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Simón Rodríguez, paideia y pedagogía (II), por Simón García



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Simón Rodríguez, paideia y pedagogía (II)
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Simón García | @garciasim | octubre 7, 2025

X: @garciasim


Término fundacional, palabra antigua. Resulta complicado recobrar el significado que los primeros griegos daban a la voz paideia. Al intentarlo, resuenan tres: acto de nacimiento de ideas, difusa connotación de la formación de una civilización o cultura y alusión a un modelo ideal de pedagogía.

La generación que forjó el surgimiento de Venezuela como país, visualizó la independencia como el medio para crear una nación que lograra la emancipación social y humana que no permitía el régimen colonial.

Se creó un pensamiento independentista, una especie de paideia criolla frente a las concepciones del mundo, valores y normas restrictivas de vida que imponía España a sus súbditos de las colonias.

La paideia criolla insurge en oposición a las condiciones imperantes en sociedades coloniales estamentales y discriminadoras por motivos económicos, de fe y de sangre. En su naturaleza, antes que la razón filosófica o estética, prima la resistencia intelectual al orden colonial, el esfuerzo por crear una conciencia nacional, legitimar la lucha por la independencia de hispano-américa y formar ciudadanos republicanos.

Simón Rodríguez es, entre los próceres de Suramérica, la figura que formuló, con marcado acento en el ámbito pedagógico, innovaciones trascendentes de la paideia criolla. Sus ideas educativas son políticas y sociales porque respondían a un ideal de libertad y emancipación. Y son originales porque supera el pensamiento colonial en vez de copiarlo.

Las ideas pedagógicas de Simón Rodríguez abarcan las inter-relaciones entre independencia y emancipación tanto en la persona, como en la sociedad. Distinción fundamental que traslada a las diferencias entre instrucción y educación: «Instruir no es educar; ni instrucción puede ser equivalente a educación, aunque instruyendo se eduque».

En 1830, Simón Rodríguez engloba todos estos aspectos y propósitos en una frase: «Enseñen y tendrán quien sepa. Eduquen y tendrán quien haga. La guerra de independencia no ha tocado a su fin».

Pensar en criollo

La concatenación entre idea y hecho, los cruces bidireccionales del saber al hacer, lo condujeron a entender lo americano como realidad peculiar y no sólo como simple hechura refleja del dominio de España en América.

A finales del siglo XVIII la monarquía española no podía sostener su control colonial sino mediante la sacralización del modo de pensar europeo. Esto exigía perseguir las ideas diferentes y reprimir los deseos de la gente.

En la población dominada dos revoluciones foráneas, la de EEUU y la de Francia, aceleran las nociones de independencia, libertad y justicia. Distintos eventos internos comienzan a expresar la discrepancia entre la significación moderna de esos principios y las distorsiones que la niegan en este continente.

Este “filtro” americano de las ideas y valores que provienen de la lejana España comienza a tener su traducción interna en eventos como la insurrección de José Leonardo Chirinos que, junto a su rebelión contra la barbarie europea de la esclavitud, también reivindicaba la lectura de sus aspectos liberales, pero con ojos de pardos y esclavos.

Toma así vida un pensamiento criollo en élites que durante el siglo XVIII adquirieron como súbditos los saberes suficientes para pensar, como seres libres, con cerebro de americanos. No es que se prescindiera absolutamente de la cultura europea, sino que se comprendía que los temas americanos, como la estética tórrida de Andrés Bello ante la de Virgilio, exigían una reflexión propiamente americana.

Reflexiones que se sabían pertenecientes a la cultura de Europa y de España, pero con disposición de examinar lo que eran y voluntad para descubrir lo que les correspondía ser. Ése inédito desafío continental lo sintetizó Simón Rodríguez en cuatro palabras: «O inventamos o erramos».

En el campo educativo Simón Rodríguez es el emblema del cultivo de capacidades para disolver los diversos lazos que amarran las sociedades americanas al trono español. Su renuncia al cargo de maestro en 1795 es símbolo de la expansión de nuevas demandas en educación y en política. Es el punto de inició de una labor continental para obtener por medio de la educación lo que el Libertador conquista con las armas.

La diáspora sin cobres

Ya en ese momento de la renuncia, Simón Rodríguez participa en la organización de la Conspiración de Gual y España. Según un texto suyo que menciona Gonzalo Picón Febres, señala: “…logré sustraerme a las persecuciones y a la muerte, porque ya embarcado en el puerto La Guaira en un buque norteamericano…supe que muchos de mis compañeros habían sido pasados por las armas sin juicio previo y sin capilla”.

La anécdota, que no siempre es simpleza, da testimonio de las implicaciones que se tejen entre las ideas y las responsabilidades políticas que asume Simón Rodríguez como ciudadano.

En ese embarque clandestino rumbo a Jamaica, comienza un viaje de más de medio siglo fuera de su patria, a la que nunca aceptará regresar. Durante la larga travesía siempre tendrá que trabajar para comer. Aprende seis idiomas, abre escuelas en cinco países de Europa y en cinco de América, analiza comparativamente sus sistemas educativos.

