Sobre los partidos políticos, por Ángel Lombardi Lombardi
Twitter: @angellombardi
Ninguna Institución escapa a la evolución humana y los cambios correspondientes. La historia es dinámica por definición y cambiar es inevitable. Sociedad, economía, política, Estado, instituciones. Todo cambia. Heráclito, filósofo presocrático, lo dejó establecido claramente: todo fluye como el agua de un río. El cambio histórico también es constatable en todas las épocas. Tradicionalmente lento, en aceleración creciente en la llamada modernidad y posmodernidad, gracias a la portentosa fuerza impulsora de la tecno-ciencia.
Resistirse al cambio es estancarse y a la larga «perecer». En la teoría evolucionista de Darwin quedó claramente establecido. «Adaptarse» no era conformarse sino adecuarse a los cambios climáticos y de todo tipo que venían ocurriendo. No sobrevivió el más fuerte sino especies y animales «inteligentes» que supieron «cambiar con el cambio».
Los seres humanos y sus instituciones, «estamos en la historia y marchamos con la historia», concepto que tomo del Concilio Vaticano II y que la Iglesia ha asumido de manera plena, ecclesia reformata, semper reformanda. Toda institución humana siempre reformándose. Y ahora vamos al tema del artículo.
La llamada crisis nacional es de larga data, multicasual y compleja, pero una de sus causas principales fue la pobre respuesta política de las élites y del bipartidismo para reformar el Estado, sus instituciones, los propios partidos políticos y las dinámicas económicas que no fueron más allá del rentismo y un desarrollismo de escaparate. Las desigualdades aumentaron y el divorcio entre élites y dirigentes políticos y partidistas cada día eran mayores.
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Los partidos políticos dejaron de representar a la mayoría y esto se iba reflejando en el descrédito del político y el aumento de los no votantes en las elecciones.
A falta de reformas oportunas, surgió el oportunismo político de los audaces y el asalto al gobierno y al poder con sus nefastas consecuencias a la vista.
La política no puede ser reducida a los partidos políticos y el partido político no es un fin en sí mismo. Debe «representar» a la sociedad o a sectores de la misma y en el ejercicio del gobierno debe «rendir cuentas» a sus electores y a toda la sociedad. De no ser así, no pasan de ser «cascarones vacíos de «burócratas y clientelas» que viven de los recursos ajenos o del erario público, fuente principal de corrupción y desprestigio del político y de la política.
Esta «disfuncionalidad» de los partidos políticos los desnaturaliza y terminan siendo grupos de influencia para acceder a los cargos públicos, al gobierno y al poder. Al dejar de representar los intereses lícitos, reivindicaciones necesarias y derechos de los diversos sectores de la sociedad, los partidos y sus dirigentes terminan siendo medios o gestores de personas o grupos para el enriquecimiento propio y de sus socios.
El presupuesto que llegan a administrar para el bien colectivo o bien común, en su mayor parte termina en manos privadas de familiares, amigos, compadres, socios, etc. Como decía un amigo mío: política y partidos terminaban configurando minorías codiciosas e inescrupulosas de «socios, asociados en sociedad»; no otra cosa es lo que llamamos una sociedad de cómplices, porque este sistema de corrupción se generaliza «hacia abajo» y termina contaminando a buena parte de la sociedad: el «chiste» —que no es chiste— «no me den, pero pónganme donde haiga«, o el cínico e irresponsable decir que «con los de antes era mejor, porque robaban y dejaban robar», mientras que los de ahora roban más y solo para ellos.
Un empresario me decía que el gobierno de Pérez Jiménez había sido muy bueno y era mejor que los que vinieron después porque «solo pedían entre el 5% y el 10% de comisión». Con estos «hábitos y mentalidades» no se desarrolla un país.
Cuando hablamos de reformas del Estado, de las instituciones, de los partidos políticos, de la política, la economía y tantas otras cosas, estamos pensando en la realidad-real y cómo cambiarla realmente en positivo. Este es el desafío, no solo cambiar de gobierno sino seguir desarrollando un proyecto democrático sin los vicios, trampas y rémoras del pasado.
Ángel Lombardi Lombardi es licenciado en Educación, mención Ciencias Sociales, con especialización en la Universidad Complutense y la Universidad de La Sorbona. Fue rector de la Universidad del Zulia y rector de la Universidad Católica Cecilio Acosta.
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