Simpatía por el Peje, por Ibsen Martínez
Autor: Ibsen Martínez | @ibsenmartinez
«Dos hombres he conocido superlativamente inteligentes: Joaquín Villalobos y Carlos Slim. Los admiro por igual».
Mi anfitrión hablaba sentenciosamente, con el ceño fruncido.
Estábamos en una bella propiedad campestre mexicana donde preparaban una barbacoa de cordero. De esto hace ya casi 20 años.
Villalobos es el brillante y muy controvertido excomandante guerrillero salvadoreño que con el tiempo se hizo experto mundial en resolución de conflictos; Carlos Slim, bueno, ¿quién no sabe quién es Carlos Slim? Mi anfitrión era el destacado cineasta mexicano Epigmenio Ibarra, excorresponsal de guerra en El Salvador y fundador de una exitosa productora de telenovelas.
En aquel tiempo, Ibarra trataba de reclutarme para escribir telenovelas en México. Las telenovelas heterodoxas, impolíticas y rompedoras que son su marca de fábrica. Me había invitado a su país expresamente para ello. Yo habría aceptado encantado si no se hubiese tratado, ¡ay!, de trabajo, así que pedí socorro a mi proverbial pereza para hurtarle el cuerpo a la invitación de Ibarra y no quedar en nada.
Sin embargo, la noción de que Villalobos y Slim eran para él sujetos de equiparable admiración me impresionó memorablemente.
Un guerrillero legendario y un hombre tenido ya en aquellos días por el más rico del mundo hacen un singular Jano bifronte como alegoría de un ideal humano compartido con Ibarra por muchos de mis amigos de la izquierda venezolana que apoyaron, entusiastas, al Hugo Chávez candidato presidencial en 1998 y hoy se hallan en el exilio.
Leí a comienzos de año, en este diario, las declaraciones de Epigmenio Ibarra sobre Andrés Manuel López Obrador (en lo que sigue, AMLO), también llamado el Peje, ese señor canoso, con aspecto de papá de la novia en una película de Hallmark Channel que, al parecer, irresistiblemente será el próximo presidente de México.
Ellas me hicieron recordar las soñadoras hipérboles, cruelmente desmentidas por las realidades del socialismo del siglo XXI, que hace 20 años aventaban mis panas prochavistas.
En efecto, Ibarra habla de AMLO con tanta admiración que Villalobos, Slim y todo lo que ellos puedan aún representar para él lucen relegados a la trasera de su altar mayor. «AMLO no va a nacionalizar un carajo», dice Ibarra, «no es la izquierda desmecatada. Es profundamente institucional. Es un republicano clásico». Y en otra parte: «No hay varios candidatos, sino dos: el sistema y López Obrador».
No tengo a Ibarra por ingenuo o desprevenido. Al contrario, es alguien que en la misma entrevista, al serle señalada la incongruencia de criticar acerbamente a Televisa o a TV Azteca para después hacer grandes negocios con ellos, responde que «una cosa es opinar y otra hacer negocios. Son dos cosas distintas». Tiene muchísima razón: son cosas distintas que pueden o no ir de la mano.
De sus opiniones, la de que AMLO es un pez profundamente institucional me recuerda cómo muchos intelectuales, artistas ¡y hombres de negocios! venezolanos, simpatizantes del Chávez candidato, afirmaban tranquilizadoramente en 1999 que el exgolpista era en el fondo un republicano clásico (¡usaban hasta las mismas palabras!), un reformador que sonaba desmesuradamente radical, sí, pero a quien, luego de ganar las elecciones, las realidades del gobernar un país muy complejo y con instituciones acabarían por moderar.
Para ellos, como para muchos amigos míos mexicanos que hoy apuestan por AMLO, el valor supremo que veían en Chávez estaba en su potencial para barrer del mapa al aborrecido bipartidismo corrupto del que no cabía esperar ya arrepentimiento ni enmienda.
«Nada puede ser peor que Acción Democrática y Copei», decían. «Es el sistema o López Obrador».
Las semejanzas resplandecen.
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