Sin unidad seguirá el poder autoritario, por Simón García
No puede achacarse la ausencia de unidad a visiones o discursos diferentes porque, precisamente lo que ella supone es que se ha tenido el interés y la capacidad de ponerlas a un lado. Los dirigentes de los principales partidos han celebrado antes acuerdos en materia electoral, ¿qué es lo que hoy impide aproximaciones para enfrentar, por ejemplo, las desastrosas consecuencias de la crisis económica, la posibilidad de perder el Esequibo venezolano, frenar el ecocidio en el arco minero o defender el derecho a la alimentación, salud y educación?
Más que las diferencias, parece pesar una lucha por la hegemonía sin que ninguno de los líderes y partidos que la pretenden, tengan el respaldo mayoritario para ejercerla. Al no llenar este requisito todos pierden el piso común. Sin puntos de juntura es natural fugarse temporalmente hacia una línea de fortalecimiento, por separado y a veces en competencia, de cada organización, a riesgo de convertirse en tribus políticas en guerra de todos contra uno. Ese uno varía según el que caiga en la molienda de las redes, en vez de apuntar al gobierno.
Los desencuentros están dando muestras tangibles de fallas en la conexión con la realidad, en la prioridad de llegar al corazón del descontento y en la urgencia de reconstruir una política,
no un molde organizativo, de contención a los pisotones autoritarios de un poder que, atrapado en sus fracasos, ahoga incesantemente al país.
Esa política tiene que responder algunas preguntas cruciales. El objetivo último de las luchas es ¿derrocar a Maduro o debilitar las bases de sustentación del régimen para lograr progresivamente su sustitución y restablecer la democracia en unas elecciones libres? El motor del cambio es ¿la insurrección popular, el golpe de Estado o la transición negociada? ¿Deben descartarse ámbitos de confrontación o se deben atender todos los tableros? Es importante incluir de primero una pregunta que se tiende a dejar para afanes posteriores: ¿cuál es el nexo y de qué modo, las luchas de la oposición prefiguran el tipo de Estado y democracia, la clase de sociedad y de país que los venezolanos necesitamos construir juntos?
Este debate, para dignificar de verdad a la oposición, no puede confinarse a las altas direcciones de los partidos, segregando a élites del conocimiento, productivas, profesionales, religiosas o asociadas al tejido organizativo de ciudadanos que tienen derecho a no ser reducidos a la condición de simple seguidores o votantes. Sin un proyecto de construcción de una ciudadanía responsable, sin emplearse a fondo en generar una nueva cultura cívica y sin aceptar una relación inédita con las organizaciones sociales, los partidos engordarán sus burocracias y seguirán dependientes de la herencia patrimonialista, caudillista, rentista y populista. El cambio será desbaratado por la restauración.
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Tenemos que rehacer la confianza y la credibilidad en los partidos, exigir su unidad y respaldar a los dirigentes que expresen una perspectiva abierta, sin acentuar colores y donde importe más hacia donde se quiere ir que de donde se viene.
La dispersión desordenada de los partidos opositores, el abandono de la misión de orientar y encarnar un proyecto, la pérdida de capacidad de presión y de márgenes de negociación indican el bajón que están viviendo. Sin unidad podrán subsistir, no avanzar.