Secuest-Robo: el atraco “de moda”, por Juan Vicente Gómez
Secuestro con robo, uno de los modus operandi más frecuentes de los crímenes perpetrados en varios estados del país, es “un tiro al piso” para los hampones que sorprenden a víctimas vulnerables, generalmente mujeres o menores de edad que son retenidas bajo amenaza de agresión física, llevadas a sus hogares u oficinas, y despojadas de sus objetos de valor material.
Los hechos siempre registran bemoles de violencia, las denuncias con golpes y presencia de armas son lo más frecuente, pero llama la atención el llamado “psicoterror” en muchos casos, las meras amenazas verbales de los malandros, suficientes para infundir obediencia ciega en una ciudadanía que se sabe cada vez más desamparada frente a los criminales
Durante esta semana, Chacao, en Caracas, uno de los municipios estadísticamente más seguros de la capital, registró un incremento en la tasa de robos residenciales, muchos de ellos con secuestros que precedieron los atracos para garantizar la colaboración de las víctimas. En las proximidades del Centro Comercial Bello Campo, varios edificios fueron blanco de estas acciones, muchas de las cuales inclusive no llegaron a contar con denuncias oficiales debido al miedo infundido por los antisociales a sus víctimas.
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La avenida José Félix Sosa que se prolonga desde La Floresta hasta Bello Campo fue puntualmente zona roja en estos días, “donde opera una banda con 10 o 12 personas que son el azote de quintas y edificios”. Una víctima (desde el anonimato) contó su penuria: “dos personas que lograron ingresar al área común del edificio me empujaron hacia el ascensor y de allí, pidiéndome que no gritara, me llevaron hasta el apartamento.”
“No opuse ningún tipo de resistencia”, agregó. “Hice todo lo que me fueron pidiendo, busqué las pocas prendas que tenía, les entregué un televisor pantalla plana y un laptop, las únicas cosas de valor, y de todas formas me golpearon sin misericordia exigiéndome que les diera dólares, ‘la caleta’ como la llamaban ellos.”
También tomaron el celular de la víctima, “un perolito”. Pidieron nombres de familiares. Llamaron, sin éxito, a 9 personas que enumeró la persona secuestrada. Nadie podía contestar. “No me creían y es absolutamente cierto que ya todos se han ido del país, incluso mi pareja y nuestros 2 hijos.”
“Recé”, termina: “en ese momento pensé que me iban a matar porque ya los tipos estaban frustrados y me insultaban ‘por pelabolas’. Uno de ellos se encerró en el baño con mi teléfono, hizo otra serie de llamadas ‘pidiendo real’, parece que nadie respondió, salió furioso, lanzó el celular contra la pared, me pegó nuevamente y luego guardó silencio porque quizás los ruidos estaban alarmando a los vecinos.”
Nadie se atrevió a llamar a la policía. La persona que ofreció este testimonio tampoco denunció el suceso. Ya ni siquiera vive en Venezuela y apenas se encuentra en el país mientras intenta negociar el apartamento. “Precisamente decidimos irnos por el clima de inseguridad que impera aquí. Apenas venda la casa agarraré el primer avión que consiga y no volveré ni siquiera a pasar vacaciones en esta m…”