impunidad en el territorio venezolano. Respalda militarmente al gobierno de Nicolás Maduro.
Bien vale leer y analizar el “Manifiesto de Simacota”, de 7 de enero de 1965, fecha de iniciación de esta secta criminal, con un asalto a un puesto municipal, asesinando a tres policías y a dos soldados. Como el chavismo, se estrenaron con la muerte.
El “Manifiesto” del ELN contiene un “plan de gobierno” al puro estilo comunista. Su “método” es la violencia. Su fuerza, el odio y el resentimiento como motivación. Desde que publicaron el panfleto hace 55 años, jamás se han molestado en revisar su contenido. Porque es irrelevante.
En una entrevista a su “Primer Comandante”, Nicolás Rodríguez Bautista, publicada en su página Web, el caudillo describe con detalles armas y acciones militares. La política, la sociedad, en términos de ciencia social está por completo ausente. Los guerrilleros, como los delincuentes comunes, no estudian, contratan profesionales para facilitar sus crímenes.
El ELN ha sido y sigue siendo protagonista de una larga saga de masacres. Ofrece abundante material para una microhistoria brutal del crimen. Similares a los espeluznantes casos descritos por Fernando Díaz Villanueva, en el libro referido arriba.
Y como los del ELN, falta escribir muchos libros similares. El de las torturas a los presos políticos. El caso siniestro de La Tumba. El asesinato de Fernando Albán. Los maltratos degradantes a los estudiantes detenidos. Las miles de ejecuciones extrajudiciales del chavismo. Los crímenes, delitos y abusos de los “colectivos”. Y así muchísimos más.
La Venezuela chavista es una triste mina-fuente para escritores negados a que quede en el olvido la destructiva experiencia socialista del siglo XXI.
TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo