Setenta y cinco años, por Marcial Fonseca
Twitter: @marcialfonseca
El padre del autor se despidió de nosotros hace 25 años; aquel rondaba sus 65 años, y este, los 50. El hijo se consolaba en que acompañó a su progenitor durante cinco décadas de alegrías, esperanzas, sueños y gratas conversaciones; y realmente sintió el acero de aquellas palabras borgianas: «El muerto no es un muerto: es la muerte».
Ahora, en los tres cuartos de siglo de quien escribe, este recuerda las tertulias con su padre y quiere revivirlas y actualizarlas; siente que en los últimos cinco lustros él estuvo viendo el mundo por y para su progenitor.
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¿Y cómo conversar con su padre?, ¿cómo contarle los sueños y los meandros surgidos en cinco lustros?, ¿cómo volver a oír sus consejos? Debía buscar una manera. Recorrió las escrituras de muchos monjes orientales, leyó otra vez los textos de hermenéuticos. No logró nada. Se paseó por el mundo espiritista, pensando en su padre, creía que esa era la manera. Para ello devoró los libros de Camille Flammerion; trabajó con varios médiums, para finalmente abandonar esa vía; se dio cuenta de que ese no era el camino.
Sin rendirse, se sumergió en el budismo, la reencarnación no lo convenció; pero lo llevó a un grupo de monjes tibetanos, dirigidos por Cramlai Lama, de 98 años, y en este consiguió la solución: soñar nos lleva a donde queramos; y lo más importante, tenemos la libertad de escoger las palabras de las respuestas que deseamos de los personajes oníricos.
Y así, lentamente empezó una vigilia cualquiera y logró la comunicación. Oyó cuando su padre le habló.
-Marcialito, hijo –lo sorprendió el saludo de su padre– ¿De qué quería hablar?
-Papá, bendición. Estoy entrando en los 65 años, la edad que tenía cuando usted se marchó.
-¿Y eso le inquieta?
-No, sino que siento que ahora conoceré un mundo nuevo para mí y para usted; mientras que el tiempo transcurrido desde su partida fueron nuevos para usted; yo en mis recuerdos y sueños le alimentaba mis experiencias de cómo cambiaba el mundo, para bien o para mal. Desde ahora, papá, será algo nuevo para ambos.
-Marcialito, hijo, recuerde, lo que fue, será; lo que ha sido hecho, es lo mismo que se hará; no hay memoria de lo que fue ni habrá memoria de lo que será. En verdad que todos los hombres tienen el corazón del mismo lado. Y siempre ha habido dificultades que a veces llegan como noticias, pero otras, debido a la Venezuela esparcida por el mundo por la debacle que vive nuestro país, algún familiar se verá afectado. Y algo, hijo, con ribetes kafkianos y que no veo hasta dónde llegará, es la manera acartonada de hablar: de decir «los niños y las niñas…», o lo peor, crear una palabra con la vocal e para referirse a ambos géneros, obviando la ya asentada por siglos, y escribir «les niñes…»; o usar la arroba, que no es una letra en lugar de la e: «l@s niñ@s…». Así que la nueva generación tendrá que acostumbrarse a aliterativas expresiones, de suyos irritantes, como «los alumnos y las alumnas que sean cuidadosos y cuidadosas tendrán la oportunidad…»
El autor despertó, aunque tuvo tiempo de decir, Gracias, papá.
Marcial Fonseca es ingeniero y escritor
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