Para Silvia Margarita y Rafael Andrés, por Luis F. Cabeza
Twitter: @luisfcocabezas
Tenía previsto escribir sobre otro tema, pero la noticia de dos personas mayores halladas muertas dentro de su propio apartamento, por causas atribuibles a la desnutrición, me obligaron a reflexionar sobre esta dramática e intolerable situación.
Silvia Margarita y Rafael David tenían 72 y 73 años ambos eran pensionados y vivían solos, sumando el monto mensual de sus dos pensiones no llegaban a 2$ mensuales, y aún sumando lo que recibían a través de bonos que se otorgan vía el carnet de la patria, no lograban sumar 5$.
En el pasado mes de noviembre de 2019, en un estudio que realizamos sobre necesidades humanitarias de personas mayores, entrevistamos a 1200 adultos mayores, y alertamos que tres de cada cinco se acostaba regularmente con hambre, uno de cada 10 se acostaba todas las noches con hambre y 23% de los entrevistados manifestaron vivir solos.
Todo este panorama sombrío, recordemos que es una fotografía de lo que padecían las personas mayores previa la llegada del covid-19.
Ya para ese entonces estábamos frente a un Estado con cada vez más mermadas capacidades para garantizar el mandato de proteger y, en especial, a las poblaciones que ya enfrentaban especiales condiciones de vulnerabilidad. Con la llegada del covid-19, las fragilidades se acentuaron aún más y las personas mayores comenzaron a no solo ser las víctimas letales del global virus sino también de medidas que los obligaban al confinamiento, no valorando las casi nulas capacidades económicas de muchos adultos mayores para llevar adelante medidas como «quédate en tu casa», llegándose, incluso a prohibir la libre circulación de personas mayores en los días de flexibilización, medida absolutamente discriminatoria y que dejó como consecuencia que muchas personas mayores que desempeñaban empleos formales, los perdiesen.
Más recientemente, en el mes de agosto, en Convite realizamos un nuevo estudio de condiciones de vida de las personas mayores donde entrevistamos a 603 adultos mayores, de las ciudades de Barquisimeto, Miranda (Baruta, Chacao, Sucre y Páez) y Maturín, donde obtuvimos datos que ratifican la comprometida situación nutricional de las personas mayores.
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65% de los entrevistados manifestaron que reciben la caja CLAP cada dos meses, 43% manifestaron que la caja CLAP les dura menos de 15 días, 52% de los entrevistados manifestó que han tenido que reducir sus porciones de comida y el 43% solo hace dos comidas diarias.
Como vemos, la situación seis meses después de ser decretada la cuarentena es más compleja para las personas mayores y muchas la enfrentan en situación de soledad. En este sentido, cobra especial relevancia las poblaciones mayores de sectores de la clase media empobrecida, donde a diferencia de los sectores populares no hay una cultura de redes de soporte vecinal, más allá de la propia familia, lo que incrementa las condiciones de riesgos de estas poblaciones.
Morir de hambre es la más dramática expresión de la pobreza, este lamentable episodio compromete al Estado venezolano y deja evidencia su estoica mirada frente al sufrimiento de los más débiles.
Estas son dos muertes que pudieron ser absolutamente evitables, la ausencia de soporte familiar no puede ser pretexto para desentenderse de las necesidades de asistencia y protección que requieren las personas mayores en situación de soledad, de las cuales se tiene evidencia que pudieran ser alrededor de 700.000, cifra conservadora tomando en cuenta la creciente cantidad de personas que han migrado, y siguen migrando de manera forzada dejando atrás a sus parientes más vetustos.
La muerte de Silvia y Rafael es solo la punta del iceberg, ellos no pueden pasar a ser un número más, si como sociedad no hicimos nada para que estas muertes no ocurrieran, debemos honrar sus nombres, promoviendo acciones encaminadas a que esto no vuelva a ocurrir, así como también exigir al Estado que restituya su obligación de proteger, no podemos quedarnos de brazos cruzados. Podríamos comenzar por saber un poco más de ese vecino mayor que vive solo, a la vera de nuestra puerta.
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