Sobre el tema de las morochas, por Teodoro Petkoff
«Yo estoy en desacuerdo con su uso; me parece que arremete contra la representación proporcional». Jorge Rodríguez, 16 de agosto de 2005, sobre el tema de las morochas
La Sala Constitucional del TSJ no produjo ninguna sorpresa. Un tribunal donde son magistrados, entre otros, individuos como el «Tramparente» Carrasquero, el audaz Velásquez Alvaray y el inefable Cabrerita, jamás habría fallado contra la voluntad de Yo El Supremo. Lo que ha ratificado la sentencia de la Sala Constitucional es la profundidad que ha alcanzado el autocratismo –la concentración de los poderes públicos en el puño del Presidente– como uno de los rasgos definitorios del gobierno. En todo cuanto atañe a los intereses políticos del chavismo el TSJ siempre decidirá a su favor.
¿Significa esto que no se debía haber intentado el recurso, como sugieren algunos? De ninguna manera. Cada vez que sea posible evidenciar, ante sus propias instancias, el autoritarismo, el autocratismo, el militarismo y la corrupción del gobierno, hay que hacerlo. Eso nunca se pierde y subraya la voluntad del país de no rendirse, por desventajosas que sean las circunstancias. Pero, además, la actuación ante el TSJ tiene efectos políticos. La progresiva disminución del agarre popular del chavismo está vinculada no sólo con la incapacidad del equipo de gobierno sino también con el desencanto creciente, entre sus propios partidarios, ante los abusos y atropellos que caracterizan su gestión. Una estrategia democrática para enfrentar al chavismo se alimenta de estos actos, por mucho que en el corto plazo parezcan inocuos.
Por otra parte, en el fondo nada ha cambiado en lo electoral. Antes del jueves pasado las morochas estaban vigentes y después de ese día el TSJ las mantuvo válidas. No hay variación. Quien antes de la decisión del TSJ estaba decidido a votar no tiene por qué cambiar de idea. Una línea de acción política no puede estarse cambiando a tenor de las contingencias que surjan en el camino –a menos que estas modifiquen completamente el cuadro, que no es el caso, porque, repetimos, la situación no es distinta: había morochas y las sigue habiendo.
Todo el mundo sabe que la pelea está arreglada; todo el mundo sabe que el contrario tiene manoplas dentro de los guantes y que golpea bajo el cinturón; nadie ignora que el réferi está vendido y que los jueces son una punta de sinvergüenzas, pero así y todo hay que subir al ring. Perder por forfait es una manera de rendirse. Votar o no votar es una decisión política y no moral o ética. Una cosa o la otra dependen de las circunstancias. Es un asunto de eficiencia política. En las presentes condiciones de asimetría y obsceno ventajismo oficialista, por ello mismo, es mucho más eficiente que los partidos desarrollen una alternativa, para enjuiciar el pésimo gobierno, para denunciar y enfrentar el ventajismo, para organizar y movilizar a la población, mirando a un horizonte democrático de mediano y largo plazo, que seguir creyendo en los pajaritos preñados del 350, de cuya ineficiencia política ya se tienen sobradas pruebas. Pero, eso sí, partidos y candidatos tienen que ponerse en campaña, porque llamar a votar y no hacer campaña, ni organizar el aparato electoral, sería tan ineficiente como llamar a la abstención. Una campaña enérgica e incansable es la mejor motivación.