Silencio, trapiche trabajando, por Carolina Gómez-Ávila

En marzo pasado llamé suicidas a los jefes de los partidos Acción Democrática y Un Nuevo Tiempo. En esa fecha eran los dos únicos partidos políticos que, dentro de la Mesa de la Unidad Democrática, estaban habilitados para participar en las malhadadas elecciones del 20 de mayo y decidieron no hacerlo. Los volví a increpar en junio por no escoltar su huelga electoral con acciones coherentes que les permitieran capitalizar lo logrado en los últimos años. Entonces asumí que se habían inmolado sin sentido.
Nada me ha parecido más desolador considerando la imposibilidad de que Henri Falcón represente por sí mismo (sin el aval de la coalición opositora) una opción para nada, nunca. Pero la desolación es una desgracia que parece que tampoco viene sola porque le siguió el silencio del liderazgo, el más desconcertante que recuerde en nuestra historia política reciente.
La suma de estos procederes se me hizo incomprensible y, desde entonces, es una de mis mayores preocupaciones en torno al Ejercicio Ciudadano. Hoy les confío una especulación nacida en torno a una taza de café, una posibilidad remota pero no deleznable.
Este café me hizo recordar otro o más bien al dirigente con quien me lo tomé, en otra Venezuela y otro tiempo, que insistía en que teníamos un alto número de partidos políticos considerando nuestro número de habitantes. Me pareció que eso le mortificaba porque abundó en explicaciones para acercarme a su idea de que alrededor de media docena de partidos nacionales podían representar todas las opciones ideológicas que satisficieran las posibles expectativas del venezolano: dos de derecha, dos de centro, dos de izquierda y, dentro de estos pares, uno algo más radical y otro moderado. En ese entonces teníamos, creo, una treintena en la oferta electoral.
De vuelta al presente con otro sorbo de café, recordé que el exitoso Pacto de Punto Fijo nació de los jefes de apenas tres partidos políticos y, después de asociar una cosa con otra, vinieron a mi memoria cantidad de eventos y frases sueltas que se afincaban en que el número desproporcionado de caciques explicaba el fracaso de la MUD.
El sistema de “entren que caben cien, cincuenta parados y cincuenta de pie” la hizo inoperativa y, a la vez, estimuló el crecimiento del problema. Resultó suficiente para cualquier advenedizo declarar que ingresaba a la MUD y luego que renegaba de ella para que, de súbito, se le considerara un nuevo líder político. ¿Cómo podía prosperar la Unidad si la división dejaba tal rédito? ¿Una radioterapia política podría acabar con estas células nocivas a pesar de que su costo fuera acabar con las sanas?
¿Fue esta la estrategia que llevó a AD a abrazar la suicida huelga electoral? No lo sé. Pero considero que AD será uno de los muy pocos partidos que lograrían revalidarse ante cualquier organismo electoral con rectores de cualquier signo político. También creo que a eso se debe su campaña de “descaraqueñización” de la política y su gira por las provincias; nada cuadra mejor con lograr el apoyo firmado del 0,5% del padrón electoral en 12 estados del país. ¿Podrán resucitar con ellos todos los partidos y franquicias personales? No lo creo. Pero a fin de cuentas, llegada la hora, el resultado podría ser un puñado de verdaderos y legitimados líderes capaces de acordar, ahora sí, un pacto al modo del de Punto Fijo.
La verdad es que siendo AD un partido político con historial ganador, con ideología, doctrina, estructura y militancia, hay que tener la sangre muy fría para optar por el suicidio sólo porque así se puede lograr la desaparición política de quienes han impedido alcanzar un acuerdo unitario. Y la verdad es que los políticos que se destacan tienen la sangre fría pero habrá que recordarles la recomendación de Maquiavelo según la cual si debes dañar a otros, debes hacerlo de tal manera que les sea imposible vengarse.
Así se me ocurrió, tomándome un café, que el silencio se haya debido a que el trapiche requiere tracción a sangre y ha sido necesario un callado esfuerzo para hacer que los rodillos prensen la caña y apenas ahora empiece a verse el bagazo. Por cierto, muchos creen que el bagazo es inútil pero se echa a la candela de las calderas en que se cocina el jugo de caña.
Es bueno tomarse un café; hacemos silencio, aguzamos el oído y nos arriesgamos a ver las cosas desde otro punto de vista, aunque el café sin azúcar sea muy amargo.