Sin tángana, por Teodoro Petkoff
Hoy termina la primera del noveno. Hasta ahora, y no hay por qué pensar que este último día va a ser distinto, no ha habido tángana. Aunque a primera vista no parece haber habido muchos hits ni carreras, el resultado lo cantará el umpire cuando verifique las firmas. Pero vale la pena un comentario sobre el comportamiento de los actores políticos y de sus partidarios. No para la elegía beata sobre el lugar común del «civismo», sino para ir un poco más al fondo del asunto. Todas las encuestas han venido registrando un sentimiento compartido por chavistas y antichavistas del mundo de la gente sencilla: lo que se resuelva que sea sin bronca.
Este sentimiento se ha vuelto arrollador. La gente está cansada de la diatriba y del cultivo del odio. Los cambios de actitud en dirigentes políticos, comenzando por el propio Chávez, y en los medios, no son ajenos a la comprensión de este fenómeno. ¿Durará este clima? Todavía es temprano para asegurarlo sin vacilaciones. Falta la segunda del noveno. Pero es de confiar en que la misma conducta observada en la primera parte se mantenga en los próximos días. A nadie en la oposición se le ocurrió salir a provocar y el chavismo pudo recoger sus firmas sin ninguna perturbación.
Cabe esperar la más rigurosa reciprocidad. El viernes pasado apuntábamos que la dinámica democrática ha ido imponiéndose sobre la de la violencia. El país ha ido cogiendo centro, aislando a los extremistas, quienes pese a lo escandalosos que son y al eco mediático que suelen tener, van quedándose varados en el hombrillo, de espaldas a la realidad. No se trata, desde luego, de sustituir la dura controversia existente y las obvias contradicciones presentes en la vida nacional por una fantasmagoría idílica, sino de ubicar la confrontación dentro del marco de reglas de juego democráticas, el respeto a las cuales debe conducir a soluciones también democráticas. Culminar el proceso referendario con una decisión inequívoca del soberano sienta las bases para el restablecimiento de prácticas civilizadas en las relaciones, siempre contradictorias, entre gobierno y oposición.
Un proceso cuyo desenlace depende de la voluntad de los electores no deja muertos políticos –ni políticos muertos, en términos generales– sino que ubica a cada sector en su respectivo rol; uno en el gobierno, otro en la oposición. Así fue en Chile, así fue en Nicaragua, así fue en El Salvador, así fue en Guatemala, una vez que en cada uno de esos países la solución para su dictadura en un caso y sus guerras civiles en los otros, pasó por el tamiz electoral. La reconciliación del país es un proceso concreto, que incluye, desde luego, las expresiones de buena voluntad, pero que se expresa, más allá de éstas, en el respeto a una norma fundamental: el pueblo decide quién queda en el gobierno y quién en la oposición y de ahí en adelante la confrontación no implica ni la exclusión ni, mucho menos, la liquidación de una parte por la otra. Ese es el mensaje que envió la primera del noveno. Confiemos en que el cierre del inning lo ratificará.