Si se toman de las manos, vencerán, por Rafael A. Sanabria M.
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En política, quien no olvida no vence,
quien no perdona no triunfa.
Cecilio Acosta, 1855
Es increíble la intolerancia existente entre oficialistas y opositores. Personas que se han conocido desde siempre, que compartieron la alegría y el dolor, que viven las mismas calamidades diarias, hoy se cubren con un insensato manto de rencor y rechazo. Aunque tienen hoy un dramático punto en común: desean salir del actual atolladero, aun así, se señalan entre sí con saña. Es lamentable escuchar ofensas por el simple tema ideológico. Este no es el camino correcto.
Hay una masa creciente de oficialistas descontentos que no quiere ir a votar y, de hacerlo, no sería por los candidatos oficiales, a muchos de los cuales acusan directamente del saqueo de sus beneficios; pero tampoco votaría por los candidatos de la oposición clásica. Del lado de los opositores de siempre sí van a votar (esta vez sí), confían ellos que el descontento general los llevará al triunfo. Si ambos grupos se sumaran se asegurarían de alcanzar la masa crítica, una mayoría clara que podría triunfar con holgura con candidatos e ideas frescas, transitando la tierra de paz y unión. Deberían hacerlo por sus hijos y por ellos mismos, que ya están cansados de viejos odios insensatos. Mas, hay una fuerza que, lentamente, los lleva a buscar un piso intermedio para beneficio de ambos, esa fuerza es la necesidad. Necesidad, a secas.
Se necesita detener la destrucción del país y comenzar la inmediata reconstrucción. Esa enorme tarea no la puede hacer la gente del gobierno y tampoco la oposición, lamentablemente. Se necesita a todo el país con muchas ganas para poder hacerlo y dibujar unas metas claras, con una luz que guíe el camino, con esperanza y mucha confianza. Pero de eso también tenemos escasez: no hay confianza.
Han sido más de 20 años anclados en alguno de los dos lados, mirando hacia el otro con desprecio, insultando, retando y hasta sangrando.
Han sido más de 20 años (para muchos toda la vida) en que aquellos han sido los enemigos, el bloque del mal, y los del propio bando los compañeros, los panas de las marchas, la gente buena en quien se puede confiar. Cómo pedirles ahora que voten por el bando del otro: les haría ver un fantasma llamado traición. No es fácil.
La gran masa de los chavistas escaldados y de la oposición razonable e inocente se miran hoy con cautela, porque la necesidad los empuja. Quieren cambiar el estado de cosas, volver a tener país, descansar de ese odio atávico que no es propio de nuestra idiosincrasia, y porque esta situación no puede ser para siempre.
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Para solucionar este desmadre político es necesario salir del rígido esquema mental que nos constriñe. Es vital que nos tomemos de la mano, olvidar el pasado de bulla pueril y enfrentar el presente para poder modificar el futuro. La cuestión no es buscar enemigos sino aliados. Nada hacemos con colocar el dedo en la herida del otro para verle sangrar; aspiramos sí al sosiego, paz y progreso.
Si se quiere el cambio de la patria y no de fichas, pongamos a un lado nuestras diferencias, de lo contrario seguiremos sumergidos en la situación que nos ahoga, víctimas de las cúpulas poderosas (unas y otras) que trabajan en su propio beneficio.
Es hora para la madurez política. Basta de que los dizque líderes de las organizaciones con fines políticos jueguen (todos) para ganar ellos y no el pueblo. En su afán de poder han convertido al pueblo en un carnaval de odios, de allí la credibilidad que han perdido.
Los oficialistas y los de oposición desilusionaron al pueblo. Buscando eliminar a los contrarios han destruido el país bueno que añoramos. En las calles se escucha el malestar, la queja y las efusivas retahílas de improperios contra las autoridades. Se lanzan maniqueas agresiones por defender su (supuesta) derecha o su (supuesta) izquierda. El problema hoy no es asunto de derecha o izquierda, sino del progreso del país. Debemos rescatar el real Estado de derecho. Debemos encontrar y llevar al poder a hombres capaces y honestos que comulguen con el sentir y las necesidades del pueblo.
Venezuela espera una historia nueva, un libro en blanco para llenarlo de patriotismo verdadero, ese que hace florecer los campos, hervir los senderos, enriquecer la educación y la cultura, prosperar la sociedad. Estamos cansados de tantas discordias, estamos hartos de la mediocridad de la hábil casta minoritaria que ostenta el poder. Queremos pan; pan de instrucción elemental para el pueblo y el pueblo llegará a su destino.
Tomémonos de las manos y venceremos, sin importar las tales ideologías proferidas sin convicción, lo que debe prevalecer es el trabajo y el interés común. Venezuela espera que su pueblo la salve.
Yo soy pueblo.
Rafael Antonio Sanabria Martínez es profesor. Cronista de El Consejo (Aragua).
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