Ser patético, por Marta de la Vega
El término mejor ajustado para el fiscal general del régimen usurpador de Maduro, que se pretendió poeta y defensor de los derechos humanos en mejores tiempos, que desoyó los llamados angustiosos de su hijo lanzados, en vano, desde la tierra de sus ancestros para que el padre retornara a la decencia y a la lucidez, es la segunda acepción de “patético”. Según el diccionario de la Real Academia Española, este adjetivo significa penoso, lamentable, ridículo. Sirve para calificar a alguien o algo como “despreciable por sus cualidades negativas”.
Sus actuaciones persecutorias siempre apuntan a la venganza, a la retaliación reactiva, al resentimiento sin disimulos cuando se refiere a figuras de las fuerzas democráticas que luchan para derrotar la infame camarilla que él representa.
Los epítetos usados y transmitidos por todas las emisoras internacionales de Radio y Televisión que hemos escuchado, son vergonzosos, al referirse a los embajadores Carlos Vecchio y Vanessa Neumann; al acusar a Leopoldo López y a su partido Voluntad Popular de “jefe de la banda del partido terrorista” que preside, al descalificar al recién nombrado Procurador, Enrique Sánchez Falcón, a la junta Ad Hoc del Banco Central de Venezuela y a Julio Borges, Comisionado para las Relaciones Exteriores.
Su discurso ha sido la reacción iracunda como vocero de la dictadura, a raíz de la decisión jurídica impecable de la justicia británica, que ha reconocido como único presidente legítimo, de acuerdo con el artículo 233 de la Constitución venezolana vigente, a Juan Guaidó y otorga al gobierno interino bajo su liderazgo la facultad de proteger el oro depositado legalmente en el Banco de Inglaterra, en Londres.
No puede disimular, si acaso no es responsable, que es cómplice de una banda perteneciente al crimen organizado internacional, al narcotráfico y al terrorismo, muchos de cuyos integrantes han sido acusados y judicialmente tienen precio para su captura.
Si no posee su “propia” mina en el arco minero, en pago a la lealtad al régimen, como hay otros de sus compañeros, no puede negar que ha sido colaborador, por silencio u omisión, del saqueo sistemático e ilegal, ahí sí, del oro de la república.
Un oro manchado de sangre de tantos asesinados o desaparecidos en ese trabajo en condiciones infrahumanas bajo el control de grupos terroristas al margen de la ley como Hezbolla, ELN o las FARC disidentes, de “pranes” o jefes delincuentes que controlan el contrabando de extracción de los metales preciosos o estratégicos hallados en la zona de Guayana.
*Lea también: Elogio del periodismo digno, por Tulio Hernández
Apela a la arbitraria interpretación de hechos que él tergiversa para justificar su papel subordinado a los intereses del tirano, manejado este por los militares del alto mando y las fuerzas armadas de seguridad del Estado, en alianza con los peores gobiernos anti-democráticos del mundo, corruptos, mafiosos y violadores sistemáticos de los derechos humanos de sus ciudadanos: Cuba, Rusia, Irán y Turquía, estos dos países, en la ruta del oro robado; Siria, China, Nicaragua y Corea del Norte.
No solo miente con descaro, sino que pone en evidencia que “el ladrón juzga por su condición”. Al funcionario ilegítimo se le olvidó cómo se llama. No recuerda las preferencias políticas radicales y terroristas que defiende. No se acuerda de los crímenes que ha ayudado a encubrir, de las crueles injusticias que ha propiciado. Cree que engaña a los cándidos e incautos que le escuchan. Al consultar rápidamente en Wikipedia, vemos que “proyección” es un “mecanismo de defensa por el que el sujeto atribuye a otras personas las propias virtudes o defectos, incluso sus carencias”.
Y la “proyección negativa”, para ser más precisos, ocurre “en situaciones de conflicto emocional o amenaza de origen interno o externo, atribuyendo a otras personas u objetos los sentimientos, impulsos o pensamientos propios que resultan inaceptables para el sujeto”. No hay duda de que el entorno internacional democrático no le favorece.
No debe dormir tranquilo, por el horror cotidiano al que han llevado al país los artífices y operadores de la farsa siniestra llamada “socialismo del siglo XXI”. El patético fiscal de Maduro proyecta aquello que en el fondo es, o aquello de lo que adolece, según dirían los psicólogos, al igual que todos los que lo acompañan en este proyecto despiadado de dominación totalitaria.
Cual Tartufo de la política, el patético fiscal es un impostor, como quienes, con él, dominan hoy las instituciones en Venezuela.