¿Será que Venezuela perdió a Belén?, por Sergio Arancibia
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Belén C. lleva casi dos meses en Chile. Es médico, graduada en la Universidad Central de Venezuela, y se dedica a tiempo completo a preparar el Eunacom, el examen que las autoridades chilenas exigen para ejercer la medicina – pública o privada– dentro del país. La próxima presentación de dicho examen es en diciembre y Belén ya está inscrita para rendirlo. Si lo rinde satisfactoriamente, se le abre la posibilidad de encontrar trabajo, lo cual no luce complicado, pues hay déficit de buenos médicos y más aun de especialistas, como lo es ella.
Pero el examen es difícil. Hay que prepararse y estudiar duro. Muchos médicos, venezolanos o no, no logran aprobarlo, incluso probando más de una vez. Por ello se han generado en el mercado cursos preparatorios, en que médicos chilenos preparan a los aspirantes, previo pago de matrículas cuyo valor mínimo es de 450 dólares. El examen mismo tiene, además, un costo de 350 dólares aproximadamente.
Pero el material propiamente didáctico, bastante extenso, circula entre los médicos venezolanos de buena voluntad. Uno de ellos, que rindió recientemente el Eunacom, y que está a la espera de los resultados, le facilitó recientemente, en forma generosa, varios megas de información electrónica a Belén. Ese amigo, médico también, desde luego, trabaja mientras tanto, en un ancianato, en algo así como médico residente, hasta que tenga su título en regla.
El primer paso para Belén es aprobar ese examen teórico. Después vienen los exámenes prácticos, que son cuatro. Aprobar esos exámenes abre además la posibilidad de traerse a Chile a sus dos hijos, de 17 y de 12 años, que quedaron en Venezuela, en casa de su ex esposo.
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Belén trabajaba en Maracay en cinco clínicas privadas, todas las cuales quebraron, como consecuencia de la crisis económica y sanitaria del país. Todos los médicos que se graduaron junto con ella ya se fueron del país. Ella fue la última en salir. Ya no tenía ingresos para sostener su casa y su familia. Ella era parte de una generación y de una clase media profesional que aspiraba consolidar una posición social y económica gracias a un esfuerzo educacional duro y sostenido. Ese ascenso no solo se detuvo, sino que se vino abajo rápida y violentamente, sin esperanza cercana de recuperación. Sus amigos y colegas ya no están.
El país que quiso y por el cual luchó, ya no existe. Pero Belén no vive derrotada por las vicisitudes de la historia. No vive carente de esperanzas ni de fuerzas para luchar. Ahora trabaja duro pero sus esperanzas son reconstruir en Chile su familia y su futuro. No se hace ilusiones de que el cambio político –lejano o cercano– volverá a hacer brillar en Venezuela las luces del progreso, de la alegría, de la sensatez y de la fraternidad.
Puede que todo eso esté en el futuro del país, pero el futuro personal de quienes dieron vuelta ya la primera mitad de sus vidas está más acotado temporalmente. No vive su estadía fuera del país como un paréntesis corto y transitorio. Se trata de una etapa nueva en su vida, que tiene que ser asumida con toda su especificidad y sus problemas, y con un horizonte de largo plazo.
En tiempos de por si dinámicos y cambiantes no se puede decir de una vez y para siempre que Venezuela perdió a Belén. Tampoco Belén ha perdido ni un átomo de los valores ni de la sólida formación moral que le inculcó su familia y la patria en la cual se formó.
Pero Chile ganó a una hija y Belén ganó el volver a vivir con esperanzas y con metas, y todos los buenos de este mundo ganaron junto con Belén.