Septiembre bonito, por Teodoro Petkoff
Septiembre cerró bonito-bonito: 4,5% de inflación, la más alta en los últimos 74 meses, para que en lo que va de año el índice alcance 25%. Si se la mide desde septiembre de 2001 a septiembre de 2002, el terrible guarismo llega a 28,2%. De manera que todo apunta que al cierre del año el ritmo de incremento en los precios al consumidor estará un poco más arriba de 30%. ¿Hay alguna buena noticia para el año próximo? Desgraciadamente, no. La inercia inflacionaria nos anuncia otro año de altos números. Estamos metidos en una espiral ascendente y aunque no necesariamente la cifra final sea mayor que la de este año, también será muy elevada.
Estamos, pues, ante los efectos combinados de una decisión que mantuvo la tasa de cambio anclada demasiado tiempo y de una situación política conflictiva que empuja a la gente hacia el dólar. Por un lado, la tasa de cambio casi fija, que rebajó la inflación, ciertamente, porque mantuvo el dólar barato, condujo, sin embargo, a una sobrevaluación enorme del bolívar y facilitó una fuga de capitales desmesurada. Cuando ya no fue posible resistir más, la tasa de cambio estalló, una vez sustituidas las bandas cambiarias por la flotación. De ahí en adelante la pugnacidad política se encargó de encarecer el dólar y alimentar la expectativa inflacionaria. Allí se destapó nuevamente el frasco de la inflación alta. Con la política económica de Giordani, avalada por Chávez, eso era inevitable que ocurriera.
Después de la caída de la economía este año, que debe estar entre 5 y 7 por ciento negativo, el gobierno estima un crecimiento en 2003 entre 3 y 4 por ciento. ¿Es posible? En teoría sí, aunque no sea sino por el efecto «rebote», pero en la práctica existe menos certidumbre sobre el futuro. Porque si bien ya no es Giordani el zar de la economía, con Felipe Pérez como gran gurú quién sabe si no estamos peor, por increíble que parezca. Su discurso del lunes pasado en la asamblea anual del Fondo Monetario Internacional fue por el mismo estilo de sus declaraciones sobre el importante rol del Espíritu Santo en la recuperación de la economía venezolana, con lo cual, por supuesto, los mercados internacionales no recibieron un mensaje propiamente apuntalador de ese inasible pero esencial factor que llaman «confianza».
El gobierno coloca sus esperanzas en un presupuesto de 40 billones, que en términos reales (es decir, descontando los efectos de la devaluación habida y de la inflación) es un 15% más alto que el de este año. Pero si se mantiene la política de restricción de la producción petrolera y la presión sobre el sector privado, este difícilmente puede reaccionar, de modo que tampoco podría darse mucha credibilidad a esa meta de 3% de crecimiento. En cambio, esa billonada podría nutrir las insaciables fauces del monstruo cambiario.
En fin, estamos mal y vamos peor… si es que supiéramos exactamente hacia dónde vamos.