Sobre el olvido, por Fernando Rodríguez
Mail: [email protected]
I
Los viejos recuerdan, mucho, aunque los hay renuentes radicales a revivir su vida, bien porque la consideran anodina (pasa con gente muy sabia), bien porque la detestan. Los que recuerdan a los que aludo son cuenteros, narran con un entusiasmo sus momentos estelares de alguna naturaleza. Esas narraciones, en general es ya muy repetidas y codificadas, tienen relativas audiencias, dependiendo del asunto y la destreza del cuentista, hasta un cierto punto, hasta un momento que incluso podría precisarse casi matemáticamente, los auditores todavía tienen suficientes referencias e intereses vitales comunes con el narrador.
Luego las cosas se ponen tristes porque el anciano se cree aquello de que son un acervo de experiencias y que los jóvenes están ávidos de abrevar en ella. Nada más falso. Casi siempre se aburren terriblemente y no ven la manera de escapar a esa voz entusiasmada y esa memoria dañada que quiere revivir el día aquel, con el personaje aquel, en que tuvo tan gallarda actuación.
Como el escucha no sabe qué día eran esos, ni que personajes aquellos y sus valores han cambiado sustancialmente (por ejemplo, los guerrilleros del nieto no son los guerrilleros del abuelo) se produce la terrible y humillantes desconexión para el depositario de historias nacionales, locales y familiares.
Uno al envejecer debería darse cuenta de que el olvido se hace dueño del tiempo y ejerce la más cruel aniquilación de lo vivido que siempre aspira a la perennidad. Si se vive mucho lo más recomendable es el silencio y entender que como las energías del cuerpo, el pasado también se hace trizas, así creamos lo contrario.
Es posible que recordar tenga a ratos instantes, hay tanta maldad y estupidez en los depósitos de la memoria, que podrían ser gratos muy momentáneamente. Un amigo dice que lo único que queda por rememorar son los momentos eróticos. Creo que exagera y hay otras cosas, a veces baladíes, que lo refrescan a uno. Pero trata de callar, de hablar lo menos posible, porque hasta los coetáneos ya se han cansado de volver a los mismos sitios y sucesos. Contempla, en revancha, cómo el tiempo se encarga de limpiar el mundo, con el loable fin de que puedan tener lugar los cuentos de hijos y nietos, que puedan colocar los suyos, que serán borrados y así sucesivamente. Lo que llaman historia, con mayúsculas, es una mezcla de pedazos de vida que hacen un rompecabezas bastante, bastante, imperfecto y, a lo mejor, inútil.
2
A mí me impresionó mucho, hablando de recuerdos, un bellísimo texto de Walter Benjamin que contempla una muy antigua foto de una dulce joven. Y se pregunta cómo fue la vida de la bella, a quién amó, que dolores tuvo que soportar, en qué cosas soñó…Por supuesto, no hay respuesta alguna. Es el olvido en estado puro.
*Lea también: La marca de Caín, por Gustavo J. Villasmil-Prieto
Y recuerdo un libro de un escritor que mucho admiro, el chileno José Donoso, Conjeturas sobre la historia de mi tribu, que es una suerte de memoria familiar, algo tedioso. Al parecer la muy acomodada familia había atesorado muchas fotos ancestrales. Solo o ayudado por familiares y amigos el escritor logra identificar prácticamente a la mayor cantidad de personajes que allí aparecen. Donoso hace este ejercicio ya mayor. Pero en las fotos más antiguas no logra identificar a muchos, elegantes caballeros y gentiles damas, aun apelando a los más viejos de la tribu, algunos de los cuales ya habían perdido totalmente la memoria, hasta que llega a la conclusión de que nadie en este mundo sabrá los nombres de estos seres que ya no son ni eso, un nombre y un apellido. Se aniquilaron, se nadificaron diría El ser y la nada. Otra bella imagen del olvido.
Que sepa se ha escrito poco sobre el olvido, tan esencial, que nos hace más tristes y opacaos de lo que solemos creer.
TalCual no se hace responsable por las opiniones emitidas por el autor de este artículo