Si nos quedamos aquí no es para ser víctimas, por Beltrán Vallejo

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Este título me lo inspiró una entrevista que le hicieron al actor y director de teatro Héctor Manrique, que salió en una publicación digital recientemente, donde habló de las heridas de la diáspora y del desarraigo que implica el abandono de la tierra donde se nació.
La expresión completa de Manrique es esta: «Los que nos quedamos debemos tener la suficiente convicción de que permanecemos aquí, no para ser víctimas, sino para procurar cambiar el mundo en el que estamos».
Así mismo, pienso que, a pesar de estar en un país en escombros y con brutalidades y atropellos por doquier, y con un futuro incierto, opaco y absurdo, a pesar de todo eso, quiero y debo quedarme; pero el quedarme con dos sentidos: resistir y luchar.
No tiene sentido quedarse en Venezuela asumiendo el rol de víctima, como parece que muchos lo han asumido así; no tiene sentido quedarse en Venezuela para vivir de rodillas; no tiene sentido quedarse en Venezuela viviendo de bonos y de una bolsa de CLAP; no tiene sentido quedarse en Venezuela dando lástima o aplaudiendo a la lástima. Hay muchos enemigos de la dignidad en Venezuela para que yo me sume a esa lista de la ignominia.
Claro que tengo todos los días dudas de quedarme, pero no voy a darle poder a esas dudas.
Se han ido casi siete millones de venezolanos, y en ese ejército, por supuesto, se fueron gentes de mala ralea cuyas conductas delincuenciales, en países como Perú y Colombia, han disparado la xenofobia allá; pero también en esas naciones y en otros lugares ha llegado el venezolano honesto, talentoso, innovador, trabajador, alegre, sano, buen amigo, buen esposo, esforzado, de principios, emprendedor y preparadísimo.
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Creo que lo mejor de lo mejor está fuera del país, y aquí como que se está quedando el rendido, el derrotado, el entregado, el enfermo, el envejecido, el sumiso y el postrado; pues eso no puede seguir en este ámbito de los venezolanos que nos hemos quedado. Hay más de 20 millones de venezolanos aquí que debemos dar la batalla para recuperar nuestra tierra y rescatarla de este malandraje rapaz que desde Miraflores ha infectado el tejido social y ha devaluado la existencia de todo un pueblo.
El venezolano que se queda en su país, si no parte hacia la frontera con Colombia y Brasil, si no se monta en un peñero para cruzar el inestable mar Caribe, si no cruza los pasillos del aeropuerto internacional de Maiquetía, está obligado a ser fuerte; está obligado a resistir y combatir. Si la oscuridad impera, pues estamos obligados a prendernos.
En verdad les digo que yo no quiero irme y ni quiero aprender a decir adiós, por lo que debo movilizarme para enfrentar a Maduro y a sus secuaces. No quiero quedarme para esperar a un gringo ni a un mesías. Uno, porque soy patriota, y el otro porque el último mesías que apareció terminó dejando el estiércol económico, social, institucional, cultual y moral que nos ahoga como sociedad: y además, nos dejó a Maduro.
Estoy claro que el venezolano que se ha ido; no solo fue echado por Maduro y por su irracional modelo económico, también fue echado por el venezolano rendido y cómplice. Usted, señora madurista, que baila en las campañas del PSUV, usted echó a su hijo que está en Colombia trabajando de lunes a lunes para mandarle dinero para que usted sobreviva.
Y no culpes a las olas si te hundes, si no entiendes al mar y a sus mareas.
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