Sobre la evolución de la Constitución, por Rafael A. Sanabria M.
Cuando Venezuela logró la independencia se redactó una constitución para sentar las bases del nuevo país y tomó como referencia las de Estados Unidos y Francia. De esta manera nació la de 1811, cuya forma de gobierno planteado era federal, el poder público dividido en: Legislativo, Ejecutivo y Judicial. Lo electoral estructurado en grados y en lo territorial se dividía en provincias y cantones.
En 1819 el congreso estableció un nuevo texto constitucional, retomando las ideas de la de 1811 pero se incluyó el cuarto poder (el Moral), para encargarse de la moral y la educación.
A mediados del siglo XIX se ratificó con estas leyes la abolición de la esclavitud y el nombre del país (de República de Venezuela a Estados Unidos de Venezuela). También se incluyeron la duración del período presidencial, reelección, forma de gobierno (centralista o federalista), sistema electoral (alfabetizados, recursos económicos).
En el siglo XX, durante la dictadura de Juan Vicente Gómez, el gobierno continuó las reformas y las sanciones a nuevas constituciones durante 27 años. Mas los derechos que se establecían sólo existían en papel. La represión, la falta de libertad, las cárceles y los presos políticos constituían el panorama político.
Tras la muerte de Gómez y en vía a la democracia, Eleazar López Contreras reformó la constitución en 1936, incluyendo medidas de protección y beneficio social para los trabajadores. Posteriormente Isaías Medina Angarita incluyó el voto para la mujer. A pesar de los favorables cambios políticos, en 1945 un golpe de Estado lo sacó del gobierno, hecho que cambió el rumbo del país y también la constitución. En 1947 se otorgó el voto sin restricciones, se centralizó la justicia y se creo la elección directa del presidente.
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Con la constitución de 1961, vigente hasta hace poco, un texto constitucional que más que ser un recurso de libertad para los ciudadanos, fue amalgama de un poder representativo, más no participativo y protagónico. Esta Constitución rigió durante 38 años los destinos de nuestro país.
Estos fueron los antecedentes para que en 1999, se diera un nuevo cambio de la carta magna, pero esta vez no se debaten los artículos entre cuatro paredes, sino en la palabra fresca, espontánea y el sentir de un pueblo que reclama justicia social, equidad de género, una sociedad democrática, participativa , protagónica, multiétnica, pluricultural, en un Estado de justicia, federal y descentralizado, que consolide los valores de la libertad, la independencia, la paz, la solidaridad, el bien común, la integridad territorial, la convivencia y el imperio de la ley para ésta y las futuras generaciones.
Esta constitución consta de 350 artículos (además de las disposiciones transitorias) divididos en tres partes: la primera dirigida a los ciudadanos, la segunda a los poderes públicos y la tercera las disposiciones fundamentales, la nacionalidad y disposiciones transitorias.
El aporte de esta constitución es su contenido social. Se exponen con detalle los derechos familiares, laborales, educacionales, de vivienda, salariales y sobre la conciencia social. Además los relacionados con niños y discapacitados. Algunos de estos derechos ya incluidos de manera general en la de 1961. Las comunidades indígenas tienen representación política en la Asamblea Nacional y respeto jurídico en sus territorios y costumbres.
Se ha venido presentando un texto adecuado al contexto del momento histórico, de allí que hemos tenido constituciones que reflejan la inquietud de un grupo determinado que diseña la ley de acuerdo a sus fines.
Ya no es posible ocultar nuestra presencia, más allá de la denominación etérea de pueblo. Debemos erradicar de nuestras conciencias el silencio del ayer que nos mantuvo en la historia como seres anónimos, sin existencia propia. Aparecemos en antiguas constituciones como hombres sin rostros, sin destino y sin pasado.
Nuestros textos constitucionales han sido esfuerzo de años, de un pueblo que ha cabalgado y bregado duro por su igualdad desde diversos escenarios, para asumir el derecho y el deber como patrimonio esencial para alimentar nuestra identidad.
Cecilio Acosta expresó: “Hacemos constituciones como quien sopla pompas de jabón y la última es la mejor, de donde resulta que ninguna es buena, porque al fin viene otra que la fulmina”. No hemos necesitado tanto mejores constituciones como sí cumplir las que teníamos.
Corresponde a todos aportar desde diferentes flancos, para que la constitución se cumpla a cabalidad, pero para ello debemos asumir el reto con dignidad, para preservar nuestra identidad y nuestra patria.