Sobre la democracia en quiebra, por Luis Ernesto Aparicio M.
Foto: Global Strategy
Son varios los artículos en los cuales me he referido al proceso de debilitamiento del sistema democrático, sobre todo en países en los cuales se mantiene al frente una derivación o intento de autócrata que abandona sus maneras para no continuar aparentando algún respeto hacia ella o lo que vaya quedando.
En este momento, el caso que mejor se presta para tener una visual sobre qué tanto ha progresado la destrucción o el desmoronamiento de la democracia es Venezuela. Los procesos por los cuales se han venido socavando las estructuras de la democracia, comienzan a ser de utilidad para mantener un poder por encima de ella, incluyendo la voluntad de sus ciudadanos.
Los escenarios internacionales sobre los cuales se mueve la democracia han estado definidos por la falta de credibilidad en este sistema por parte de un gran número de ciudadanos, lo que ha consagrado el auge de los populismos autoritarios. Sin embargo, esto no justifican los eventos políticos por los que ha transitado el país.
En la actualidad, esa tendencia global y exacerbada por el actual régimen, ha llevado a los venezolanos a vivir en una especie de orfandad institucional, por lo que no es un exabrupto decir que las instituciones de control y equilibrio en la nación, al menos circunstancialmente, se han convertido en apéndices de la oficina particular de un individuo.
Esta situación es la imagen de un intencionado proceso de destrucción que ha venido escalando en los últimos años, sumado a una alianza en la relación directa entre las instituciones y la violencia que se ha practicado durante más de una década.
A estas alturas, la autocracia ha decidido mantenerse en control a toda costa y gobernar sobre una población que lo abandonó en el voto y que pide respeto hacia su decisión de cambio.
No es fácil pensar que se pueda sostener una forma de gobernar a la fuerza cuando la mayoría de los ciudadanos ha dejado la idea de vivir bajo un sistema de gobierno que, ya no garantiza su prosperidad y desarrollo en lo individual y lo colectivo.
En ese sentido, se hace propicia la ocasión para admitir que los autócratas siempre están buscando las pequeñas brechas, internas y externas y así encontrar los medios que necesita para mantenerse en el poder. No importa que sea a costa de solo gobernar bajo la figura del miedo, el uso de las armas y el control de las instituciones.
La crisis venezolana es un claro ejemplo de cómo la democracia puede desmoronarse cuando las instituciones son secuestradas y la voluntad popular es ignorada.
Sin embargo, la resistencia del pueblo venezolano demuestra que la esperanza aún pervive. Es fundamental que la comunidad internacional brinde todo su apoyo a aquellos que trabajan por la restauración de la democracia y los derechos humanos en Venezuela. A todo el pueblo sin que ello signifique acciones que deterioren mucho más su ya maltrecha situación.
A pesar de la aparente fortaleza del régimen, las grietas en su gobernabilidad fallida, eventualmente se expandirán, ofreciendo una oportunidad crucial para una transición hacia una democracia genuina, que, si bien se ha perdido por momentos, en los últimos días se ha comprobado que se mantiene viva y presente en cada ciudadano.
En ese sentido, creo que es conveniente que el proceso de cambio y la anunciada transición debería entrar en una rápida revisión para encontrar, en primer lugar, una vía para preservar las vidas, segundo visualizar las oportunidades que puedan significar la posibilidad de hallar una alternativa para el reconocimiento de que el poder popular ha decidido moverse hacía otras aspiraciones de para su existencia.
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Será largo el camino, pero cada uno de nosotros puede contribuir a este esfuerzo, ya sea mediante la difusión de información validada, el apoyo a las organizaciones de la sociedad civil venezolana. Juntos podemos ayudar a construir un futuro más justo y democrático para Venezuela.
Luis Ernesto Aparicio M. es periodista, exjefe de prensa de la MUD
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