Sobre la maldad, por Laureano Márquez P.

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Desde que la humanidad tiene uso de razón, ha tenido lugar el debate interminable sobre el tema del mal y la maldad. La religión lo llama pecado, el derecho delito, la ética inmoralidad, etc. Definir la maldad no es una cuestión sencilla, aunque en los tiempos que corren uno la percibe con claridad, asociada básicamente al ejercicio poder, devenido en maldad practicada sobre muchos de manera simultánea y sostenida. Una de las maneras de hacerlo es decir que el mal es la ausencia de bondad (o de bien), pero esa definición no es del todo útil. Un joven que no le cede el asiento en el metro a una ancianita, no tiene nada de bondad, pero no por ello es necesariamente malo, seguramente ni la vio embelesado en el TikTok.
Otra cosa interesante es que la maldad es un asunto inherente al ser humano. Los animales no son malos. Salvo la serpiente del paraíso, que sí era una rata, los ofidios no te pican por maldad, sino por un instinto de defensa y subsistencia que está en su naturaleza. El águila no diseña un plan para tener a su presa presa injustamente e incomunicada por meses. Un León no manda a nadie al paredón, salvo que su apellido sea Trotsky.
La maldad es un concepto cargado de negatividad. Es raro que alguien asuma abiertamente que es mala gente. Es casi seguro que Adolfo Hitler o Nerón no se percibieran a sí mismos como malas personas. Pinochet y Fidel probablemente tampoco, sin embargo, a Fidel le parecía malo Pinochet por las mismas razones que a Pinochet le parecía malo Fidel.
Una cosa que llamó mucho la atención cuando los comandos rebeldes libios atraparon a Gadafi, es que él preguntaba insistentemente: «¿qué les he hecho yo?». Seguramente la pregunta era formulada con convicción. Stalin y todos los malos de la historia no pueden percibirse a sí mismos como malvados. Seguramente los comandantes de los campos de exterminio hasta tenían un argumento con el que justificaban sus acciones como bondadosas y compasivas. Los terroristas no suelen pedir el perdón de sus víctimas, por la propia salud mental, tienen que insistir en el hecho de que asesinan inocentes por una causa superior que lo ameritaba y justificaba. Es esa gente que mata a los hijos de otros y luego llega a su casa a abrazar con ternura a los suyos. De lo dicho se desprende que la maldad requiere de un permanente y constante autoengaño.
Sobre la maldad se han hecho muchos estudios para ver si hay una suerte de gen de la maldad, si es producto de alguna alteración fisiológica, si tiene que ver –cosa que suele ser frecuente– con maltratos durante la infancia. También se han realizado experimentos para examinar cuál es el comportamiento de la gente cuando está en condiciones de hacerle daño a un semejante. Lo llamativo de estas investigaciones no es descubrir que bajo determinadas circunstancias hay gente dispuesta a ser mala, sino el optimismo que produce la existencia de tantas personas que, estando en contextos propicios para causar daño, optan por no hacerlo.
Las concepciones antropológicas que consideran al hombre como un ser egoísta suelen argumentar que, en estado de naturaleza o salvaje, al hombre (aquí el uso del término «hombre» no es por machismo-leninismo, sino porque las mujeres casi nunca han sido malas en la historia) no le importa cuánto daño tenga que hacer sobre sus semejantes pisoteándolos y sometiéndolos, en aras de su supervivencia o bienestar.
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La verdad es que, como conclusión esperanzadora e ilusionante, podemos decir que en el mundo existe mucha más gente buena que mala, lo que sucede es que la maldad hace mucho ruido y el bien es silencioso. Cada uno de nosotros lleva dentro un lado luminoso y un lado oscuro. ¿Qué hace que en un determinado momento de la historia uno se active u otro se mantenga a raya? Solo Dios lo sabe, dado que en su ser lo conoce todo.
Volviendo a lo que señalábamos al inicio, la maldad que con mayor contundencia padecemos en este momento de la historia universal, emana de los hombres que ejercen el poder. Con razón Abraham Lincoln dijo una vez: «Casi todos podemos soportar la adversidad, pero si queréis probar el carácter de un hombre, dadle poder». Si de algo no cabe duda, es que en estos tiempos lo que reina es el mal carácter.
Laureano Márquez P. es humorista y politólogo, egresado de la UCV.