Simón Rodríguez está vigente, por Rafael A. Sanabria M.
“Ha llegado el momento de enseñar a la gente a vivir”
Simón Rodríguez
“usted formó mi corazón para la libertad”
Simón Bolívar
Sabemos que don Simón Rodríguez fue el maestro de Simón Bolívar, pero poco se nos ha hablado del niño Simón Narciso Carreño Rodríguez, un ser humano, con origen, niñez y adolescencia, con una espesa ola de anécdotas.
Desde niño escuchaba una palabra extraña, como otro apellido: expósito. Ése era su origen, una criatura dejada en un amanecer a la puerta de un convento, envuelto en trapos y llanto. Abandonado por una sombra que huye. Hijo de la piedra, como decían los viejos españoles. Hijo de todo el pueblo, de toda la gente, parecido a todos los rostros. Hijo de nadie.
Podía haberse llamado de cualquier manera, con cualquier nombre. Nada tenía que ver su sangre con aquellos nombres. Su madre podría ser cualquiera de las mujeres que llenaban las iglesias. Una mujer de clase alta. Suficientemente alta para no guardar un hijo natural. Las gentes modestas no abandonaban niños.
Nueve meses oprimido en una preñez oculta, en una casa amenazada por la vergüenza de una hija que iba a tener un hijo que no podía tener. El cura Carreño le había contado su historia de vida a retazos.
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Él notó que su llegada al mundo era parecida al naufragio del personaje Robinson Crusoe. Lanzado, expelido en tierra desconocida. Era un náufrago. Cuando viajó cambió de nombre, era Samuel Robinsón. Conservó la S y la R de su nombre original.
Para el niño Simón Rodríguez la vida no fue fácil, tuvo que sobrellevar un contexto histórico colonial desigual, donde no había libertad, justicia, igualdad, derechos humanos. Tuvo que lidiar con el apellido calificativo: expósito. Debió haber sentido el rechazo de las élites y los preceptores.
La educación era privilegiada para hijos de blancos y él apostaba que se les enseñara a los hijos de los artesanos y agricultores a ser mejores artesanos y agricultores. Había que enseñar a los hijos de los pardos y de los morenos. Ahora podemos entender por qué el gran maestro fue irreverente, revolucionario, defensor de los derechos de los más desvalidos, pues actuó en función a su identidad, reconoció en todo momento de donde venía. Jamás podemos olvidar nuestras raíces.
La educación tenía que extenderse a todos. Había que enseñar una industria para la subsistencia. Una moral ha de regir las relaciones sociales. Es preciso distinguir entre instrucción y educación. Con instrucción no solamente se educa.
Indicaba que la enseñanza debe ser experimental. Qué el mejor proceso de enseñanza aprendizaje está en la propia naturaleza. Qué vale más saber que tener. Combatía lo exclusivamente académico.
Hay que dar un oficio, por eso la educación es social. Toda educación ha de ser popular. Que no se trabajara sólo la memoria. Lo que no se hace sentir no se comprende. Hay que responder a quien se enseña, qué se enseña, cómo se enseña.
No hay que ocuparse de cosas inútiles. Es mejor obedecer porque se está de acuerdo no porque se teme. El hombre es despreciable por su ignorancia. La educación tiene como base la formación económica de la sociedad. La democracia se fundamenta en la educación del pueblo.
A pesar de haber viajado por América y Europa, para llevar sus ideas pedagógicas, en su natal país no fueron aceptadas. No pudo cristalizar sus ansiadas reformas. Insurgieron toda clase de obstáculos, la incomprensión y la carencia de recursos. Aspiraba gente nueva para naciones nuevas. Como estudioso de la pedagogía, sociología y filosofía quiso hacer de estas disciplinas verdaderas guías para la reconstrucción de las patrias americanas.
Actualmente nuestras aulas venezolanas tienen muchos Simón Rodríguez, que se levantan bajo la sombra bienhechora de madres solteras, abuelas, tías u otros parientes y que muchas veces están náufragos en una isla, pero despiertos, con carácter recio y con interés por obtener conocimientos.
El llamamiento es a ti maestro para que seas ardiente partidario de la educación práctica, que en cada escuela haya un aula-taller, qué se condene el abusivo verbalismo, qué se establezca definitivamente el trabajo práctico (carpintería, herrería, horticultura, agricultura), qué la educación se oriente hacia la producción. Basta de tantos discursos, fotografías, videos escritos, actividades de cumplimiento y muros de mentiras que hablan de un pensamiento robinsoniano que es sólo verbo e imagen, alejado de la práctica.
De nada valen congresos, simposios, talleres, formaciones, si todavía el pensamiento sigue naufragando en una isla desconocida. ¿A cuántos maestros no se les silencia, se les ignoran sus ideas porque no siguen los cánones del gobierno del momento? Son ellos los Simón de este siglo.
El maestro Simón Rodríguez sigue presente, su ideario pedagógico esta más vigente que nunca. Aun más en estos momentos convulsionados, donde es necesario hacer de la educación un binomio moral e industrial que perfeccione el alma y el cuerpo, porque educar es crear voluntades.