*Lea también: Simón Rodríguez y su paideia (I), por Simón García

Y desde que regresa a Cartagena en 1823 comienza a aplicar su modelo de educación social y republicana. Estudia para saber y enseñar.

Maestro de América

Su papel suele simplificarse a un título que deja en la sombra el reconocimiento de su labor como maestro de América. En su época, mencionar ese título constituía fuente de mayor prestigio y honor: maestro de El Libertador.

Pero a su vez, el contenido de su obra se hizo asunto secundario ante esa frase mítica y una anécdota que se machaca en los recintos escolares, ambos asociados a nuestro culto a Bolívar: haber sido testigo del profético compromiso del Monte Sacro en Roma.

Simón Rodríguez acepta, pero no le agrada que lo confinen a esa fama por carambolas. En alguna ocasión, en Lima, cuando se dirigen a él con ese vocativo exclama: «además de ese, poseo otros títulos para pasar a la posteridad».

El libertador contribuyó a enaltecer el nombre de su maestro porque lo admiraba y lo quería. Apreciaba en él la misión de todo buen maestro de primaria: abrir en el espíritu de sus alumnos, los surcos donde excavarán sus futuros. Es en esos primeros aprendizajes donde puede nacer la República y en esas aulas donde aprenderán conocimientos y herramientas básicas que van a desarrollar durante todas sus vidas.

. El amor que expresa Bolívar por su maestro es un elogio a la profesión: “Oh mi maestro!, ¡oh mi amigo! Usted formó mi corazón para la libertad, para la justicia, para lo grande, para lo hermoso. Yo he seguido el sendero que Ud. me señaló”, (Pativilca, junio de 1824).

Genio y loco

Bolívar consideraba genio a Simón Rodríguez. En 1824 enterado de la presencia de su maestro y amigo en Bogotá, le pide a Santander: «…haga usted por él cuanto merece un sabio… ¡Es un filósofo consumado y un patriota sin igual, es el Sócrates de Caracas…!».

En junio de 1827 en carta dirigida a Cayetano Carreño, le expresa: «su hermano de usted es el mejor hombre del mundo; pero como es un filósofo cosmopolita no tiene ni patria, ni hogares, ni familia ni nada…»

Oleary apunta, cuando observa descabalgar al “humilde pedagogo” a la entrada del palacio presidencial de Lima: “Rodríguez era hombre de carácter excéntrico, no solamente instruido sino sabio…”.

Pero su forma extraña de pensar, sus rarezas en la escritura y alguna de sus conductas abonaban paea que fuera percibido como extravagante. A veces firmaba un mismo escrito de tres formas; a la española antigua, a la inglesa moderna y a su manera. Refuta como falsedad que para hablar bien Castellano haya que saber latín, del mismo modo que no es necesario conocer «las diecinueve lenguas que componen la lengua inglesa …para hablar bien inglés. El latín murió con los romanos…”.

Rodríguez sabia que descalifican sus ideas sin contrastar ni proponer argumentos. Y se lo explicaba a sí mismo: «Hay ideas que no son del tiempo presente. Aunque sean modernas; ni de moda, aunque sean nuevas. Por querer enseñar más de lo que todos saben, pocos me han entendido, muchos me han despreciado y algunos se han tomado el trabajo de ofenderme».

Una obra escrita en el exilio

Es el predicador; en el lugar más apropiado, pero fuera de tiempo, para establecer una educación social y republicana. Lo dice en “Sociedades Americanas”: “En el sistema republicano, las costumbres que forma una Escuela social producen una autoridad pública y no una autoridad personal”. Este tipo de propuestas educativas no la comprendieron o no la compartieron ni el Vicepresidente Santander en Bogotá, ni el presidente Sucre en La Paz.

Escribe toda su obra cuando regresa a América, después de vivir veinte años en Europa. Le explica a Bolívar su motivación: «Yo no he venido a la América porque nací en ella, sino porque tratan sus habitantes ahora de una cosa que me agrada porque es buena, porque el lugar es bueno para la conferencia y para los ensayos, y porque es usted quien ha suscitado y sostiene la idea».

Entre 1828 y 1849 publica cuatro obras en Perú, cuatro en Chile, una en Bogotá. En 1954 el padre Aurelio Espinoza S.j. encontró en Ecuador y publicó «Consejos de Amigo, dados al Colegio de Latacunga».

Fue un exiliado que ofreció sus conocimientos y experiencias a los países donde vivió.

Aquel hombre que siempre mantuvo su fábrica de velas para alumbrar las mentes de sus contemporáneos, murió el 28 de febrero de 1854. Recibió, en un cuarto oscuro y sin medico, su último sacramento en el pueblito de San Nicolás de Amotape. Fue consecuente con su ideal: dejar luces en lugar de caudales.

 

Simón García es analista político. Cofundador del MAS.

TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo.

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