Sieyès en la autopista, por Gustavo J. Villasmil-Prieto
«J´ai vécu»: «he vivido». Así terminaría justificándose a sí mismo, cercano el fin de sus días, Emmanuel –Joseph Sièyes– mejor conocido como el Abate Sieyès–, que de oscuro clérigo diocesano acabó convertido no solo en una de las figuras más fulgurantes de la Revolución Francesa, sino también en uno de sus más conspicuos sobrevivientes. Nacido plebeyo en 1748 en Frejús, al sur de Francia, es ordenado sacerdote en 1773 pese a su nula vocación. La cosa se entiende: formar parte incluso del bajo claro se ofrecía como una palanca de supervivencia y una ventana de ascenso social en la Francia de los Tres Estados –aristocracia, burguesía y clero– en tiempos del Antiguo Régimen.
Sin negar sus luces, el curita francés se revelaría como un verdadero «corcho» capaz de flotar en las agitadas aguas de aquella revolución formidable. Saltó a la fama con un escrito llamado a influir poderosamente en los hechos que a continuación se sucederían: el famoso «Qu’est-ce que le Tiers état?» («¿Qué es el Tercer Estado?»). Sieyès está entre los que se constituyen en Asamblea Nacional, ese mismo año, tras la declaración de principios jurada en la cancha de “jeu de paume”, el juego de pelota del que podría decirse era como el «paddle» de nuestra sifrinería criolla en versión aristocráticofrancesa. Fue en el verano de 1789. Un mes más tarde, los parisinos asaltarían la prisión de La Bastilla. La etapa popular de la revolución estaba en plena marcha, con el Abate en primera fila.
Seguiría 1792, el terrible Año II de la Revolución. El Comité de Salud Pública impondría el terror de las guillotinas. En medio del aquelarre de una revolución que devoraba a sus propios hijos rodaron muchas cabezas, la del temible Maximiliano Robespierre incluida. El Abate, sin embargo, supo arreglárselas para mantener bien puesta la suya.
Pero, como es sabido, a la Revolución le sonó un día su Thermidor y a la Convención se le impuso el Directorio. Fue en 1795 y el Abate, para variar, también estuvo allí. En 1799, el drama de la Revolución Francesa llegaba a su fin tras la reacción thermidoriana. Poco después, el Abate tendría que inventárselas para «surfear» la ola como uno de los auspiciadores del golpe 18 de Brumario del Año VIII que trajo a un joven y ambicioso general corso, victorioso en el lejano Egipto, para poner «orden en la pea». Era Napoleón Bonaparte. Finalizado el bochinche, el otrora gris cura de pueblo acabó convertido en ennoblecido senador y propietario de extensas tierras. Pero todavía le aguardarán más brincos y carreras.
En 1815, los borbones franceses son repuestos en el trono con Luis XVIII hasta la muerte de este en 1824, siendo sucedido por un Carlos X que no se anduvo por las ramas a la hora de echar atrás las reformas impuestas por su antecesor. El Abate se las vio «negras» y escapó a Bélgica. Será en 1830, con Luis Felipe de Orleans coronado «rey de los franceses», cuando el zamarro Abate podrá regresar a Paris para morir pocos años después, en 1836, habiendo sorteado hábilmente a la Revolución, a la calamitosa Primera República y su Convención, al Directorio, al Consulado de Napoleón y su posterior Imperio, a la Restauración borbónica, a los 100 días de «ñapa» del Gran Corso, y, finalmente, al reinado de Luis Felipe: ¡vaya que supo sobrevivir el hombre! Sobrevivir políticamente, así hubiera que jurar a la república hoy, a un emperador día de mañana y a un nuevo rey el de pasado, no importa. Porque lo que se imponía era mantenerse a flote por y para el poder sin mirar mucho hacia los lados, aposentarse en él como fuera y al precio que fuera.
En París o en Caracas, en el siglo XVIII o en el XXI, en medio de aquella revolución o de esta otra, el objetivo de ciertos políticos es siempre el mismo: sobrevivir politicamente, no importa cómo ni a qué precio.
Los venezolanos nos topamos en estos días con la pancarta publicitaria de candidatos sin opción en procura de su propia supervivencia política. Gracioso y dicharachero, destaca uno cuya pancarta nos conmina a simplemente «pasar la página», como si 25 años de destrucción de todo lo que una vez fuimos pudieran ser abandonados dentro de una carpetica de manila a la espera de que un día algún curioso tesista se la encuentre y se decida escribir una disertación acerca de cómo fue desmantelado el país que llegó a protagonizar el más vigoroso proyecto de modernidad iberoamericano del siglo XX.
Unos metros más allá, exhibiendo sonrisa de dentífrico y haciendo uso de los símbolos y siglas de un partido judicializado, otro candidato renueva la poco original consigna del «vivir mejor, en tanto que ya en plena autopista, desde la azotea de algún viejo edificio descascarado, un tercer y desconocido aspirante se limita a exhibir su fotografía como si se fuera una estrella de rock, sin tan siquiera molestarse en rematarla con algún lema más allá del socorrido «fulano presidente». Un dato a destacar en las tres mencionadas vallas publicitarias es su muy similar diseño: todas parecen salidas de la mano del mismo publicista, como por encargo.
La lista es bastante más larga. A ella habría que agregar a candidatos cuyo mejor discurso se entreteje alrededor de una arepa o de un lápiz Mongol®. Hay otro más que va por ahí ofreciendo salvaciones celestiales, otro al que solo le falta presentarse a las elecciones de su condominio y mejor paremos de contar. Políticos menores que apelan a la desmemoria venezolana denunciada hace décadas por el gran Briceño-Iragorry, en un ejercicio sinigual de desvergüenza política que pasa por pedir el voto a un ciudadano que no los conoce con tal de hacerse de algún residuo de poder que les mantenga mínimamente vigentes, de un espacio para sobrevivir. Porque no a otra cosa vienen esas candidaturas «de relleno» que despliegan su propaganda estulta por calles y autopistas convencidos de que el venezolano ha pasado «liso» por cinco lustros de tragedia nacional.
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Siendo justos, al astuto cura provenzal tendríamos que reconocerle aportes recogidos en textos históricos que aún estudiamos y nos mueven al debate, pero, ¿es que hay algo que rescatar en estos, sus émulos venezolanos, más allá de la consigna vacía, el desplante televisivo o radial y alguno que otro chiste malo? Lo que si es cierto es que los tipos van tras lo suyo: sobrevivir como sea y, de paso, procurarle un mínimo de aspecto «competitivo» a una elección claramente desigual. A eso vienen. Poco importa si a costa de un país entero.
Gustavo Villasmil-Prieto es Médico-UCV. Exsecretario de Salud de Miranda.
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