Semblanza y anécdotas de Teodoro, por Luis Manuel Esculpi
Mucho se ha escrito sobre los rasgos distintivos de la personalidad de Teodoro, destacados columnistas han resaltado en su semblanza desde el intelectual y hombre de acción, junto al compromiso militante, sin duda, aspectos definitorios de su vida, la vena periodística manifestada en su paso por la dirección de El Mundo y por su otra gran obra: TalCual, la pasión por la lectura y el cine, la condición de políglota, su afición por los Tiburones de La Guaira y hasta de gastronomía, su humor y carácter afable más allá de las primeras impresiones, su disposición a oír y de ser siempre receptivo a la crítica.
El reconocimiento del aporte al pensamiento político contemporáneo, hasta el punto que la reacción en las redes sociales –al margen de uno que otro obcecado o desconocedor de la historia– nos reafirma en la idea de las reservas que poseemos para emprender la imprescindible tarea de reconstrucción del país.
Me siento obligado a escribir también acerca de ese amigo entrañable que fue para mí Teodoro, sin la pretensión de superar los magníficos artículos publicados, ni siquiera los antes escritos por mi, por cierto, la semana pasada a propósito del premio Reina Sofía al poeta Rafael Cadenas, hice referencia al Ortega y Gasset otorgado por el diario El País a TalCual.
Decidí entonces relatar algunas de las anécdotas de la vida de Teodoro: después de la famosa fuga del cuartel San Carlos, recuerdo que tuvimos que organizar varias reuniones clandestinas que requerían una exigente preparación, no informábamos sino que asistiría un dirigente del partido sin mencionar nombre, por la participación de más de 15 personas. Una de esas tuvo que ser suspendida en sus inicios, porque la dueña de la casa se presentó y no había sido advertida por el esposo –quien nos había facilitado la llave– de la realización de la reunión. Tuvimos que adoptar las medidas de emergencia para organizar la salida y atender la «crisis de nervios» de la propietaria de la residencia.
Al tiempo Teodoro asistió –con el mismo camuflaje– a una reunión con los empleados de la UCV, donde estaba presente la amiga quien apenada no se dejaba ver y le comentó a uno de los asistentes «yo corrí sin saberlo a Teodoro de mi casa»
Luego restablecimos la reunión fallida sin inconvenientes, pero como ambas se realizaron muy próximas del edificio de la Disip, Teodoro me preguntó si la selección de los lugares obedecía a que considerábamos, que ese organismo no podría imaginar que uno de los personajes más buscados por ellos podría funcionar tan cerca de su sede en Los Chaguaramos, respondiendo que solo por casualidad la primera casa era de un empleado de la universidad y la segunda de un profesor ambos residentes de la zona.
En esa época el otro dirigente sumamente conocidos y a igual que Teodoro difícil de camuflar por las características de su rostros, era Pompeyo Márquez, para «maquillarlos» había que apelar al gran actor Rafael Briceño quien siempre estuvo dispuesto a cumplir con esa exigente labor.
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Teodoro opinaba que la clandestinidad no era para estar permanentemente en la «concha», el era partidario de una «clandestinidad activa», la asumía con mucha audacia, a veces cometiendo alguna imprudencia, la última vez que cayó preso, hizo una llamada telefónica desde una casa cuyo teléfono estaba intervenido y se citó con un amigo cineasta nada más y nada menos que en la plaza Altamira, por teléfono no se identificó con su nombre, pero los policías reconocieron su voz y lo esperaron donde sabían que acudiría.
Al salir de la prisión, cuando Caldera asume la presidencia en su primer mandato, recuerdo que declaró a los periodistas: «es la primera vez que salgo por la puerta principal del cuartel San Carlos»
Una semana después viajamos en el Volkswagen al estado Falcón (con el cual recorrió durante años el país, y con el mismo que en Guárico chocó con una vaca) cumpliría actividades del partido y yo a dictar unos cursos a la militancia de la juventud, dicté uno a los militantes del liceo Cecilio Acosta, entre los presentes se encontraba Didalco Bolívar quien estudiaba primer año en ese plantel.
Conocía las características poco cautelosas de Teodoro al manejar en carretera, llegando a Coro, nos paran en una alcabala y nos piden las cédulas, en el lugar estaba la fotografía de Teodoro y su hermano Luben solicitados, lo que provoca una algarabía entre los soldados, después de muchas explicaciones, como a la media hora logramos convencer al oficial que estaba al mando, que se comunicara con Caracas para certificar que estaba legalmente en libertad.
En ese viaje de una semana recorriendo el estado, en las numerosas conversaciones pudimos reconocer las coincidencias que teníamos y en la onda en que andábamos tanto los dirigentes de la juventud como los disidentes del partido, ya se había sido publicado: Checoslovaquia, él socialismo como problema, esa identificación posibilitó consolidar nuestra amistad por un poco más de cinco décadas.
En estos días han pasado por mi memoria múltiples imágenes y anécdotas, razones de espacio me impiden relatar las del debate en el seno del PCV, la fundación y militancia en el MAS, su ejercicio de parlamentario y como ministro, su separación del partido que fundó, la pasantía por El Mundo y la creación TalCual. Quizás en otros textos dedique unas líneas a esas experiencias.
Con estas anécdotas quiero rendir tributo y mi eterna gratitud a un venezolano excepcional, que durante todo ese tiempo me honró con su amistad.