Sin respeto a la voluntad popular, la soberanía y la autodeterminación son una farsa

Autor: José Rafael López P.
Frente a la opereta militar caribeña de la dupla Trump-Rubio, envío de buques de guerra y tropas en el sur del Caribe, el régimen ha respondido con altisonantes y engañosos discursos antiimperialistas y comparaciones con resistencias épicas como la de Vietnam. A esto se han sumado movilizaciones militares, jornadas masivas de alistamiento y llamados a la defensa de la soberanía nacional bajo la bandera de la autodeterminación de los pueblos.
A pesar de que el despliegue militar imperial en el sur del Caribe no reúne las características típicas de una fuerza de tarea orientada a una invasión (ni por el tipo de buques movilizados ni por el número de efectivos involucrados), su presencia ha sido hábilmente utilizada por el régimen como una amenaza inminente a la soberanía.
Esta narrativa le ha servido de pretexto para profundizar la militarización del país, implementar nuevas medidas represivas y reforzar su ya desgastado discurso victimista. Además, el régimen ha intentado, con escaso éxito, despertar un sentimiento de unidad nacional frente a la supuesta agresión del “imperio”, la violación de nuestra soberanía y la amenaza al derecho a la autodeterminación.
Más allá de la posverdad bolivariana, conviene subrayar que la autodeterminación, la soberanía territorial y el respeto a la voluntad popular forman un todo indivisible, un entramado conceptual imposible de fragmentar sin traicionar su esencia.
El principio de autodeterminación, concebido originalmente en el siglo XVIII como un ideal ilustrado de soberanía popular, fue redefinido en el siglo XX desde una perspectiva geopolítica y, con el tiempo, se institucionalizó como norma jurídica internacional, especialmente en el contexto del proceso de descolonización impulsado por las Naciones Unidas.
Lamentablemente, la autodeterminación en muchos casos se ha descontextualizado, dejando de ser derecho legítimo de los pueblos para convertirse en una coartada política para perpetuar proyectos autocráticos que, lejos de liberar a las naciones, han terminado por someterlas a nuevas y más pesadas cadenas de opresión.
Urge rechazar toda forma de injerencia extranjera, pero también desenmascarar el discurso patriotero y ladino de un régimen que el 28 de julio pisoteó abiertamente la voluntad popular.
La soberanía territorial y la autodeterminación solo tienen sentido si se sostienen en el respeto a la soberanía popular. Negar esa voluntad no solo deslegitima el poder que se ejerce, sino que vacía de contenido los valores que históricamente han inspirado las luchas por la soberanía territorial y la autodeterminación de los pueblos.
El régimen utiliza cínicamente los principios de soberanía y autodeterminación para blindar la continuidad de su farsa autoritaria. Apelar a estos conceptos mientras se pisotea la voluntad popular no es más que una coartada burda para legitimar un poder usurpado, sostenido en la represión, el fraude y la negación de los derechos fundamentales. No hay soberanía posible allí donde el pueblo ha sido silenciado.
La verdadera independencia y soberanía territorial no llegará a bordo de las cañoneras del Tío Sam, como fantasean algunos con nostalgia colonial, ni brotará de los delirios mesiánicos que se venden como salvación. Solo será posible cuando el pueblo venezolano ejerza con firmeza su derecho irrenunciable a elegir, gobernarse y liberarse del tutelaje, tanto externo como interno, que hoy pretende secuestrar nuestro destino.
Sin respeto a la voluntad popular, no hay soberanía ni autodeterminación posibles: solo tiranía disfrazada de república, poder usurpado con lenguaje patriotero y simulacro institucional al servicio del proyecto autoritario.
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Nota Final: Mientras la dupla Trump-Rubio continúa con su comedia grotesca en el Caribe, Maduro persiste en su farsa patriotera, María Corina felicita efusivamente a Mr. Trump, y afirma con fervor mesiánico la inminente caída de Maduro. En este interminable sainete falaz, los venezolanos seguimos atrapados en un laberinto sin salida, sin brújula y sin horizonte alguno que nos permita superar la crisis.
José Rafael López Padrino es Médico cirujano en la UNAM. Doctorado de la Clínica Mayo-Minnesota University.
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