Sobre liderazgo y democracia en Latinoamérica, por Luis Ernesto Aparicio M.
Twitter: @aparicioluis
Luego de haberse realizado las últimas elecciones en América Latina (Aunque todavía están pendientes las de Chile, este 19 de diciembre), hay un asunto que nos obliga a mirar un poco más de cerca la situación de los liderazgos, o el liderazgo, en esta parte de nuestro continente. Hay una serie de preguntas, incluso de dudas, acerca de esa capacidad que poseen algunos seres humanos sobre un gran conglomerado de sus iguales, a raíz de declaraciones, posiciones y propuestas de quienes han funcionado o, se dan por descontados como lideres.
Ahora bien, si revisamos el termino liderazgo, así de plano, en los diferentes diccionarios, sobre todo en el de la Real Academia de la Lengua Española, que es el que nos corresponde, nos dice que líder es “persona que dirige o conduce un partido político, un grupo social u otra colectividad”. Sin embargo, el asunto va más allá de dirigir. Por eso dejamos que Robbins y Coulter (2000), nos ayuden con su definición sobre liderazgo, así dicen que “Liderazgo es la capacidad de influir sobre un grupo afín de encauzarlo hacía el logro de sus metas”, agregan, además, que “Líderes son las personas que tienen la capacidad de influir en otros y que poseen autoridad administrativa”.
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El mundo ha visto transitar a muchos líderes capaces, llenos de valores y con muchas razones del porque seguirles. Pero también se hacen presentes aquellos líderes que han llevado a los suyos a la debacle, incluso a la muerte. Para muestra solo podemos teclear en nuestros buscadores los nombres de algunos lideres negativos y el primero que surge es Adolfo Hitler. No obstante, hay muchos otros que están acompañando en el mismo cuadro a ese inolvidable y terrible personaje, poseedor del don de la palabra y el manejo de las escenas como muy pocos.
Sabemos que todo líder tiene sus seguidores, aquellos fieles sobre quienes ha ejercido una gran influencia, tanto que están dispuestos a seguirle a donde quiera que a ellos se les antoje. Pero también están quienes solo simpatizan con sus posiciones, sus discursos, incluso con su actuación, pero están dispuestos, a diferencia de los primeros, a cambiar de opinión si algo les luce como peligroso para sus intereses y el de sus similares.
Latinoamérica también ha tenido liderazgos negativos y que hoy están en la palestra en algunos países. Incluso en los actuales momentos, podemos afirmar que ha caído una especie de sombra sobre lo que se está percibiendo de ellos y lo que estos, incluso, perciben sobre ellos mismos.
Es una especie de rueda que se mantiene girando alrededor de su propio eje. Más o menos es así como se concentra el liderazgo en nuestra región.
Por ejemplo, hoy se usa más la manipulación social para así sentir que se posee un liderazgo. Todo ello basado en la necesidad; en crear las condiciones para que todos dependan de una mano dadivosa que es extendida a todo aquel que le reconozca y cuando eso no funciona, está la fuerza, no de las ideas, sino la de las armas, bien sea en manos de fuerzas armadas regulares, las irregulares, grupos violentos, y porque no: grupos delictivos. Aplicando todas estas recetas, muchos se sienten lideres, cuando la formalidad del liderazgo los ha dejado muy atrás.
Sin duda, de los anteriormente descritos hay toda una abundancia en Latinoamérica. Sin embargo, y es lo que más preocupa, también están aquellos que se abrogan un liderazgo de papel, de pantalla de televisión o de redes sociales. Estos son los que suelen pensar que tienen disponible a millones de seguidores que al chasquido de sus dedos estarán prestos a seguir sus orientaciones. Llegan al límite de presentar exigencias en nombre de un conglomerado que solo existe en su espejo o en un reducido número de seguidores en alguna plataforma digital.
La combinación de los dos liderazgos antes mencionados, suelen ser los más necesitados el uno del otro. Sobreviven más allá de la fuerza que ejercen los primeros, porque los del segundo grupo están al acecho ante la presencia de alguna persona que comience a despuntar con un liderazgo labrado bien por el poder de su palabra, por el de la convicción y la predica con su ejemplo, para comenzar la tarea del desprestigio y las acusaciones sin fundamentos. Al final, estos pseudos líderes, por su corta visión, no permiten que exista una estructura solida de trabajo por el bien común y los intereses que definen, o intentan definir, a las sociedades.
Para el caso latinoamericano, la perdida de los espacios democráticos mucho tiene que ver con el accionar de estos supuestos líderes. Son capaces de acusar a otros de colaborar con los sistemas que han acabado, o están en ese proceso, con la democracia, cuando en realidad son ellos quienes están haciendo el trabajo para crear divergencias que evitan llevar a cabo un proyecto sólido y unitario y así enfrentar a los autócratas que se han instalado a costa de la ilusión y el engaño.
Hay una expresión que raya en lo conocido y que es utilizado por todo aquel que se siente cómodo en su zona y es aquello de que cada nación tiene a los lideres que merece, que merece su cultura, su forma de pensar, su conformismo, su apatía.
Sin embargo, particularmente me resisto que sea de esta manera como estemos visualizando a nuestros países. Se siente y nota, que las dificultades por las que transita la democracia en Latinoamérica tienen mucho que ver con la falta de serios y solidos liderazgos, como aquellos que ayudaron a consolidar la democracia en la región y que hoy han desaparecido físicamente sin dejar, al menos probado, una generación que les relevaren.
Pese a todo, me resisto a los supuestos líderes que intentan, desde la crítica destructiva de su similar, que piensan que son ellos los privilegiados y los llamados a dirigir, sin tener siquiera los valores suficientes con el que dar el ejemplo.
Si en realidad dicen poseer un liderazgo tan sólido, deberían aprovechar e influir para hacer girar las manecillas del reloj en la dirección correcta y defender los espacios por donde, todavía, se asoma la democracia para respirar.
No es el próximo al que hay que atacar, es a aquel que ha pensado que es un gran líder, cuando no es ni jefe de familia y piensa que la democracia es un retrete, un viejo concepto que algunos desocupados inventaron, un “cuento chino” excesivamente confuso y que por ello no hay que hacer mucho caso.
Luis Ernesto Aparicio M. es Periodista Ex-Jefe de Prensa de la MUD
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