Sin unidad no hay vida, por Simón García
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Hay que preguntarse qué significa hoy la palabra unidad. Por su efecto contrario, se define como un conjunto que al dividirse se altera o se destruye. En política significa un consentimiento entre partidos, organizaciones sociales y sectores independientes para alcanzar un objetivo superior que interesa a todos y que sólo pueden obtener juntos.
La unión es su grado menor de aproximación porque se basa en una relación temporal de concordia, generalmente expresada en un acuerdo circunscrito a uno o pocos ámbitos de acción. En determinadas situaciones puede existir una alianza táctica entre fuerzas políticas sin que haya unidad programática o estratégica.
Aunque los dos términos conviven en una distinción lábil, sirven para indicar un requisito esencial de la participación de la oposición en las próximas elecciones presidenciales. Todos lo saben: sin unidad ganará Maduro. Seis años más para consolidar la prolongación crónica de un sistema autoritario que ya el país no resiste, incluidos sectores oficialistas.
Desde esta perspectiva conviene a toda la oposición que los dos métodos para escoger un candidato presidencial; el de las primarias que prefiere una mayoría y el del consenso que es lento para arrojar resultados; no se excluyan.
Es conveniente para todos porque la victoria electoral requiere de todos los diversos componentes de la oposición, que la Comisión de Primaria venza los obstáculos y logre un resultado exitoso. Si a finales de este año tenemos en la calle dos candidatos apoyados por las dos principales plataformas opositoras será más fácil lograr la concentración del voto de los independientes y de los sectores que no se identifican con los partidos por los errores y la pérdida de reputación de sus cúpulas. Incluso en ese escenario habrá que mantener la exigencia de unidad mediante un consenso.
La unidad de la oposición es un camino hacia la unión del país. No es mucho pedir que las direcciones opositoras de los partidos medianos y pequeños nos den un gesto como el que hizo, con desprendimiento y realismo, Ricardo Lagos al ofrecer la candidatura contra Pinochet al líder opositor amigo de Pinochet.
Entre muchos de los que intentamos hacer política desde las tribunas, sin ser de ningún partido ni seguir el impulso natural de cuidar primero la parcela propia, existe voluntad para respaldar al candidato más eficaz para lograr el cabio que es matemáticamente posible.
Una persona que tenga un modelo de país, propuestas concretas para salir de la crisis, voluntad de entendimiento y que despierte entusiasmo y alegría. El dirigente que salga electo de una primaria exitosa tiene la primera opción, pero no hay que descartar el escenario Lagos.
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El cambio tiene dos obstáculos. El conjunto de capas con privilegios burocráticos, las estructuras de corrupción y las mafias delictivas que han infiltrado al gobierno son una barrera fuerte. La otra es la oposición que se niega a asumir las fallas del pasado para abrirle vías seguras al futuro que todos queremos.
No es fácil deshacerse de prejuicios, agravios y secuelas de una larga y equivocada pugna interna, pero hay que hacerlo; no por una corta conveniencia electoral, sino por la sobrevivencia de la nación.
Si cada una de las partes excluye a la otra, si no se contribuye efectivamente a la unión en igualdad de derechos para todos, no habrá candidatura con la unidad suficiente para impedir que Venezuela sucumba en nuestras manos.
Simón García es analista político. Cofundador del MAS.
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