Show belicista, por Teodoro Petkoff
Un célebre político francés acuñó aquella frase memorable de que la guerra es un asunto muy serio para dejarla en manos de los militares. Siendo la guerra, como estableciera su más famoso teorizante, Clausewitz, la continuación de la política por otros medios, las decisiones sobre ella competen a los políticos y no a los militares, quienes no son otra cosa que los encargados de librarla. Ir o no a una guerra es una decisión que debe ser tomada en los niveles políticos del Estado y no en los estados mayores castrenses.
Nuestro país tiene el grave problema de que a la cabeza del Estado se encuentra un militar que subordina las decisiones políticas a la óptica militar. Su lenguaje está pleno de conceptos militares; su partido político está organizado según un esquema militar y es visible la intención de militarizar la sociedad. Peor aún, la organización del Estado y su relación con la sociedad reproduce la centralización y el verticalismo propios de la estructura castrense. El estilo de mando es típicamente militar, basado en ordenes que deben ser cumplidas sin debate. La autoridad del líder no se discute y la retórica oficial subraya siempre la condición de «PresidenteComandante en Jefe» de Chávez.
En la relación con Colombia Chávez privilegia la visión estrictamente militar. Cada conflicto es asumido desde la perspectiva de una eventual confrontación armada. Cada vez que la tensión entre ambos gobiernos sube de voltaje, Chávez habla de guerra.
Todavía se recuerda con sorna aquella bufonada de ordenar una movilización militar hacia la frontera que dejó serias dudas sobre el apresto operacional de nuestra FAN.
¿Cómo actúa un jefe de Estado que observa el asunto desde el ángulo político, como debe ser? Lula puede ser un ejemplo.
Expresó su lógica aprensión por el despliegue de personal gringo en bases militares colombianas, planteó el debate con Uribe en Unasur, se reunió personalmente con este y, aún manteniendo sus reservas, reconoció el derecho soberano de Colombia a celebrar los acuerdos que considere convenientes. Se puede estar seguro, sin embargo, que las fuerzas armadas brasileñas, sin hacer olas, han tomado nota del asunto.
¿Cómo actuó Chávez? Exactamente de modo contrario. De una vez planteó el tema en tono confrontacional, utilizando su acostumbrada retórica insultante y agresiva. La razón que tenía, porque lo de las bases es asunto que no puede dejar de mover a preocupación, la perdió al darle cuerpo de un modo que no sólo colocó las cosas en el terreno de la amenaza bélica, sino que, además, la manipuló, por razones ajenas a lo de las bases. Su mente está en las elecciones de 2010. El domingo pasado se le vieron claritas las patas al caballo electorero; todo era puro aguaje, show dirigido a tratar de detener la hemorragia de desencanto que diezma las filas de su base popular.
Lo peor para él es que está perdiendo también la batalla política. La imagen que proyectan el presidente y sus acólitos es la de unos orates histéricos, que ya no encuentran que más agravios acumular sobre el vecino, mientras en el país retumban las voces de quienes se oponen a aventuras bélicas y reclaman paz.