Si no eres mía, no serás de nadie, por Tulio Ramírez
Recientemente recorrí el campus de la Universidad Central de Venezuela (UCV), hice las veces de guía turístico de un profesor visitante. He hecho el mismo recorrido por más de 30 años, pero esta vez con la mirada más atenta en los detalles y no preocupado por llegar tarde a alguna clase.
Me sucedió lo mismo que cuando le muestras la casa a alguien que te visita por primera vez. Descubres que la cerámica del baño ya está para ser cambiada, que los muebles están desteñidos y que los gabinetes de la cocina están abombados por la filtración que hay en la pared. Pues en ese improvisado tours me percaté del nivel de deterioro que están sufriendo las instalaciones de nuestra querida UUUCV. Deterioro que no es causado por el mero transcurrir del tiempo, sino por la imposibilidad del mantenimiento oportuno, preventivo o correctivo, dado los escasos recursos presupuestarios. No descarto algo de descuido, igual que en la casa pues.
Para mi sorpresa, el distinguido profesor en vez de referirse al tamaño excesivo del monte (grama), las filtraciones en techos y paredes, la inexistencia absoluta de bebederos de agua, la ranchificación de oficinas, la falta de bombillos en pasillos y aulas, lo inservible de las instalaciones sanitarias, laboratorios sin reactivos, salas de computación sin computadoras, más bien destacaba con emoción el ambiente intelectual y de paz que se respiraba en sus espacios. Afirmaba que en ninguna de las universidades que había tenido la oportunidad de visitar, había observado un campus donde al mismo tiempo podía observar obras de arte, juventudes escudriñando apuntes y revisando libros o haciendo performances de variada naturaleza, junto a coloridas guacamayas revoloteando alegremente por hermosos chaguaramos que apuntan hacia el cielo.
Los anteriores párrafos dan cuenta de dos realidades que coexisten contradictoramente en un solo espacio. Por una parte, una universidad que enseña heridas y cicatrices ocasionadas por la falta de recursos presupuestarios; y, al mismo tiempo, una universidad que abre sus espacios y convoca amablemente al pensamiento plural, al debate democrático, a la libertad de cátedra y a la expresión libre. Este último es el ambiente que logró captar nuestro amigo el profesor visitante.
“Es que esa es la universidad”, me comentó mientras caminaba por la Tierra de Nadie y escuchaba mis explicaciones sobre las razones del calamitoso estado de los muebles e inmuebles.
Mirando fijamente al simbólico Reloj que no da la hora, trato de calmarme manifestando “tranquilo, entiendo tu angustia, pero la universidad es más que un conjunto de edificios, aulas y oficinas
Es un infinito espacio para el pensamiento libre que no depende para su subsistencia de que cuatro paredes estén sólidas y bien pintadas, o estén rotas por la acción del tiempo, descuido o por la negativa de los recursos para su mantenimiento, la universidad permanecerá mientras existan personas con deseos de conocer y de enseñar”, remató. Esta reflexión me hizo caer en cuenta que si bien es importante evitar el deterioro de los espacios universitarios, lo es mucho más evitar el deterioro de la vida universitaria.
En su plan de destrucción masiva, el gobierno socialista está haciendo que sea cada vez más difícil mantener la infraestructura de las universidades autónomas debido a los exiguos presupuestos otorgados. Es como si hubiesen recurrido a la típica conducta del pretendiente rechazado y humillado. “Si no eres mía, no serás de nadie”, parecen gritar a los cuatro vientos. Sin embargo la universidad continúa incólume en manos de los justos. Es por ello que, aunque sigan apostando por el desgaste de su infraestructura, mientras exista vida universitaria, la universidad autónoma se mantendrá en pie.